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Gara > Idatzia > Kultura 2006-11-26
Jorge HERRALDE | Editor de Anagrama
«Si contara lo inconfesable de la vida editorial haría un best-seller»
Fundó la editorial Anagrama en 1969 y ha convertido esta marca en un referente de calidad para los lectores, gracias a una gran criba por la que cada año deja fuera dos mil títulos e incorpora sólo una decena de novedades. Editor de Auster, Tabuchi, Kapuscinski, Barnes, Tomeo o Monzó, acaba de escribir «Por orden alfabético».

Los intríngulis del mundo editorial son muy jugosos, pero el lector no encontrará en “Por orden alfabético” maldades, críticas ni confesiones sorpresivas. Jorge Herralde habla de sus amigos, escritores, editores o directores de cine, y lo hace bien de todos ellos.

­Mientras otros editores publican sus memorias, usted prefiere editar sus «homenajes».

Este libro procede de una serie de intervenciones públicas y de artículos de encargo sobre algunos autores. En efecto, es un libro de homenajes, pero confío en que no sean dulzonamente hagiográficos; confío también en dar una información sobre lo que pasa entre bambalinas en el mundo de la edición. Por otro lado, no me apetece nada sentarme a escribir unas memorias convencionales, ni tengo tiempo, aunque creo que estos artículos conforman una suerte de autobiografía editorial involuntaria.

­Y se calla un montón de cosas «inconfesables». Creo que llegó a pensar en escribir un libro anónimo sobre lo que nunca se ha contado de ciertos escritores.

Eso fue con Roberto Calasso, gran editor italiano y gran amigo. Una noche tomando copas pensamos que sería todo un best-seller si contáramos todos esos episodios inconfesables de la vida editorial.

­¿Hay mucho ególatra entre los escritores?

Sí, pero forzosamente. No es un insulto, es una descripción. Sin un ego importante no habría artistas.

­¿A qué atribuye el prestigio conseguido por Anagrama?

Supongo que lo es por acumulación. En Anagrama sólo se han publicado libros atendiendo a su valor literario y cultural. En muchos casos han sido éxitos comerciales, en otros no, pero muchos lectores saben que hay una suerte de garantía.

­Hay una clara saturación de títulos en el mercado editorial. ¿Qué política sigue Anagrama al respecto?

Desde hace muchos años editamos un tope de 75 novedades al año. Es un tope doloroso, pero necesario. Buena parte de estas novedades son de autores del catálogo ­los nuevos Tabuchi, Magris, Amis, etc­ y quedan entre 5 y 15 casillas para nuevas incorporaciones. Recibimos unas dos o tres mil ofertas de nuevos títulos, de ellas más de mil son no solicitados, por lo que tenemos que realizar una criba severísima.

­¿Se le pasa muchas veces por la cabeza lo que pasó con «La conjura de los necios», cuyo autor se suicidó porque nadie le quería publicar?

Bueno, ésa es una lección de permanente humildad para todos los editores. Y de cómo incluso los mejores editores cometen errores; de hecho, quien le dijo que no poco antes de suicidarse, después de tenerle un año esperando, fue uno de los mejores editores de Estados Unidos. Tampoco le fue fácil a García Márquez publicar “Cien años de soledad”.

­En su libro se muestra orgulloso de «descubrir» a Alvaro Pombo. Y ahora se le ha marchado a Planeta.

En efecto, estoy muy orgulloso, porque a partir de publicar en Anagrama “El héroe de las mansardas de Mansard”, Pombo empezó una carrera admirable. Lleva 25 años con nosotros, pero a principios de abril me llamó y me dijo que necesitaba dinero y que quería presentarse al Planeta. Le deseé suerte y, por lo que he leído, parece que esta vez no se cumple esa ley invariable que suele acompañar al Premio Planeta por la que ganan buenos escritores con sus peores novelas.

­El Premio Planeta ha empañado el prestigio de casi todos los premios literarios.

Bueno, ahí discrepo: hay premios y premios. El Planeta es el que tiene mayor resonancia y el que tiene valores literarios más discutibles. Pero la vocación del Planeta siempre ha sido comercial, y lo ha sido de una forma muy competente, aunque la calidad sea enormemente desigual. En cuanto al Premio Anagrama, nuestro único criterio es la calidad y el nivel literario de estos libros premiados es excelente, a pesar de que muchas veces sabíamos que iban a ser minoritarios, caso de González Sáinz, Sánchez Ostiz o Paloma Díaz Mas.

­Uno de los últimos éxitos de Anagrama ha sido «Los girasoles ciegos», cuyo autor apenas pudo disfrutar de su éxito.

Lo cuento en el libro. A Alberto Méndez le conocí a finales de los 60, cuando era un joven revoltoso de izquierdas y luego estuvo años en la edición de libro juvenil. Era un tipo muy divertido e inteligente, pero jamás hubiera sospechado yo que tuviera escrito un libro tan bueno. Me lo mandó muy tímidamente y en cuanto lo leí me entusiasmé, a pesar de que era un libro de cuentos, con el handicap comercial que eso supone. Recuerdo una carta suya en la que me deseaba que con esta «locura» no perdiera mucho dinero. No fue un fracaso, pero al principio vendió muy pocos ejemplares, a pesar de que tuvo muy buenas críticas. Alberto recibió su primer premio y al poco desarrolló un cáncer y murió. Dejando aparte el aspecto humano, fue una gran pérdida para la literatura, porque estaba muy ilusionado y tenía ya en proyecto una novela sobre un policía torturador. “Los girasoles ciegos” es un libro único que, de repente, por el boca oreja, disparó las ventas, además de ganar los premios más importantes del país.

­Supongo que Kapuscinski tampoco esperaba el éxito que alcanzó con «Ebano».

Lo de Kapuscinski fue un fenómeno curioso. Yo le empecé a publicar hace casi veinte años; “El sha”, “El emperador”, “Las guerras del fútbol”... Desde el principio tuvo unas críticas buenísimas, páginas y páginas donde la expresión fetiche era ‘el mejor reportero del mundo’. Pero no se vendía. Lo mismo sucedía en Francia e Italia. Y de repente llega “Ebano” y cambia el panorama inesperadamente. ¿Por qué este éxito? ¿El exotismo africano? No sabría dar una explicación, pero de repente se convierte en un best-seller y, además, se empiezan a vender todos sus libros anteriores y posteriores. Riszard es una persona de una humildad casi enfermiza y un día en Barcelona me dijo con mucha timidez que tenía un libro suyo antiguo sobre Angola, que él creía el mejor, y que quizás yo se lo podía publicar. Era “Un día más con vida”, que saqué a la vez en castellano y catalán.

­¿Qué más sorpresas se ha llevado en esta carrera?

Muchas. La mayor satisfacción es cuando grandísimos escritores por fin dan la campanada. Es lo que pasó con Tabuchi, que hasta “Sostiene Pereira” vendía poquísimo. O Villa-Matas, que ha tenido una carrera de fondo, hasta que “Bartleby y compañía”, un libro que suponíamos iba a ser minoritario por sus características, se convirtió en un pequeño best-seller. Otro caso: “Bella del señor”, de Albert Cohen. Era una apuesta insensata: un novelón enorme de una autor francés muerto y desconocido en España... Lo publiqué porque me gustó muchísimo y pensé que era «mi deber». Tuvo críticas excelentes y seguidamente unas ventas inauditas.

­¿Y qué autores le apena especialmente que no hayan conseguido éxito?

Manganelli, por ejemplo, tuvo muy buenas críticas que no sirvieron de nada. Incluso era minoritario en Italia. Aún así le publiqué cuatro títulos de los que estoy muy orgulloso.

­¿Qué supuso en su época para Anagrama publicar a Bukowski?

Bukowski fue muy importante para la editorial porque se publicó en una época de ‘desencanto’. Hasta el 78 Anagrama tenía una parte importante del catálogo de libro político y de izquierdas. Ya con Suárez, las ilusiones de un cambio radical desaparecieron y dejaron de venderse los libros políticos. Bukowski era un tipo de escritor que encajaba muy bien con cierto espíritu de Anagrama: el de la incursión en el lado salvaje de la vida. Estuve en San Francisco y me compré dos libros suyos. Me los empecé a leer en el avión, me gustaron muchísimo, llamé a la agencia y me dijeron que había otra editorial interesada. Finalmente la otra editorial no se atrevió y pudimos editarle nosotros. Conectó muy bien con los lectores jóvenes y desde entonces reeditamos continuamente su obra. En América Latina se lee mucho. Bukowski es un escritor brutal y auténtico que parece muy fácil de imitar, pero todos los que han intentado escribir a su manera han fracasado. Llegué a conocerle y cogimos una borrachera tremenda en su casa, pero no se le cruzaron los claves como decía su fama.

­América Latina es un filón de autores para Anagrama.

Después de muchos años de experiencias trompicadas, llevamos unos años con unas distribuidoras excelentes y eso nos ha permitido publicar simultáneamente allí y aquí, porque publicar autores latinoamericanos nuevos sólo para España es garantía de fracaso. Me siento satisfecho al ver que, por ejemplo, el Premio Anagrama los últimos años lo están ganando autores latinoamericanos. Alan Pauls, Juan Villoro, Alonso Cueto, Alberto Barrera... están siendo muy bien acogidos.

­¿Qué opinión tiene en general de la crítica literaria en el Estado español?

No despampanante. Hay muy buenos críticos, pero no hay críticos que lo que digan vaya a misa, como lo fue Rafael Conde en unos años o Ignacio Echevarría. Esto no significa, ni mucho menos, que acertaran siempre, pero ejercían un cierto mandarinato. Para despertar el boca oreja, que es lo que vende, hace falta una conjunción de buenas críticas y de promoción. Esto último ha mejorado mucho, aunque la atención que se presta a libros literariamente deleznables no me parece muy sano. -


 
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