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Gara > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak 2007-01-21
Nicola Lococo - Filósofo
Apología bufa de un filósofo pillo

Lo reconozco señor fiscal: ¡soy culpable! ¿De qué? ¡De culpabilidad! pues, como es sabido, en este reino de la democracia formal todos somos inocentes hasta que se demuestra que somos vascos. Ahorrémonos palabras, tiempo y dinero y obviemos el enojoso trance judicial que suponen la farsa y tramoya de su Audiencia e impónganme entre usted y el juez, cuanto antes, la condena que tengan a bien estimar, que prometo no recurrirla por cuanto ello me llena de gozo y satisfacción, viniendo de quien viene la querella a causa del noble motivo que la ha propiciado.

Pero qué pequeño es el mundo. Se ha puesto en mi conocimiento que una tal Pepa, que dice ser de Cádiz, está dispuesta a presentarme a sus hijas, a las que usted no parece o no quiere reconocer... Usted, todo un fiscal jefe de la Audiencia Nacional, parece no tener noticia del espíritu liberal con el que fuera redactada la actual Pepita, cosa que extraña en alguien que se dice progresista. Y resulta que quien nos va a instruir el caso es nuestro bienhallado Grande-Marlaska, a cuyas manos me confío, pues, de obrar con la mitad de ciencia y humanidad con la que atiende a sus pacientes en Las Arenas su hermana, la Dra. Grande, nada he de temer. Pero ni por esas crea usted que pienso agacharme ante el Tribunal.

Pero en verdad, ¡soy una víctima! de mi circunstancia, tiempo y sociedad: Nací bajo los auspicios de Marte, dios de la Guerra, en el año revolucionario del 68. Hijo de rojos, pasé por mi primera infancia junto a un oso de peluche del que aún guardo grato recuerdo. Contando apenas siete años de edad, a la muerte del Generalísimo, nos dieron en clase quince días de vacaciones y desde entonces aguardo otra feliz quincena. Cuando aquello a los escolares se nos castigaba con la vara sobre la mano extendida, mientras perdíamos la mirada en el retrato del monarca que presidía el aula. Huelga decir lo poco que ello contribuyó a tomarle cariño a su Alteza. Poco antes, mi buena madre me enseñó a jugar al ajedrez, que consiste en atacar y dar muerte al rey, afición que desde entonces practico a diario. También por aquellas fechas inicié mi faceta filatélica, cogiéndole cierto gustirrinín a sacar la lengua al rostro de Don Juan Carlos y propinarle un soberano puñetazo en toda su estampa al objeto de estamparlo. Por si esto fuera poco, en mi pueblo natal de Castro Urdiales mi familia es conocida por el mote de los osos. Como puede apreciar, no son pocas las disculpas de mi osado comportamiento republicano. Y es que me veo rodeado, aún hoy, de muy mala gente: amigos, compañeros, y conciudadanos aplauden, ríen y jalonan mis distintas ocurrencias al respecto, y yo, inocente de mí, cojo confianza y ya ve usted...

De hallarme culpable, espero que sirvan como atenuantes las múltiples faltas de ortografía que cometo en el manuscrito de “Las tribulaciones del Oso Yogui” por el que he sido encausado, y que, en sintonía, su mala caligrafía que lo hace del todo ilegible me exima parte de la condena, dado que no siendo yo ducho en el arte de la mecanografía, de la informática, menos de la impresión, es de suponer que, si el texto ha pasado del ámbito privado al público, en ello habrán concurrido diversas manos, siendo la mía, si bien la principal, no por ello la más necesaria. Pues digo yo que los insultos y las injurias perderán parte de su carga negativa de ser escritos mal.

Mas si deciden juzgarme, se estarán juzgando ustedes, pues si bien es cierto que más vale tarde que nunca, usted mejor que yo sabe que el tiempo no pasa en balde en actos de justicia, prescribiendo los delitos, asentando usurpaciones y dando por buenos los actos de la costumbre; a colación de esto, ustedes me han permitido durante más de veinte años publicar aquí y allá contra la monarquía decenas de artículos. De haber sido ustedes diligentes en mis inicios, no estaríamos en éstas. ¿Por qué entonces han decidido actuar ahora y no antes? La ciudadanía cree que ustedes actúan de oficio obedeciendo órdenes gubernamentales, en esta ocasión, tras el atentado de Madrid. ¡Yo no lo creo así! A mi juicio, usted se la tenía guardada al oso Yogui, y ha aprovechado el luto que guarda por la muerte de su creador, el insigne Barbera, para actuar contra él en plena época navideña, a modo de presente, como buen plebeyo, lacayo y vasallo que es, el día 4, víspera de la onomástica de Don Juan Carlos, víspera de los Reyes Magos.

Por supuesto, también ha contribuido el hecho de que por doquier vea mofas, burlas, sarcasmos, ironías, chistes y escarnios sobre la Casa Real en prensa, radio, televisión e internet, sin que por ello ustedes actúen como lo han hecho contra mí y mis cómplices Rodríguez y Ripa, y podría haber agravio comparativo, como sospecho que lo hay, en que a mis compañeros de fatigas les mencione por sus apellidos y en cambio sobre mi nombre infunda sospechas acerca de su autenticidad, y también en el hecho de que por mi artículo sólo me puedan caer como máximo dos años de prisión, cuando al colega de Quevedo, el articulista De Juana Chaos, le han caído 12 años de cárcel. Yo no pido más para mí, pero tampoco menos.

En cuanto al texto en cuestión, en principio, no precisa defensa, si no se le ataca, pues ha de ser leído como lo que es: un escrito desenfadado, jocoso si se quiere, pero muy limitado para el enorme potencial que encierra la ecuación circunstancia-personaje-artículo. Le doy mi palabra de que en mi ánimo nunca ha estado injuriar a la persona de Don Juan Carlos y mucho menos rebañar sádicamente en aspectos que pudieran ser objeto de estudio para historiadores o la mal llamada prensa del corazón ­donde, por cierto, sí cometen delito de forma bochornosa y vergonzante­. Ni por accidente he traicionado mi ética a éste respecto. Espero nunca tener que hacer uso de tan innobles armas de combate, pues aunque la línea de la privacidad en torno a la figura de Don Juan Carlos es difusa, yo me autocensuro mucho, y sólo trato de pequeñeces inocuas como activista que soy de la causa republicana. Flaco favor nos haríamos de vernos en un berenjenal semejante.

Ahora bien, me sorprende que en un estado laico y aconfesional, donde se permiten toda clase de vituperios contra nuestro Señor Jesucristo, ustedes reserven un trato sagrado para un hombre mortal. Que sepa yo, Don Juan Carlos no es Mahoma, ni Buda, ni Yahvé, ni mucho menos Cristo crucificado. Permítanme continuar como hasta ahora haciendo de las mías, que nada malo hay en ello, salvo darle leña al mono, que para eso está ahí, pues mientras nos ocupamos de él, no atizamos a los distintos resortes del poder establecido, cuales son la Banca, las multinacionales y las empresas de alta tecnología.

Esto por cuanto a la intención del texto. Yendo a las palabras, motivo de la querella, me veo en la obligación de decirle que como exegeta deja mucho que desear y que su capacidad lectora se reduce a un juntaletras desprovisto de com- prensión, y si hay algo peor que un analfabeto en su puesto, es ser un auténtico memo alfabeto. Me explico:

­Usted dice que por medio de un juego de palabras doy a entender que Don Juan Carlos es un alcohólico. ¡Se equivoca! Podría ceñirme a hablar del rey de copas, en el sentido de la copa del Rey, muy grande por cierto... Eso sí sería hacer un juego de palabras. En cambio, lo que yo hice fue aclarar un titular ambiguo que rezaba así: «Don Juan Carlos mata un oso borracho», viéndome forzado a aclarar el posible malentendido sobre quién de los dos estaba borracho, dado que a priori la embriaguez es propia del hombre y no de los animales, ambigüedad que en este caso ha sido propiciada por la figura retórica de la personificación.

Sobre que le llamo Soberano irresponsable, la verdad es que paso vergüenza ajena al tenérselo que comentar: el término «soberano» no lo uso como marca de bebida alcohólica, sino como sustitutivo de monarca, rey, regente. Lo de irresponsable no lo digo en sentido de cafre, que podría ser- lo, sino de perfecto irresponsable jurídico, que es como se recoge en la Constitución. Por ejemplo, usted en este último sentido no es un perfecto irresponsable.

En cuanto mequetrefe y trapisonda ¡por favor! Aquí sí que juego con el lenguaje, pero no en el malicioso sentido que usted le da, sino, como expone Alex Grijelmo, retozando en la belleza de su sonoridad, de su encanto, de su connotación, de su colorido, de su fragancia, de su perfume, que rezuma añejas y envolventes sutilezas que escapan al diccionario. No creo yo que puedan ser insultantes o injuriosas. Más bien añaden ese toque simpático y travieso con el que se expresan Bubú y el oso Yogui. Claro que, para advertir estas briznas y matices de la lengua usted ha de estar en disposición de distinguir el uso que se da a las expresiones: «hijo de puta» y «de puta madre» y apreciar en lo que vale la diferencia entre que Don Juan Carlos diga de usted que es un hijo de la patria en un discurso ante juristas por la querella que me ha interpuesto, a que se lo diga yo, por idéntico motivo. De haber querido yo insultar o injuriar a alguien, hubiera usado distintos trucos criptográficos, como «ojo de pato» y similares, a los que, por cierto, no he renunciado en estas líneas, con principios y finales de palabras, sinalefas y cierta cadencia silábica, a parte de espejismos lógicos.

­Y me ha ofendido la acusación de haberme metido con sus nietos. Nada más lejos de mi propósito, es más, Pipe, más conocido como Froilán, hijo de Doña Elena, es para mí el preferido, tanto es así que si reinara su madre, sin llegar a ser monárquico, por mis estudios filosóficos, podría ser Helenista, como algunos republicanos se dicen Juancarlistas. Aunque por nacimiento y posición se lo merezcan, todavía no les he dedicado un artículo por separado a cada uno de ellos, cosa que no sucederá hasta que pasen de los 40 kg. Entonces sí. En cuanto carga preocupante para el Estado, será mi obligación dedicarles algunos párrafos en la medida que lo crea necesario.

­Y para finalizar, le doy a conocer la línea de defensa más consistente, cual es la hipótesis conspiranoica: Es muy probable que a tenor de lo ocurrido, sea usted todo un republicano reprimido que agazapado como gato salvaje ha llegado al cargo que ahora ostenta con el ánimo de hacer mella en el trono sin que se le pueda reprochar nada. Con tal ánimo ha buscado una cabeza de turco para poner en su boca las distintas interpretaciones que rondan por su cabeza y resaltar aquéllas que más le han gustado de mi discurso, amplificando el eco del mismo hasta límites con los que yo nunca hubiera soñado. Y lo ha hecho con un autor de reconocida trayectoria republicana, para darle pábulo de ahora en adelante, entre los numerosos lectores que ha habido del, ahora sí, gracias a usted, famoso artículo. Estoy convencido de que alguien que ostenta su cargo no se chupa el dedo, y que muy de antemano bien sabía lo que se hacía al poner una querella contra un ciudadano anónimo que ha escrito sobre la caza del plantígrado en boca del oso Yogui. ¡Enhorabuena! Yo no lo hubiera maquinado mejor.

Pero, como le dije, estoy dispuesto a declararme culpable y no recurrir la pena con tal de no pasar por un juicio. Es más, sin que medie tortura, ni el dilema del prisionero a cambio de un trato favorable, estoy dispuesto a testificar contra mis camaradas de andanzas y fechorías, Rodríguez y Ripa, y delatar a media España si hace falta, pues en estos trece días desde que llegara a mis oídos la querella he hecho acopio de numerosas pruebas incriminatorias de humoristas, di- bujantes, articulistas, presentadores... que han aparecido en los medios con la excusa Mitrofan. Con todo, si rechazase esta oferta, le ruego que de dispersarme envíe mi cabeza al psiquiátrico de Zamudio, las manos al Banco de España, el culo al Congreso de los Diputados y de cintura para abajo frontal, a Canarias. -


 
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