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Golf

He ha escrito sola. Antes de pensar, el ordenador, al recibir un impulso mental incontrolado por mi supuesta voluntad, ha titulado espontáneamente. ¿Qué quiere decir golf? ¿Por qué tengo que hablar del golf? Hay dos deportes televisivos que siempre me han provocado ensoñaciones: el billar, en todas sus disciplinas y el golf. La palabra ensoñaciones también se ha escrito autónomamente. Yo intento decir que el billar por televisión me hipnotiza. Es casi como asistir a un espectáculo de pantomima mala. O a una obra de danza contemporánea de tercera categoría. Hay unos signos que no entiendes, pero que en los primeros minutos intentas descifrar, para acabar, inexorablemente pensando en la hipoteca o en el beso que te perdiste por no ser más lanzada.

El golf es un deporte que mueve millones de euros, no solamente por la especulación inmobiliaria que rodea siempre los campos donde se practica este compendio de ballet, pantomima y caminata de jubilados. En la lista de los deportistas mejor pagados siempre aparece en los primeros lugares algún golfista. Un misterio. El golf es, en términos primarios, aburrido. Televisivamente es muy aburrido. Su ritmo de juego, su espectacularidad basada en lo imperceptible y subjetivo y la imposibilidad técnica de penetrar en algo más que no sean los movimientos más obvios del juego nos proporcionan un entretenimiento recomendado, posiblemente, para enfermos cardiovasculares. El resto de la humanidad, el golf televisivo, lo vemos en los resúmenes cuando hay un golpe fuera de lo normal. O cuando hay una incidencia. Si se insiste en el golf televisado es por presiones de clase.

Sin embargo no he visto nunca retransmitir campeonatos de petanca, un juego bastante más apasionante, en donde, al menos cuando he asistido a partidos en vivo y en directo, existe un lenguaje hablado, una táctica, una estrategia, hay equipos y al final, se parece a los bolos. O las canicas, pero en hierro colado. Lo que ha sucedido es que la petanca se juega en terrenos arenosos en cualquier esquina urbana y no goza del prestigio que necesitaría para su universalización.







Raimundo Fitero

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