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La jaula de oro

«Juegos secretos"

Mikel INSAUSTI

Todd Field ya avisó con «En la habitación» que es un cineasta a tener en cuenta, de los que dominan la naturaleza crítica del drama norteamericano, ese que saca a relucir las interioridades de la clase media blanca, acostumbrada a vivir en zonas residenciales con una relativa comodidad pero sin desprenderse de sus traumas individuales. Me refiero a las anomalías que se producen en el seno de la familia, en lo que se ha dado en llamar la disfuncionalidad, muy bien ilustrada por una sucesión de películas entre las que destacan «La tormenta de hielo» y «American Beauty», y a las que ahora se suma «Juegos secretos».

Entre los tres importantes Oscar a los que está nominada la película con todo merecimiento, hay uno que me gustaría matizar con mayor énfasis. Field ha hecho una muy buena labor de adaptación de la novela de Tom Perrotta «Little Children», con la colaboración del propio escritor, en quien Alexander Payne ya se basó para su ácida comedia estudiantil «Election». El guión traduce a sensaciones tangibles un estilo descriptivo tomado del libro, mediante la ayuda ejemplarmente dosificada de una voz en off que nunca se apodera de la narración. El desarrollo es magnífico, al desplegar una equilibrada atención a los distintos personajes y las situaciones en que se ven envueltos. Todo funciona de forma convincente hasta el tramo último, en que por culpa de una falta de resolución no termina de superarse el nivel de descripción mantenido a lo largo del relato. Alguien podrá decirme que se trata de un final abierto, aunque el saldo definitivo arroja un balance algo negativo de heridas mal cerradas.

Las otras dos estatuillas a las que opta son interpretativas, con la dificultad que supone decidirse por un par de nombres propios dentro de una obra coral en la que el reparto al completo lo borda. Kate Winslet se lleva la nominación como actriz principal y en verdad está que se sale, recordando a la joven Mery Streep en su intensidad emocional; sin embargo, secuencias como la de la lectura de «Madame Bovary» a cargo de un grupo de mujeres o la de las madres que cuidan de sus niños en el parque, evidencian que todas las actrices brillan, con mención especial para la veterana Phyllis Somerville, a la que le toca hacer de madre del exhibicionista del vecindario. Papel éste resuelto por Jackie Earle Haley, el otro nominado, en la mejor tradición de la galería de psicópatas menos peligrosos de lo que la comunidad y los sectores conservadores quieren hacer creer.

Todo cuanto acontece forma parte de un cúmulo de frustraciones contenidas a punto de estallar, pues bajo la apariencia de un tranquilo barrio acomodado subyace el vacío que encierra la rutina cotidiana de un estilo de vida tan ordenado como monótono. La protagonista es la primera en saltarse las normas, en jugar con emociones prohibidas, pero a costa de demasiadas mentiras y de ser víctima de ese entramado hipócrita al que pretende escapar. Las transgresiones se pagan caras, lo que tendrá oportunidad de comprobar a través del caso del exhibicionista, sometido a un condenatorio juicio paralelo nada más llegar al vecindario. Field traza un círculo social viciado del que es difícil salir, por esa razón las escenas de los amantes resultan furtivas y ni siquiera pasan desapercibidas a la mirada vigilante de los niños que, como es lógico, se lo cuentan todo al padre o la madre que permanecen ignorantes.

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