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Raimundo Fitero

Identidad

No parece lo más recomendable estrenar un concurso en verano, pero los responsables, es un decir, de la programación en TVE, son capaces de probar con cualquier cosa con el fin de hundir definitivamente en la miseria al ente, que no levanta cabeza ni en calidad, ni en cantidad de audiencia, y que ha pinchado de manera absoluta con la retransmisión en directo de Le Tour, asunto que nos coloca ante una realidad incuestionable: el ciclismo parece algo del pasado. Si con un ganador de Pinto no ha conseguido llegar ni a la mitad de audiencia que tenían cuando era Indurain el que ocupaba las portadas, el positivo de Iban Mayo no va a ayudar precisamente a remontar el vuelo a algo que huele mal, tanto por el fondo como por las formas. Parece que se ha decidido convertir al ciclismo o a los ciclistas en los chivos expiatorios, pero lo que cuesta entender es que todavía haya equipos, médicos, corredores que sigan utilizando los productos y las técnicas que están expresamente prohibidas y que son las que van buscando equipos de policías y jueces.

En la primera estatal han estrenado «Identity», un concurso amable, en donde se debe saber la profesión, la identidad de una docena de personas anónimas que se colocan frente a los concursantes. Es un mecanismo nuevo, pero que en su estructura de comodines, en su misma configuración espacial recuerda a muchos otros, por lo que simplemente constatamos su estreno, nos entretuvo un ratito, pero había mejores cosas en la oferta de la noche del lunes. Desde «C.S.I.», que aunque sean reposiciones siempre te pone a cavilar, como «El internado», la serie de suspense de Antena 3 que reponen tras el éxito obtenido, pero que ha sido muy mal recibida en esta segunda oportunidad con unos resultados de audiencia realmente bajos.

Pero la presencia en los noticiarios de la constancia destructora de los incendios es abrumadora, provoca una sensación de desamparo, lo mismo que la muerte incansable para acabar con algunos de los directores míticos de la segunda mitad del siglo XX, y ahora despedimos a Michelangelo Antonioni, poseedor de un lenguaje cinematográfico particularmente burgués pero de resultados espléndidos.

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