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Análisis | movilizaciones contra la junta militar

La crisis que vive Myanmar se acentúa

 El autor analiza las causas profundas de la situación en Myanmar, a donde llegó ayer el enviado de la ONU, Ibrahim Gambari, y continuaron las movilizaciones pese a la represión de la Junta Militar birmana

Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)

Las imágenes y las noticias sobre Myanmar, o mejor dicho sobre las protestas que se están sucediendo en aquel país, han sacado de su aislamiento informativo a aquel estado asiático. Este creciente interés que demuestran algunos gobiernos occidentales y los medios de comunicación no puede pasar inadvertido para todo aquel que ha seguido la compleja situación birmana en los últimos años. Nuestra visita al país hace ya algunos años nos permitió descubrir parte de esa realidad, ocultada u olvidada por occidente durante tanto tiempo. La sinceridad y cercanía de la gente, las dificultades económicas que atravesaba gran parte de la población, las medidas represivas de la Junta militar, la importancia del budismo y de la comunidad de monjes budistas (Sangha), la permanente presencia de las fuerzas armadas (Tatmadaw), el mercado negro de combustible, las pagodas... eran y son parte de este paisaje birmano que algunos parecen haber descubierto ahora. Imagino que a Bush no le faltó nunca el sueño. Pero me pregunto qué tal duermen esos otros que inflan sus discursos de condenas y de terrorismo sabiendo que en las Azores condenaron al terror y a la muerte a miles de inocentes.

Pero, ¿por qué ahora? Llama poderosamente la atención ese repentino interés por el pueblo birmano, abandonado como otros muchos pueblos, a la agenda que marca en cada momento los intereses geoestratégicos, militares o económicos de Occidente y sobre todo de los de Estados Unidos. Y es en este contexto donde cabría ubicar la reciente intervención de Bush señalando al régimen birmano, en un claro intento por desviar la atención sobre sus fracasos más recientes en Irak o Afganistán, e incluso ante el pulso que está manteniendo con Irán.

Al hilo de esta actitud occidental, es interesante resaltar dos anécdotas en torno a Myanmar, que reflejarían ese desconocimiento hacia el país y sobre todo las «lágrimas de cocodrilo» que dejan caer la mayoría de informaciones y reacciones en torno a esos acontecimientos. En primer lugar estaría la misma definición de la situación, bautizándola como «la revolución del azafrán», en un claro intento de ligarla a los cambios de régimen promovidos por Washington con las llamadas «revoluciones de colores». La referencia a ese color estaría ligada a la tonalidad de las ropas de los monjes budistas, quienes se han puesto al frente de las actuales protestas. Sin embargo, como ha señalado algún analista mejor conocedor de aquellas realidades, el color azafrán lo visten los monjes budistas de los países vecinos, mientras que los monjes y monjas en Myanmar destacan por el color carmesí de sus vestimentas.

Otro punto de enfrentamiento «anecdótico» lo encontramos en torno a la definición del país. Mientas que para la mayoría de estados y Naciones Unidas el término Myanmar es aceptado, tanto EEUU como Gran Bretaña continúan usando el de Birmania (negando a la Junta Militar la potestad «democrática» para el cambio de nombre). Pero más allá de ese uso partidista y político, lo cierto es que Birmania (Burma en inglés) es una «corrupción local de la palabra Myanmar», y ambas son usadas por la población birmana, dándole a la primera un carácter informal, mientras que la segunda sería la forma literaria y formal.

Pero más allá de esas anécdotas en torno al conflicto birmano y sus interpretaciones y repercusiones exteriores, estos días las calles de aquel país están asistiendo a las movilizaciones más importantes contra el gobierno birmano desde las protestas de agosto de 1988 (8888, en referencia al ocho de aquel mes). Myanmar es un país de más de cincuenta millones de habitantes, que en su mayoría son budistas, cerca del 90% de la población. Además, el país cuenta con 135 etnias reconocidas oficialmente, distribuidas entre ocho grupos principales..

Las raíces de estas nuevas protestas son marcadamente económicas, las medidas gubernamentales han supuesto un duro revés para muchas familias birmanas que ya de por sí mantienen una dura pugna para llevar el día a día. Pero también es cierto al mismo tiempo que las protestas han ido derivando hacia una situación donde el carácter político de las mismas es ya innegable. En algunos medios nos presentan estos enfrentamientos como un pulso entre los monjes y los militares, dos «ejércitos» de cerca de medio millón de personas con sus aliados, una lucha entre Tatmadaw y Sangha. El papel de parte de la comunidad religiosa budista, situándose al frente de las protestas, supone un nuevo factor a la hora de analizar los acontecimientos. El papel central del budismo en la vida birmana es clave a la hora de entender todo ello .

No obstante, hay algunos puntos oscuros todavía en todo ello. Así, algunos analistas sosteniendo sin dudas la importancia del Sangha en Myanmar, señalan que la participación de los monjes no estaría siendo del conjunto de ellos, y sí de una parte importante de esa comunidad. Además, el protagonismo histórico de los monjes en diferentes fases de la historia del país, es utilizado para resaltar la importancia de esta nueva participación monacal en las manifestaciones. En el pasado los monjes budistas se han situado al frente de las revueltas independentistas y contra la ocupación británica, y mientras que unos lo hacían con pleno convencimiento político, otros tan sólo buscaban mantener su status quo dentro de la sociedad birmana y no perder el protagonismo y el control en determinadas materias.

Las características de las manifestaciones actuales no pueden compararse de momento con los acontecimientos de agosto de 1988, aunque algunos factores permiten entrelazar ambas situaciones. Es evidente que la participación de algunos antiguos dirigentes estudiantiles de aquellos años en la actualidad también tiene su peso en la estrategia que se quiere definir. Además, aunque las protestas, en número y extensión, son ahora menores, el factor mediático (Internet sobre todo) puede sobredimensionar las mismas.

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