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De España a Euskadi, de Euskadi a Euskal Herria

Si el fútbol, como fenómeno de masas, es reflejo de la evolución de un país, estamos sin duda ante una segunda transición. España, Euskadi, Euskal Herria.

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Ramón SOLA

Cuando uno repasa la hemeroteca de un diario como ``Egin'', no puede menos que sorprenderse ante el tratamiento que recibía en sus páginas la selección española de fútbol a finales de los años 70. Las informaciones sobre los partidos de la rojigualda, aunque se tratara de simples amistosos intrascendentes, llegaban a incluirse en primera página, con fotografía y todo. Las crónicas resultaban tremendamente ácidas, pero más extraño todavía resultaba el enorme espacio que ocupaban.

Acababa de morir Franco, y en ese momento la selección vasca no pasaba todavía de ser una entelequia, un recuerdo difuso del 36, unas avejentadas fotos en blanco y negro. Pero cuando Iribar se puso los guantes contra Irlanda en 1979 y sus compañeros se enfundaron la camiseta verde, la mayoría de la ciudadanía vasca no tardó en sentir que ésa sí era su selección. Y las noticias sobre la española se fueron relegando a páginas interiores.

Se estaba produciendo la primera transición. De España a Euskadi. Y sus futbolistas no eran ajenos al fenómeno: para la historia queda la imagen de José Angel Iribar e Iñaxio Kortabarria, los capitanes de Athletic y Real Sociedad, sacando juntos la ikurriña al viejo Atotxa. Aquello ocurrió en un momento en que Manuel Fraga, ministro español de la Gobernación, afirmaba desde Caracas que para legalizarla «tendrán que pasar por encima de mi cadáver». Eran tiempos de máxima efervescencia, en los que Iribar, por cierto, no dudó en impulsar un proyecto político (HB) que curiosamente hoy también está ilegalizado.

Desde entonces ha pasado más de un cuarto de siglo, en el que el apoyo popular a la selección vasca se ha ido asentando en la misma proporción en que va menguando el interés que despiertan por estos pagos las selecciones estatales antes portada en ``Egin''.

Y no se trata sólo de un avance cuantitativo, sino también cualitativo. El partido anual de la vasca no es el «solteros contra casados» ni el «gordos contra flacos» de antaño, sino que lleva parejo un clamor por la oficialidad, ya sea en Bilbo o en Venezuela. Un clamor social que se expresará el sábado en una manifestación y al que los jugadores vascos no son ajenos, aunque a día de hoy sostener públicamente compro- misos políticos como los que en su día lideró Iribar resulte probablemente bastante más arriesgado y complejo.

Entre medio, no han faltado intentos de torpedear esta evolución con maniobras ya repetidas en el terreno más puramente político. En despachos de los poderes fácticos navarros se diseñó una selección destinada a trasladar la partición territorial también a los campos de fútbol. Tras dos intentos fracasados, el partido del año pasado se canceló a última hora después de intentar camuflarlo en Tutera, y este año ni siquiera se ha hablado del tema...

En este contexto, el sábado la selección de Euskadi estrenará el nombre de Euskal Herria. El tema ha dado que hablar. Iribar prefiere destacar que lo realmente importante es jugar, seguir avanzando y dándose a conocer. El resto de seleccionados hará seguramente otro tanto.

Quien ha querido buscar polémicas o señalar culpables, se equivoca. Si los futbolistas efectivamente han pedido jugar como Euskal Herria, es porque eso lo reclama una gran parte del país. Como ocurrió con la ikurriña en el 76. O como pasa con la oficialidad en los últimos años. Es una cuestión de simple evolución, evolución imparable.

Si el fútbol, como fenómeno de masas, es el reflejo de la evolución de un país, estamos sin duda ante una segunda transición. España, Euskadi, Euskal Herria.

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