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Martin Garitano Periodista

Un parque temático en Lizartza

Dicen que el hambre agudiza el ingenio. Y en el caso de la okupa de Lizartza, el adagio acierta de pleno. Quien consiguió la vara de alcaldesa con sólo 27 votos ha decidido que, a falta de legitimación popular, buenas son las iniciativas originales. Contra el hambre de sufragios, buenas son las genialidades, le habrán sugerido.

Y, para empezar, ha llevado de paseo a la villa ocupada a José María Aznar y ha prometido nuevas y más sonadas visitas a ese rincón de Gipuzkoa donde la inmensa mayoría de los vecinos no la quiere ver ni en pintura. Ni a ella ni a sus egregios invitados.

Pero la regidora Regina podía dar un pequeño paso más y convertir Lizartza en un parque temático etarra. Para que sus invitados se hagan una verdadera imagen de cómo era la vida en aquel nido de separatistas hasta su glorioso desembarco.

Podría recrear en los bajos de la casa consistorial una sociedad gastronómica en la que un nativo da cuenta de una descomunal chuleta -sangrante, claro- con la parabellum junto al canastillo del pan. En la plaza no puede faltar una txosna con las fotos de los presos y en la que media docena de jóvenes rellenan los botellines de cerveza con gasolina, ácido y pastillas de clorato potásico para lanzarlos sobre un cajero automático (simulado, por supuesto). Y al anochecer una veintena de vecinos contratados al efecto protagonizarán un akelarre nacionalista con la quema de ejemplares de «El Quijote» y sellos de correos con la efigie de Franco y su sucesor a título de rey.

Habrá más cosas. Por ejemplo, una exhibición de deporte rural y campeonato de bertsolaris. Los harrijasotzailes lanzarán grandes piedras sobre los coches (simulados) de los constitucionalistas y a los bertsolaris, por supuesto, no se les entenderá nada, para alborozo y cachondeo de los invitados.

Todo esto y mucho más podría verse en el parque de Regina. Aunque también podría ser más realista y conducir a sus invitados a los calabozos de la casa consistorial que ocupa ahora y exhibir allí una sesión real de tortura. Los torturadores de verdad no escasean y los torturados se eligen al azar entre la población. Sus invitados saldrían encantados.

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