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Kepa Tamames Ensayista

Ken

El bueno de Ken se descolgó con eso de la inspiración como podía haber dicho que la visita a la ciudad había cambiado su concepción del mundo

Ya está en los comercios del ramo la nueva y exitosa novela de Ken Follett. Nueva porque acaba de publicarse en español, y exitosa porque al parecer así lo han decidido los diversos medios informativos -todos sin excepción-, que le están haciendo una impresionante campaña publicitaria gratis total, cual si de película de la Disney en plenas navidades se tratara. No le vendrá mal a las arcas de Ken, aunque leo que no se encuentran precisamente vacías.

Le llamo Ken porque al parecer el tipo es lo más parecido a «un vecino más de Gasteiz», uno más de la gran familia vitoriana. De convencernos de este último aspecto también se han encargado los medios, uniéndose en este caso las administraciones locales, que hasta han costeado estatua hiperrealista y todo al ladito mismo de la catedral que al parecer ha servido de inspiración a su última obra. (Voy primero con lo de la estatua y paso luego a lo de la inspiración, para que nos situemos, al menos yo).

Decía Ken en su discurso de agradecimiento que es «la única estatua dedicada a su persona que existe en el mundo». Imagino que el dato en cuestión lo aportaba a mero título informativo, aunque a uno le cuesta no entrever en sus palabras un críptico «ya era hora». Hombre, Ken, mira (me permito el tuteo por lo del paisanaje sobrevenido), que a mí como si le cambian el nombre a la ciudad y le ponen Follett City, pero vamos, que lo de las estatuas y reconocimientos similares creo yo que se quedan para obras mayores, y no para un especialista en best-seller, por muchos seguidores que arrastre. (Ojo. Yo, envidia cochina es lo que le tengo, con la mano en el corazón me confieso, lo que no quita para tratar de poner las cosas en su sitio). Por aportar un par de ejemplos, imagínense ustedes la carita que se les quedaría a nuestros paisanos Unamuno y Aldecoa si levantaran la cabeza. Décadas tuvieron que pasar en uno y otro caso para que las respectivas ciudades que les vieron nacer se animaran a incorporar a sus paisajes urbanos estatuas -o estatuillas, según casos- honoríficas. Pero a Ken se le ocurre decir que se ha inspirado en la catedral de Vitoria para su nueva novela-filón, y nos falta tiempo para buscar presupuesto con el que sufragar los gastos de la broncínea figura -muy atractiva, por cierto-. No me negarán que la cosa tiene su aquél. Porque el escritor tiene la misma vinculación con Vitoria que la que tengo yo con Navalmoral de la Mata. Que el tipo fue invitado en su día por la Fundación que se encarga de la restauración del templo por razones publicitarias, un gancho mediático como otro cualquiera. Mister Follett era hace tres años incapaz de señalar en el mapa la ubicación aproximada de Gasteiz, y hoy tiene su réplica metálica en pleno Casco Medieval. Todo un carrerón, estarán conmigo en eso.

Y lo de la inspiración es otra. El bueno de Ken se descolgó con eso como podía haber dicho que la visita a la ciudad había cambiado su concepción del mundo. (No se engañen, esta gente farfulla lo primero que le viene a la cabeza y al día siguiente ocupa titulares en todos los periódicos, que el mundo está así montado). A Ken le abrieron de par en par las puertas de la obra, los archivos, los estudios y no sé cuántas cosas más, y claro, ante tamaño bagaje, quién lo desprecia. Lo de la «inspiración» es lo único a lo que podía recurrir Ken para dejarse querer, porque la presencia de Vitoria en la novela es escasa. Tan escasa que se reduce a cero. En realidad, ¿qué razón habría para que fuera de otra forma? En el siglo XIV no había puente aéreo entre Kingsbridge y la Llanada alavesa.

Y alguien que esperaba turno para la firma del libro confesaba emocionado a las cámaras su ilusión porque «un nuevo Hemingway se hubiera dejado caer por estos lares», manifestando al mismo tiempo su esperanza de que Gasteiz se convirtiera en lugar de peregrinación mundial, como Iruñea. Impagable.

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