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Josebe EGIA

Dos malas noticias

Entre las noticias de la semana pasada, aparte de las políticas que escandalizan a cualquier demócrata, hay un par que me han alarmado: que la clientela de la prostitución es cada vez más joven y que los protagonistas de maltrato de género, también, son cada vez más jóvenes.

Son diversas, pero coincidentes, las fuentes que señalan que el acercamiento a la prostitución por parte de las nuevas generaciones resulta algo socialmente aceptado. Son muchas las despedidas de soltero, celebraciones deportivas, cenas de empresa o el remate a una noche de juerga que terminan en un prostíbulo. La oferta cada vez mayor y más barata, debido en gran parte a la explotación sexual de mujeres inmigrantes, es vista como una opción de ocio por los jóvenes. El perfil del cliente habitual -casado, con cargas familiares y entre 40 y 60 años- se ha rebajado a jóvenes sin compromiso y con una edad media de 30 años. Sin consideración ni empatía alguna con la situación de las mujeres que, en muchos casos, son obligadas a prostituirse y sin preocuparse por la trastienda del negocio, a menudo en manos de mafias, viven la prostitución como una diversión más. Ellos al fin y al cabo, como clientes, no tienen problemas, ya que el comercio del sexo sigue en el limbo jurídico: no es ilegal, pero tampoco legal.

Me resulta muy difícil entender cómo una generación que, teóricamente, ha crecido en una cultura más igualitaria y con muchos menos tabús sexuales no rechaza de plano el sexo de pago, expresión del machismo más rancio. La Asociación de Hombres por la Igualdad de Género, que entre otros muchos objetivos persigue la abolición de la prostitución, lamenta que «esta situación cada vez más normalizada, abunda en la cosificación de las mujeres. Para estos jóvenes, la mujer es un objeto, con un planteamiento tan descarado o más que hace años».

También me cuesta entender, y prácticamente por las mismas razones, que los que protagonizan casos de malos tratos sean cada vez más jóvenes. Especialistas en esta materia dejan claro que no existe un perfil ni prototipo de maltratador -los hay de todas las edades y en todos los estratos sociales- pero, a su vez, son los que están dando la voz de alarma de que el maltrato de género está siendo protagonizado por chicos de 18 a 25 años. Advierten de que muchos de estos casos corresponden a personas que, siendo adolescentes, ya manifestaban problemas de control de impulsos pero que nunca recibieron un tratamiento. Para combatir este problema defienden la vía de la detección precoz y, sobre todo, invertir en prevención entre los más jóvenes. Sin duda que esas dos medidas son válidas pero, me temo, que no suficientes.

Lo que me ha alarmado de estas dos malas noticias es que vienen a corroborar que en gran medida, en lo que a igualdad de género respecta, seguimos en el terreno de los discursos y que los problemas de fondo -valores y comportamientos- se siguen transmitiendo de generación a generación.

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