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Kosovo da paso a Bosnia y Herzegovina

Los Balcanes componen un sistema político, social y cultural complejo, en el que las crisis se solapan las unas a las otras. Parece como si al dar «carpetazo» a uno de los conflictos de la región el aire generado abriese otra puerta en otro de sus territorios. Así ha ocurrido sistemáticamente, por lo menos desde la independencia de Eslovenia en 1991. El último caso se remontaba al referéndum de Montenegro cuando, pese a la insistencia de todos los agentes implicados en desligar los diferentes procesos políticos de la zona, se reabrió el debate sobre el estatus definitivo de Kosovo.

Kosovo ha declarado por fin la independencia. Todas las pegas que se le puedan poner a la declaración unilateral reflejan mucho más las miserias de las Naciones Unidas y la comunidad internacional que la actitud de los kosovares. Sus grandes retos ahora son desarrollar un estado viable y real, a la vez que garantizar los derechos individuales y colectivos de las minorías. Sin descartar enfrentamientos puntuales -provocados desde Belgrado por elementos hegemonistas como el primer ministro Kostunica-, todo apunta a que el conflicto se desplazará ahora hacia Bosnia y Herzegovina. Concretamente a la República Srpska, de mayoría serbia. Una vez más, una resolución destapa otro conflicto latente, olvidado u ocultado por Occidente.

No es que esa tendencia al conflicto esté en la naturaleza de los Balcanes o de sus gentes, tal y como sugieren las crónicas amarillas y las fotos sesgadas que hemos recibido estos días desde Serbia y Kosovo. Es, sencillamente, que su naturaleza compleja no casa con las recetas simples de la «realpolitik» postulada por la comunidad internacional. Intentar aislar cada caso, hacer de todos ellos una excepción, supone desvirtuar la esencia misma de esos conflictos. Es cierto que la convivencia entre diferentes lenguas, memorias y credos no es sencilla. Menos aún cuando se han enfrentado en guerra abierta repetidas veces. Pero la raíz de los distintos conflictos es básicamente política. Por lo tanto, no tiene sólo relación con el pasado o con supuestas «esencias», sino sobre todo con los diferentes proyectos de futuro.

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