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Iñaki Urdanibia Doctor en Filosofía y crítico literario

Fútbol y mujer

Se regala a los niños la oportunidad de asistir a Anoeta, abriéndoles así sus horizontes a la tentación de hacerse socios, y se obliga a las madres a acompañar a sus hijos

Puede resultar engañoso el título con el que encabezo este comentario, de manera que quisiera aclarar, desde ya, para evitar que algún despistado o despistada siga leyendo desorientado por dicho encabezamiento y sea llevado a transitar por donde no quiere. No trato, desde luego, de referirme a aspectos deportivos, acerca de las bondades o maldades del ejercicio de ese deporte ( «es cosa de hombres» -como aquel brandy-, se suele afirmar con contundencia para embellecer las patadas, zancadillas, empujones, codazos...), ni tampoco el papel embrutecedor (alienador) de tal espectáculo como desahogo de la fiera que algunos llevan dentro, o como ensalzamiento de los colores patrios o locales («el mejor siempre será el equipo local», que dijesen los chicos de Decibelios); tampoco pretendo establecer ningún tipo de estadística acerca de cuántos espectadores (o practicantes) de tal actividad balompédica son masculinos y cuántos femeninos. No, la cosa va por otros derroteros que paso a explicitar.

En estos tiempos de agitada renovación directiva de la Real Sociedad, en la que su dirigente máximo lo tiene previsto todo, esto se traduce en todos los terrenos (disponemos del plan A que en caso de no funcionar será reemplazado por el B que tenemos previsto... y así, oye), si bien luego, en la práctica, parece ser -según cuentan- que la improvisación gana terreno de un día para otro de manera sorprendente (no cumplimiento de superfichajes prometidos, cambio de entrenadores, fracaso de directores deportivos que duran menos tiempo que una insignia del equipo en la puerta de un colegio, etc.).

Y precisamente de colegios quería hablar. Parece que en esta política de previsión de perfecta organización de las cosas, la Real -no sé si por ocurrencia de su hiperactivo presidente actual o de alguno de sus acólitos- se empeña en favorecer la afición de las mujeres hacia este esencial deporte para la marcha de los pueblos, de las ciudades, y de ésta muy en concreto. Y me explico. La entidad deportiva facilita entradas gratuitas para los niños en las escuelas siempre que éstos vayan acompañados al campo de Anoeta por sus amatxos, no por los aitatxos (que, en principio, seguramente se mostrarían más proclives a ir). La cosa se presenta como un acto de «discriminación positiva» (¡qué loable!); es decir, lo que interesa es que las mujeres se interesen por el fútbol, que le cojan gusto a una actividad de la que muchas de ellas no han disfrutado ni sospechado lo placentero que resulta, que se vean involucradas -quieran o no- al tener que acompañar a sus hijos que, obviamente, al ver la perita en dulce de poder ir al ver al equipo local por el morro, es natural que se pongan pelmitas, además de que el plan les resulta genial al coincidir allá con compañeros de gela y así. Así las cosas, parece que el truco (del almendruco) es descarado: si, por lo general, y lo digo ya que obviamente de todo hay en la viña del Señor, los hombres tienen más inclinación a dejarse arrastrar al fútbol, lo que hace falta es pringar a las mujeres -por medio de sus hijos- para derribar las posibles reticencias, o resistencias, a que sus niños asistan a esta actividad deportiva. Dicho de otro modo, se regala a los niños (de ambos sexos, es innecesario decirlo) la oportunidad de asistir a Anoeta, abriéndoles así sus horizontes a la tentación de hacerse socios, y se obliga a las madres a acompañar a sus hijos -a pesar de que ello les pueda resultar insufrible hasta la urticaria- para no disgustarles y evitar broncas, casquetas, etc.

¡Qué malpensado que eres, chaval! Si ellos dicen que es pura discriminación positiva, así será ¿no? Hay que convencer a las pobres mujeres de lo guachi que es el fútbol, hay que obligarlas a ser libres y disfrutar de lo que disfruta el género masculino desde hace siglos; vamos, que hay que hacer que no se sientan discrimi- nadas -ni incómodas- en medio de las berreantes masas de hinchas, bufandas, banderitas y turutas incluidas... En fin, que la Real de la noche a la mañana se ha convertido en vanguardia del feminismo más coherente y radical. ¡Venga ya!

A la presentación de esta benefactora, liberadora (hasta ilustrada, me atrevería a llamarla) iniciativa le faltaría exactitud si se dejaran de lado algunos aspectos que desde luego no tienen desperdicio y que completan lo dicho, y hacen que se comprenda que la cosa resulte más atractiva todavía: la manera de entrar al campo es organizada de tal modo que hay que reunirse con los organizadores del engendro mucho antes, el lugar donde se coloca a los chavales y a sus amas es de una comodidad esmerada (por ejemplo, detrás de una portería a ras de suelo, y en una silla de diseño), haciendo que si los chavales se levantan para poder ver algo son abroncados por los espectadores de pago de las localidades de atrás; la cosa es tan maravillosamente guay que se puede ver a madres -en su tarea, plenamente femenina ella, de cuidar de su prole- hablando por el móvil con sus maridos y señalándose la respectiva ubicación, maridos que están en las gradas con sus amigotes tranquilamente (bueno... dependiendo del resultado del partido). Al final, como culminación a la magnífica tarde de fútbol, se lía a los chavales para que participen en una rifa de algún asunto deportivo realista, con lo cual han de quedarse más tiempo todavía. ¡Qué maravilla!Todo sea por la «discriminación positiva» (?) ¡Qué buenos son los dirigentes de la Real, que llevan a las madres al fútbol y les hacen disfrutar de inolvidables horas de esplendor deportivo! ¡Se estarán dando cuenta de lo que se habían perdido hasta ahora, ellas! ¡Ya era hora!

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