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CRÓNICA Tom Waits en el Kursaal

El corazón nos hizo «crack» con el exquisito Tom Waits

Artista de culto, la exclusiva visita de tom waits a Donostia a suscitado un expectación inusitada y la tensión del inicio del concierto, explotó en una apoteosis final, ayer noche en el Kursaal.

Anartz BILBAO

El cuco tiene fama de ser caro de ver, pero se escucha con asiduidad en nuestros bosques y la creencia popular dice que conviene tener el «bolsillo caliente» la primera vez que se le oye en cada temporada, para vivir monetariamente holgado. Ayer, en plena crisis económica, fuimos apenas dos mil almas trastornadas las afortunadas de ver y escuchar, como «aristócratas de la música popular», al «cuco» Tom Waits, quien inició gira europea en Donostia vaciando, de paso, los bolsillos de los que creemos en el poder curativo de la música, y en que directos como el del californiano son capaces de mejorar -al menos por dos horas- nuestras vidas. Quizas por todo ello, por la particularidad del genial Waits, por la locura económica realizada o por que, convertido en acontecimiento social ineludible, para muchos aficionados era importante no faltar, la audiencia se presentaba expectante e incluso exultante media hora antes de que el de Pomona saliera -tras un retraso de media hora-, a escena. Entre el público, muchas caras conocidas e implicadas, de alguna manera o de otra, en el ambiente -o negocio- musical, además de artistas de muy diverso pelaje y algún que otro despistado que se acercó desde Sanfermines, según demostraba el atuendo rojiblanco de más de un asistente. En definitiva, nadie se quería perder la visita de un artista de culto que no se prodiga en esceso en escena.

Tom Waits, nacido en Pomona, California, en 1949, iniciaba en Donostia la gira «Glitter & Doom», tras editar en 2006 el triple trabajo «Orphans». Una gira con apenas una docena de fechas en Estados Unidos y quince en Europa, en apenas siete ciudades.

La noche se presentaba incierta, porque cuando, tras años y años de reposo, abres la botella de vino que reposaba en el rincón más recóndito de tu bodega, y has pagado muy muy bien por ella, es tan probable que el resultado sea soberbio como que salga picado. Además, el artista norteamericano jugaba ambiguo en el cartel de la gira, pudiendo ser un mago capaz de encantarnos con su polvo de oro, como un enojado homeless con intención de arrojarnos polvo a los ojos.

Apoteósico, desde el inicio

La incertidumbre, sin embargo, se disipó en cuanto, en medio de una atronadora ovación, el interprete saltó gesticulante a escena. Con traje oscuro y bombin, encaramado a una tarima en medio del escenario y bien arropado por su banda, compuesta por cinco elegantes y versátiles músicos, Tom Waits demostró ser un animal de escena, con el poder hipnótico de sus desgarradoramente bellas composiciones.

Envuelto en una polvareda que levantaba al zapatear el tablado, Tom Waits voló gesticulante en el Kursaal y enardeció a la audiencia desde que rompió el silencio, siendo más de una, aquí y alla, las personas que no pudieron aguantar sentadas y se pusieron a bailar en cuanto sonó el primer acorde de un concierto memorable que nunca, nunca olvidaremos.

En medio del éxtasis final, nos sumergimos en la fresca y húmeda noche de la ciudad extasiados por haber visto a un verdadero genio de la música popular. Nadie se acuerda ya, y dificilmente se arrepiente, de haber pagado tanto por otro tanto. Sin duda el estadounidense es un artista único e irrepetible, pero nos preguntamos si aún puede quedar algún otro Tom Waits, tocando solitario el acordeón, en las callejuelas de Kinsasa, Varsovia o Nueva Delhi.

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