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Maite SOROA | msoroa@gara.net

La esencia misma de la democracia

Para nadie es un secreto que el PNV lleva mal lo del desalojo de Ajuria Enea, pero es curioso ver cómo quienes hasta ayer le bailaban el agua empiezan a buscar distancias.

Ayer, en «El Correo Español», Kepa Aulestia afeaba a los jelkides sus críticas a la aplicación de la Ley de Partidos que ha terminado por arrollarles. Dejaba sentado el ex secretario general de EE que «la oposición a la ley de partidos desencadenó una confrontación que a punto estuvo de desgajar las instituciones vascas del marco constitucional al que pertenecen. Eso es lo que hubiese ocurrido si las posturas se hubiesen enconado un poco más a cuenta del `caso Atutxa', o no hubiera mediado la providencial disolución del Parlamento vasco. Cuatro años después, la sola mención a la anulación de D3M y de Askatasuna para negar la naturaleza democrática del reparto de escaños el pasado 1 de marzo vuelve a poner en solfa la lealtad constitucional del nacionalismo». Ahí está la clave: la lealtad constitucional. Lo dice el que pronunció aquel célebre «sí inequívoco» a la Constitución española.

Según Aulestia, «el PNV ha llamado a la izquierda abertzale a cortar amarras respecto a ETA, pero nunca la ha emplazado públicamente para que se avenga a acatar la legalidad establecida por la ley de partidos, siquiera formalmente. Es decir, el PNV siempre ha sido consciente del vínculo de dependencia que existe entre la banda terrorista y la trama de organizaciones que le han dado amparo público, pero no ha querido asumir que tal estado de cosas resulta intolerable para cualquier sistema democrático». O sea, que la Ley de Partidos es la flor de la democracia. Bueno es saberlo.

Y al final, el columnista reconoce que «la suma de los votos cosechados por PNV, Aralar, EA, más los anulados con la papeleta de D3M, representa un porcentaje mayor que los votos constitucionalistas». Pero siempre hay un pero: «Pero si dicha suma no ha prevalecido es porque una parte del nacionalismo vasco juega al margen y contra las normas democráticas, que son las que hacen posible la convivencia entre diferentes en Euskadi». Insiste el tío: «normas democráticas». ¡Qué chiste!

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