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Una solución que ponga fin a la reiteración de los hechos y de los discursos

Desde que el PSOE y el PP alcanzaron el acuerdo para que Patxi López ocupara Ajuria Enea en aplicación de un fraude electoral que únicamente está avalado por la Ley de Partidos que elaboraron esas dos mismas formaciones, toda la maquinaria ideológica y mediática del españolismo se ha dedicado a difundir el mensaje de que «las cosas van a cambiar en el País Vasco» en un tono que, en ocasiones, roza lo profético. Y en los últimos siete días, esos mismos portavoces de la razón de Estado pretenden hacer ver a la ciudadanía que ya se han dado «los primeros cambios» impulsados por el nuevo Ejecutivo de Lakua. Sin embargo, la realidad de los hechos es muy difícil de esconder ante la opinión pública, y mucho más difícil todavía es que cambie algo sustancial en los discursos de los dos partidos que, alternándose en La Moncloa, han desarrollado una misma estrategia hacia Euskal Herria durante las últimas décadas. Una estrategia que tiene como finalidad última hacer desaparecer al independentismo vasco, el auténtico enemigo de «la unidad de España».

Escuchando el discurso pronunciado ayer en Bilbo por Patxi López al finalizar la manifestación contra ETA convocada por el propio lehendakari tras el atentado que costó la vida a uno de los jefes de la Brigada de Información de la Policía española en Bilbo, ningún análisis serio puede sustentar esa idea de que «las cosas están cambiando». El discurso de López, en lo ideológico, es el que ha mantenido el PSOE durante décadas, el discurso con el que gestionó la etapa de la guerra sucia, el mismo discurso con el que Barrionuevo o Corcuera acudían a los funerales de guardias civiles o policías muertos en acciones de ETA, el mismo que mantiene Rodríguez Zapatero tras abandonar la vía de la negociación y el diálogo.

La única vía que reaviva la esperanza

Precisamente, esa vía es la única que ha abierto paso a la esperanza en la ciudadanía vasca, y también en la española, cada vez que las autoridades de Madrid han asumido públicamente que la solución al conflicto tiene que llegar a través de un proceso negociado. Ésa es la realidad, les guste o no a quienes ayer se sumaron al tan desgastado mensaje de dureza policial y aislamiento político-social -con aportaciones de tanto calado «democrático» como la de la presidenta del Parlamento de Gasteiz- y, por ello, en estos momentos se debería imponer la reflexión, y no el espíritu de venganza, como punto de partida de cualquier iniciativa política que pretenda incidir en el escenario del conflicto que vive Euskal Herria.

Que sea la izquierda abertzale la que con más ahínco y perseverancia apuesta por andar ese camino no otorga a esta propuesta un carácter partidista. «El diálogo y la negociación son (...) las únicas herramientas eficaces para una resolución democrática al conflicto político y armado, las únicas herramientas que permitirán llevar a este pueblo a un escenario de paz y democracia». En esos puntos suspensivos sólo faltan estas palabras: «para la izquierda abertzale», aunque para que esa declaración tenga un contenido eficaz es necesario que ese paréntesis sea más amplio y que el resto de agentes implicados lo suscriban con la misma determinación que lo hace esa formación y sin poner en cuestión la legitimidad de ninguna de las opciones políticas avaladas por la sociedad vasca.

El camino contrario es el de quienes abogan por imponer la censura en los medios de comunicación, el de quienes intentan imponer sus sentimientos nacionales al resto de la población, el de quienes convierten su modelo político en cuestión de fe.

En su discurso de ayer, Patxi López hizo un llamamiento a la sociedad vasca «para que se ponga en pie con la dignidad de los justos; para abrazar al que piensa diferente; para defender al que tiene otra identidad; para preservar lo mejor de nosotros mismos: la convivencia de los distintos y la libertad de los iguales». Sacadas de contexto y eliminado otras partes de su intervención, esas palabras podrían tener encaje en la senda hacia el diálogo «entre distintos», pero su insistencia en contraponer la defensa absoluta de «los suyos» -que es como reflejaría un observador imparcial sus constantes alusiones a «los nuestros»- con la igualmente absoluta persecución de «los otros» convierte ese discurso en un obstáculo objetivo para avanzar hacia la resolución del conflicto. Y eso lo saben muy bien López y el resto de dirigentes de su partido que, no hace tanto tiempo, compartieron protagonismo con la izquierda abertzale haciendo crecer la esperanza entre la ciudadanía de este país.

Mientras no se retome esa vía será difícil escuchar novedades relevantes en los discursos de las formaciones políticas ante hechos que se repiten cíclicamente. No obstante, para cambiar la realidad lo verdaderamente necesario es que se produzcan nuevos hechos y, por ello, es necesario que la ciudadanía exija nuevos pasos hacia el acuerdo entre diferentes y que los representantes políticos los hagan efectivos.

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