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ANÁLISIS I Modelo escolar y modelo de fútbol base an Gipuzkoa

¿Por qué hay tantos obstáculos para que los niños jueguen a fútbol?

El fútbol guipuzcoano vive en las dos últimas décadas un conflicto por la apuesta por un modelo de deporte escolar que impedía a los clubes entrenar a niños hasta los 12 años. Su fracaso ha llevado a cambiarlo por otro en el que siguen los obstáculos para jugar a fútbol. Un niño en Gipuzkoa al que le guste el fútbol no puede entrenarse hasta los ocho años y, si hay un problema y no puede jugar en su colegio, está prohibido hacerlo con otro y hasta los 12 no podrá disputar un partido organizado.

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Joseba ITURRIA I

Estos días se ponen en marcha el deporte escolar y las escuelas de fútbol. En Gipuzkoa, hasta los 8 años, Tercero de Primaria, se pueden realizar cantidad de actividades, deportivas y extradeportivas, fuera del horario escolar, pero no se puede jugar a fútbol de forma organizada. A los 8 años y hasta los 11 se pueden jugar partidos únicamente entre colegios y en un trimestre al año en cada deporte.

Hasta 2006 sólo se podía jugar a fútbol esos cuatro años en los centros escolares y los clubes sólo podían entrenar y competir a partir de los 12. Antes y ahora son continuas las limitaciones para que los niños puedan jugar a fútbol con constantes pulsos entre clubes y Diputación, que se agarra a una Ley del Deporte Escolar que buscaba que todos los niños practicaran varios deportes en su colegio porque la mayoría quería y quiere jugar a fútbol.

Ese modelo ha sido un fracaso y poner tantas limitaciones ha provocado el efecto contrario. A finales de los 80 y primeros de los 90, Gipuzkoa tenía cantidad de equipos en la élite del baloncesto y balonmano masculino y femenino. Las plantillas estaban repletas de guipuzcoanos y el problema era que no había dinero para pagarles. Ahora sí se da dinero al club que se potencia y sólo hay uno de élite por deporte y género y casi sin guipuzcoanos. Y salen deportistas de élite en especialidades no incluidas en la oferta habitual de los colegios.

Los grandes motivos del fracaso son no admitir que los niños juegan al deporte que quieren y que los entrenadores del deporte escolar en muchos casos -sí los hay que tienen personal cualificado-, son menores de edad o personas sin capacidad ni conocimientos del entrenamiento ni del trato a tener con los niños.

Por ejemplo, en una ikastola ejemplar como Amara Berri, todos los padres valoran muy mal las actividades extraescolares deportivas. Se presentan escritos de queja y el responsable admite que el problema es recurrir a menores de edad, que ni hacen caso a lo que les dicen, pero se justifica por falta de recursos económicos porque reciben poco dinero para eso y la dificultad de encontrar personas más cualificadas. Se ofrece ayuda para buscar jóvenes de 20-25 años que quieren sacar el título de entrenadores y aceptarían encantados coger experiencia con niños por parte de lo que pagan los padres, pero se rechaza y se prefiere seguir con chavales incapaces, no ya de entrenar bien, sino de evitar y solucionar problemas entre niños.

Si uno sale llorando diciendo que no quiere jugar en su ikastola por un problema y por escrito y en una reunión se pide información y buscarle una solución, ni se ponen en contacto para tratar el caso. Un colegio sabe que no debe hacerlo bien para que sus alumnos se apunten a las extraescolares deportivas porque si no se inscriben no pueden jugar un partido hasta los 12 años. Y si un niño no se apunta por un problema, deja de ser un problema.

Está prohibido aceptar a niños de otros centros y ni los que tengan problemas pueden hacer deporte en otros colegios, salvo casos excepcionales que analice la Diputación y dé el visto bueno. Desde 2006 sí hay la alternativa de las escuelas de fútbol de los clubes, que reivindicaban poder entrenar a los niños desde antes y lo hacían. O incumplían las directrices de la Diputación o colocaban entrenadores suyos en las ikastolas. Ante esa petición y el fracaso de este modelo, Diputación, Real y Federación Guipuzcoana firmaron un acuerdo en el 2006 por el que los clubes podían tener escuelas con niños de 8 años en adelante. Entre las normas a cumplir se incluía que «estarán abiertas a todos los chicos y chicas que quieran participar en ellas, es decir, no se podrá realizar selección alguna en función de las habilidades deportivas».

«No vengáis más aquí». Algo que tampoco cumplen algunos. Por ejemplo, el Lengokoak se ha pasado las últimas semanas haciendo selecciones. Se invitaba a todos a acudir y, tras un entrenamiento de una hora, el director de la escuela, Iñigo Pazos, les decía a los que no tenían el nivel que querían -con niños y padres delante-: «No vengáis más aquí». Más allá de incumplir una norma, no se puede ser tan cruel e inhumano. Es duro ver a niños de siete-ocho años llorando o con la cara desencajada porque no les dejan jugar al fútbol. Y eso en un club que uno no recuerda que haya dado un jugador de Primera ni de Segunda desde que Arkonada pasó a la Real en 1969.

Si quieren tener sólo a buenos jugadores basta con ir a ver partidos de niños a las escuelas y hablar con sus padres para llegar al cupo fijado y así ni debe abrir las puertas a nadie ni hacer selección. Claro que eso supone más trabajo y hacer lo que se critica al Antiguoko, que busca fichar a los mejores de cualquier edad que ve en otros clubes y colegios. Por suerte, la mayoría de los equipos no funcionan así y acogen a todos los niños que van, pero en un mundo lleno de limitaciones, sólo pueden disputar partidos oficiales los mejores a los 11 años. Los demás, algunos amistosos.

Es una selección casi definitiva. Es bueno para todos que en un club haya un equipo de cada año con los de más nivel y otro con los de menos y que compitan en distintas categorías. Pero deberían jugar y entrenar igual para facilitar que todos puedan progresar y disfrutar. El modelo actual impulsa una división casi definitiva porque se busca que cada club tenga un equipo con los mejores y que, desde los 11 años, a ese grupo se le destinen los mejores técnicos y más horas de entrenamiento en la tecnificación. El resto ni tecnifica, ni juega partidos oficiales ese año y, aunque al siguiente pueden hacerlo, casi se les invita a dejarlo. Parece que es el objetivo, que no haya tantos niños que jueguen a fútbol.

La Diputación fomenta el elitismo. En lugar de destinar el dinero a buenos entrenadores para los colegios para que su modelo escolar funcione para todos, el destinado al fútbol base está dirigido en buena parte a pagar a técnicos para los mejores. Y se dan grandes cantidades a clubes profesionales en lugar de ayudar mejor a los que más hacen por el fútbol y por la sociedad. La Diputación debería primar a los que fomenten la práctica deportiva entre los jóvenes y compensarles con una cantidad por cada chaval que tengan, por ejemplo, hasta los 21 años. Sin embargo, casi se pretende lo contrario, porque el objetivo que se marcaron al presentar este modelo era que, cada año, de 3.000 niños uno llegue a la élite. Por suerte, Gipuzkoa no ha necesitado ningún modelo para que lleguen más. ¿No es mejor marcarse el objetivo de que el máximo jueguen al deporte que quieran, aunque sea el fútbol y tengan menos nivel? ¿No es mejor que estén ocupados a las tardes y los fines de semana y animarles a una vida deportiva y ale- jarlos de los graves vicios que cada vez tienen antes los jóvenes?

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