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Las series de TV se han convertido en las FM del nuevo siglo

Una nueva morada para el rock

La cantidad de teleseries que conviven en la parrilla estadounidense a la vez puede alcanzar el medio centenar. A eso hay que sumarle los productos propios de cada país. Minutos y minutos semanales dedicados a la industria audiovisual, donde las grandes multinacionales de la industria discográfica han visto el último filón promocional al que agarrarse.

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Izkander FERNANDEZ | BILBO

Es un hecho: la música entra mejor con imágenes cuando se pretende que el consumo sea rápido. De la misma forma, una canción puede ayudar a mejorar un ejercicio audiovisual acentuando aspectos como la nostalgia o la ironía. Los primeros fotogramas de «True Blood» muestran una sociedad actual en la que los vampiros se han acogido a una legislatura conjunta con los humanos. Una especie de tratado de no agresión con ambas partes comprometidas. Bien, ese es el punto de partida, los créditos de inicio, apoyados por una gran canción de Jace Everett, sirven de perfecto resumen para conocer lo que realmente se esconde en el subsuelo.

En el minuto y medio que dura la pieza, el creador Alan Ball describe la sociedad sureña de EEUU como un animal putrefacto, encadenado a unos vicios históricos que apenas han dado paso a la evolución. Religión integrista, tensiones raciales, paletos, prostíbulos, sexo en los billares, moteles de carretera y viviendas infectas. Incluso un cartel en el que puede leerse «Dios odia los colmillos», en clara alusión a una sociedad que ha aceptado a los vampiros como miembros activos. Everett y Ball han dicho más en noventa segundos que los cinco minutos iniciales del piloto. La selección musical del primer capítulo hacía lo propio. «True Blood» es una historia del sucio sur de EEUU, uno de los pocos lugares yankees con mitología propia. De esta forma, Joseph Arhtur, Lucinda Williams, Southern Culture On The Skids, Jesse Sykes And The Sweet Hereafter, Josh Ritter y Kim Lenz & The Jaguars, se dan la mano para recrear musicalmente ese mundo anclado en la superstición que vive a medio camino entre la oscuridad de la leyenda y su naturaleza soleada.

De carácter más costumbrista, «October Road», que apenas duró un suspiro en el aire, también utilizaba el rock como transmisor. La historia se centraba en la vuelta a casa de un escritor atascado que partió diez años antes como mochilero, pero que nunca regresó. La radiografía de sus antiguos amigos no puede ser más directa: se reúnen para hacer playback de grandes clásicos del rock. Un claro ejercicio de nostalgia. Desde Thin Lizzy a Reo Spedwagon, pasando por Jackson Brown, Boston o Jefferson Starship. Magia atemporal en forma de canción.

Flexibilidad

Los creadores buscan una herramienta en el rock, una nueva dimensión que sirva para redescribir la propia escena y apoyar el recuerdo del televidente. Pero, indudablemente, la industria musical busca la promoción dentro de un medio flexible que emite semanalmente en períodos de tres o cuatro meses y, en algunas ocasiones, dos veces al año. Colar el nuevo single de Beyonce o Coldplay en los momentos iniciales de una esperada temporada de una serie de éxito es un caramelo estratégico al que las maltrechas compañías discográficas no pueden negarse. Además, la flexibilidad no viene únicamente por el carácter semanal que facilita la incursión de cualquier canción. El propio montaje televisivo dota de mayor dinamismo a la transacción. Si es una escena amorosa, caben trescientos temas, si es una nostálgica, ídem. Hay miles de canciones para cada momento.

La edad de los guionistas, creadores y encargados de las bandas sonoras de las series actuales es un dato capital a la hora de analizar parte del fenómeno. Las referencias musicales que se dan en los guiones y parte de la propia selección musical parece realizada por un ejército de profesionales nacidos entre 1972 y 1978. Las décadas de los 80 y los 90 aparecen reiteradamente en diálogos y motivos de atrezzo.

En «One Tree Hill», drama juvenil de instituto, una de las protagonistas conduce un descapotable rojo, posee una impresionante colección de vinilos, su madre la concibió tras un concierto de Paul Westerberg (colíder de Replacements) y un tal Mick Wolf, encarnado por John Doe (miembro de los míticos X), acaba siendo su padre. En «Gossip Girl», otro dramón para quinceañeros, uno de los protagonistas militó en una banda de los 90 que se quedó a las puertas del éxito, mientras que otra protagonista afirma en un capítulo haber sido groupie de Jane's Addiction.

Créditos

Los créditos de inicio son las nuevas obras de arte producidas por esta unión entre industrias de la televisión y la música. Con la cadena HBO a la cabeza, y como en el ejemplo expuesto con «True Blood», los pequeños clips que sirven de presentación alcanzan una dosis de acierto descriptivo muy alto. «A Dos Metros bajo tierra», «Deadwood» y «Carnivale» son claros ejemplos del buen hacer de HBO. Colecciones de cromos acompañados por una sintonía que muestran en pocos golpes el espectáculo narrativo al que el televidente va a asistir en los próximos minutos.

Aunque quizá el paradigma de la dimensión narrativa que puede alcanzar un crédito de inicio que dura en torno a un minuto sea el de «Dexter». Esta serie, emitida por el canal Showtime, cuenta las aventuras que corre un asesino de masas que se investiga a sí mismo, ya que es policía forense. Con clave de humor negro y una melodía irónica, un acto tan rutinario como el desayuno es retratado de forma ambigua con referencia a cuchillos, sangre, cortes, cuerdas y asfixia. El día a día de un asesino para el que matar es como respirar.

Videoclips de diversas disciplinas artísticas

Con la MTV obligada a subsistir gracias a descerebrados realitys, las series de televisión son el nuevo escenario para que la música y las imágenes se fundan. Las escenas finales de cada capítulo, esas de varios minutos en las que se intercalan momentos que abordan las resoluciones, pueden ser considerados los nuevos videoclips. El éxito del momento se convierte en un aliciente más para la trama y la colección de imágenes atractivas que apoyan cada tema musical, expanden la idea del fan, dotándolo de carácter interdisciplinar.

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