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Amparo Lasheras periodista

Sentimiento, lucha y compromiso

El día del Aberri Eguna es uno de esos días que tocan la fibra más cercana al corazón. Un día en el que una siente de manera especial el ser o sentirse vasca. Un día, en definitiva, en el que mires donde mires sólo ves Euskal Herria. Las cimas, los valles, el mar, la lluvia, las nubes grises, los pueblos, las ciudades, la gente y hasta la calle de todos los días. Por unas horas el sentimiento y el convencimiento se estructuran en el amor por lo que vivimos y conocemos, por lo que nos enseñaron y aprendimos sin saber que tan sólo con vivir ya somos parte y construimos la historia de un pueblo, el nuestro, Euskal Herria. Como han dicho los poetas, la patria se lleva en el corazón, se recuerda en unos versos y se muere con ella en cualquier rincón del mundo. Es lo que hemos sido y lo que somos, y también lo que seremos. Resguardar y defender el derecho a ser hoy y mañana necesita algo más que poesía y sentimiento. Necesita lucha, acción política y compromiso.

Desde la primera convocatoria, celebrada durante la II República, el 27 de marzo de 1932, el día del Aberri Eguna ha sido y continúa siendo la reivindicación constante de un pueblo por su derecho a ser libre, el grito independiente y rebelde de Euskal Herria frente al nacionalismo español. Los que siguen mis artículos se habrán percatado de mi afición, o para ser más exacta, de mi pasión por el cine. Pertenezco a esa generación que antes de descubrir al Che, París y cantar a Bob Dylan o Ez dok amairu, se entusiasmó con Gregory Peck y lloró desconsoladamente con Bambi. Por ello no deben resultar extrañas mis alusiones al séptimo arte, aunque alguien pueda pensar que es políticamente incorrecto, sobre todo, cuando se habla de cosas tan serias como la independencia de Euskal Herria.

En «Casablanca» se narra una secuencia inolvidable, de esas que llegan hasta el fondo de no sé qué sentimiento y emocionan. Me refiero a la escena en que los oficiales alemanes entonan una canción del III Reich y el jefe de la resistencia en Europa ordena a la orquesta interpretar «La Marsellesa». Es el momento de la rebelión, cuando todos los clientes europeos del café de Rick, hombres y mujeres, contrabandistas, refugiados, jugadores, camareros, músicos, incluso los militares a las ordenes del Gobierno de Vichy se ponen en pie hasta silenciar a los alemanes con el grito final y rotundo de «¡Vive la Libertè!». Tal vez esa secuencia represente sólo un símbolo, una imagen de película para denunciar la ocupación nazi, pero lo cierto es que ahonda en el sentimiento de orgullo de pertenecer a algún lugar, de tener un pueblo que recordar, una lengua en la que cantar. Profundiza en la defensa de lo que te arrebatan, de la propia libertad e identidad. Tal vez sea ese mensaje de rebeldía, de coraje y valentía imprevista ante el enemigo, la razón, el porqué de la carga emocional tan intensa que da carácter a la escena y hace y estallar los sentimientos del espectador.

«Casablanca» se rodó en 1943. Y en aquel año, igual que ahora, la dictadura franquista negaba y expoliaba los derechos de Euskal Herria y castigaba a su población con el mismo odio y la misma crueldad de los nazis en la Europa ocupada. Lo triste es que el cine nunca se ocupó de Euskal Herria y nunca tuvimos un exótico café donde escribir la historia y ahogar los burdos cánticos del franquismo. A pesar de ello el Aberri Eguna permaneció en el corazón colectivo del pueblo vasco como el homenaje a esa patria libre, liberada y secreta a la que poder volver algún día. Ahora, en el año 2010, seguimos sin película propia y sin un café glamuroso de soñadores y de cínicos utópicos. Tenemos mucho más porque sabemos lo qué queremos y a dónde vamos. En otras palabras, conservamos una patria a la que cuidar, un país que construir y, lo más importante, un legado político y un futuro por el que luchar.

Hoy, en este mismo año, en esta primavera de sobresaltos en la que el Gobierno español busca desesperadamente la eliminación política de la izquierda abertzale y hurga en los métodos más sucios del fascismo para cambiar las leyes a su antojo y mantener el fraude electoral de las últimas elecciones, contra todo pronóstico y augurio político, el Aberri Eguna se presenta como una señal de partida hacia la Euskal Herria independiente que la mayoría de la sociedad vasca desea y anhela. La convocatoria del próximo domingo, 4 de abril, en Irun y Hendaia, realizada por miles de personas de la red Independentistak, sin distinción, unidas únicamente por el sueño y la idea de una Euskal Herria independiente, se escucha como los primeros acordes de la música rebelde que silenciará el griterío de quienes, aquí y en Madrid, niegan el derecho del pueblo vasco a ser y decidir.

Al principio de este escrito decía que para defender el derecho a ser hoy y mañana se necesita algo más que poesía, cine y sentimiento. Decía que se necesita lucha, acción política y compromiso y, también, responsabilidad. Por eso la izquierda abertzale se ha unido a la convocatoria de la red Independentistak y recorrerá el camino de una frontera impuesta al lado de todos los hombres y mujeres que creen y están dispuestas a trabajar por la la independencia de este pueblo. Porque, por encima de las coyunturas y de las ofensivas irracionales del Gobierno de Rodríguez Zapatero, los militantes de la izquierda abertzale mantienen el compromiso expresado en el manifiesto de Altsasu y en las conclusiones del debate interno, recogidas en el documento «Zutik Euskal Herria». Porque saben que la fuerza de la voluntad popular enriquece el trabajo y la lucha y que no existen causas perdidas cuando se cree en los objetivos marcados. Es la diferencia, el matiz esencial que distingue al patriota del patriotero. La demagogia, de la responsabilidad política y la firmeza ideológica, de los intereses del pesebrismo político. En este Aberri Eguna del 2010 habrá ausencias demasiado previstas, fuerzas políticas, como Aralar, que dispersaran sus discursos sin mirar a Euskal Herria, en actos desvalidos de verdad, argumentados con excusas y razonamientos revestidos de posibilismo, sonriendo a Madrid y al PNV y, como ellos, temblando de miedo ante el futuro que, sin duda, comenzará a vislumbrarse en Irun. Y no es por meter el dedo en el ojo, pero quizás habría que advertirles que el miedo y la inseguridad a perder el trocito de poder que se tiene, suele ser un problema de solución compleja que, por extrañas leyes y cuando existe un conflicto, tiende a inclinarse al lado de quien esgrime la fuerza y no la razón. La historia lo ha demostrado en éste y también en otros países y conflictos. Es algo que ya deberían saber y, si no es así, tiempo han tenido de aprender, otra cosa es que no quieran hacerlo.

El 4 de abril es un día señalado en el nuevo camino que parte de este pueblo está dispuesto a andar. Una cita importante porque como bien dice la izquierda abertzale puede suponer descerrajar la puerta hacia un nuevo ciclo político, hacia el derecho a decidir y por lo tanto hacia la independencia. Una convocatoria que sirva para demostrar a Madrid que sus maneras y sus imposiciones de fascista consentido ni nos gustan, ni las queremos, ni estamos dispuestos a sufrirlas de por vida. Una secuencia imprescindible en el guión que queremos escribir sobre una realidad ilusionante y, reconozco, que difícil, aunque nunca imposible.

Cuando el próximo domingo, Aberri Eguna del 2010, camine hasta el puente de Santiago y vea acercarse la marcha desde el otro lado del Bidasoa, quisiera sentir la misma emoción incomprensible que me embargaba en aquel cine de butacas rojas, cuando se apagaban las luces grises de la realidad franquista y, en la pantalla, Victor Laszlo, dirigente de la resistencia europea se ponía en pie y silenciaba al fascismo con una canción. El 4 de abril sentiré que somos un pueblo y sé que entre el sentimiento, la lucha, la acción política, el compromiso y un poco de poesía, Euskal Herria existirá.

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