Después de la mano tendida que José Luis Rodríguez Zapatero lanzó a los representantes del PNV en el Parlamento de Madrid durante el Debate sobre el Estado de la Nación española la semana pasada, los líderes jeltzales habían situado el Pleno de ayer en el Congreso de los Diputados como una prueba de la verdadera voluntad negociadora del PSOE. Tanto Iñigo Urkullu como Josu Erkoreka habían planteado que su posición sería muy exigente de cara a este preludio a unas más que probables negociaciones. En ese sentido, presentaban quince resoluciones para ser sometidas a votación en el Pleno. En principio, la posición del grupo socialista al respecto determinaría las opciones de que el PNV valorase, siempre tras una negociación que se preveía dura, apoyar los próximos presupuestos y dar estabilidad al Gobierno español. Vista la debilidad que padece Zapatero en estos momentos, parecía que el PNV podía forzarle a mostrarse magnánimo. Lo cual tampoco debería ser a estas alturas garantía de que fuese a cumplir su palabra, visto lo ocurrido con la sociedad catalana.

Sin embargo, el PSOE no dudó en «cepillarse» trece de esas quince propuestas, con el agravante de que las únicas que aprobó fueron las referidas a incentivar la inversión en la máquina-herramienta y el cumplimiento de compromisos previos sobre la Fuente de Espalación de Neutrones. Es decir, apoyó aquellas que de por sí respaldaba previamente y liquidó el resto, todas aquellas que tenían relación con «el autogobierno pleno, la voz [de Euskadi] en Europa y el respeto al reflejo de esta sociedad», según los principios establecidos por el propio Urkullu. Sorprendentemente, la respuesta del PNV fue invitar al PSOE a mostrarse más receptivo en setiembre.

No tiene sentido mostrarse tan contundente con unos principios que a las primeras de cambio vas a guardar en la cartera. Con este proceder el PNV no responde ni al mandato de su base social, ni a sus promesas electorales, ni al momento político que vive Euskal Herria.