La vertiente más importante de mi trabajo es la de llevar la música clásica a los jóvenes
DIRECTOR DE ORQUESTA
Valery Gérgiev, director titular de la Orquesta Sinfónica de Londres y de la Orquesta del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, y uno de los grandes directores estrella de la actualidad, está en Donostia junto con la orquesta rusa para inaugurar la Quincena Musical con dos conciertos en torno a compositores rusos, y un tercero dedicado a Berlioz junto con el Orfeón Donostiarra.
Mikel CHAMIZO | DONOSTIA
Hace tres días estuvo en los populares Proms londinenses, y hace dos, actuó en Salzburgo con un programa dedicado a Mahler. Recién llegado a Donostia, donde va a dirigir los tres primeros conciertos sinfónicos de la Quincena Musical, Valery Gérgiev encontró un hueco para reunirse con GARA justo antes de de lanzarse a los ensayos de los ballets de Stravinsky que dirigió ayer en el Kursaal.
Nuevamente en Donostia. Es su cuarta visita en los últimos años. ¿Le gusta volver por aquí?
Estoy muy contento de estar aquí otra vez. Además, he estado ya con mis tres orquestas principales, la Sinfónica de Londres, la Filarmónica de Roterdam y la del Teatro Mariinsky, y las tres veces han sido gratas visitas. La acústica del auditorio es buena, la ciudad es preciosa y la comida es muy buena.
Dos de esas orquestas que ha nombrado, la Sinfónica de Londres y la del Mariisnky, son con las que trabaja asiduamente, de las que es usted titular. Una británica, la otra rusa. ¿Qué diferencias encuentra entre trabajar para una o para la otra?
Primero, déjeme hablar de lo que tienen en común, que es sencillamente que ambas orquestas son muy buenas. En ese aspecto, son similares. Ahora, en cuanto a las diferencias, digamos que la Orquesta del Teatro Mariinsky, al ser una orquesta de foso, toca una enorme cantidad de repertorio de ópera y de ballet, que es la piedra angular de nuestra programación en San Petersburgo. También tocamos repertorio sinfónico, pero no es nuestra prioridad. En cambio, la Sinfónica de Londres está mucho más centrada en el repertorio sinfónico y menos en la ópera. London más repertorio sinfónico. Los músicos de la orquesta del Mariisnky tienen una emisión del sonido muy controlada en base a su trabajo constante con cantantes de ópera, a los que no pueden sobrepasar. Los de la Sinfónica de Londres no tienen que preocuparse tanto por este aspecto. Estos cometidos diferentes dan un carácter distinto también al sonido de cada orquesta.
¿Se adecúa cada uno de esos sonidos característicos también al repertorio ruso y británico, respectivamente, o el de los repertorios es un asunto indiferente?
El hecho de que la sonoridad sea distinta, no es algo que realmente importe a la hora de tocar repertorio ruso o británico. La Orquesta del teatro Mariinsky toca Delius o, como dentro de dos días en la Quincena Musical, grandes obras sinfónico-corales de Berlioz. Por su parte, la Sinfónica de Londres, siendo una orquesta británica, se adapta perfectamente bien a la música de Rachmaninov, como ejemplo de un compositor ruso que acabamos de grabar muy recientemente con esta orquesta. En contrapartida, con el Teatro Mariinsky acabamos de registrar el «Parsifal» de Wagner, que a lo mejor alguien podría pensar que no es demasiado adecuado para un teatro de ópera ruso. Lo importante es que las dos orquestas pueden enfrentarse muy bien a todos los repertorios diferentes, ya sea música rusa, alemana, francesa o británica, y mi labor es encontrar un plan equilibrado para que ambas sigan desarrollando su repertorio y creciendo en calidad.
Lleva usted veintidós años al frente del Teatro Mariinsky, en una época en que, cada vez más, los directores cambian cada pocos años de orquesta, van picando de flor en flor sin comprometerse demasiado tiempo con ninguna. Dado su caso, a usted se le puede considerar uno de los últimos maestros de capilla que quedan en el mundo. Siendo usted una estrella en el firmamento de la dirección orquestal, y teniendo tantas posibilidades de trabajo como pudiera desear, ¿por qué sigue insistiendo año tras año con la Orquesta del Mariisnky?
Mi razón para continuar es que todavía no he terminado mi trabajo con la Orquesta del Mariinsky. Y, cuando digo la orquesta, quiero decir, en realidad, toda la institución del Mariinsky, que incluya a la orquesta, el coro, la ópera y el ballet. Dentro de dos años esperamos contar con una segunda casa de ópera paralela a la que tenemos ya. Tal y como ocurre en París, que tienen el Palais Garnier y la Ópera de la Bastille, que tienen una misma gestión, el Mariinsky también va a tener dos casas de ópera, una junto a la otra, que van a ofrecer una programación más ambiciosa y alternativas estéticas para nuevos públicos. A eso hay que sumar, además, el auditorio de conciertos que ya se construyó hace tres años, lo que va a convertir al Mariinsky en una de las instituciones musicales más grandes del mundo. Y eso, yo quiero estar ahí para verlo. Además, soy ruso y, de momento, tampoco me apetece cambiar de domicilio.
¿Cómo va a ser esa nueva casa de ópera?
La nueva casa de ópera del Mariinsky va a ser más moderna en todos los sentidos, desde un punto de vista arquitectónico, de equipamiento, de maquinaria, etcétera. Tenga en cuenta que el Mariinsky histórico tiene ciento cincuenta años de antigüedad. No se puede agrandar ni se le puede hacer una reforma demasiado radical. Hay que conservarlo o perdería parte de su sentido histórico. Por eso la nueva casa de ópera va a ser completamente nueva y va a estar al lado del actual Mariinsky.
Acaba de llegar de los Proms londinenses y de Salzburgo, donde ha estado dirigiendo Mahler. Ahora, en Donostia, se va a enfrentar con tres programas tremendamente exigentes y completamente diferentes entre sí. Es una de las cosas que más sorprenden de usted, su enorme capacidad de trabajo y la intensidad con que lo desarrolla. ¿Es algo innato o aplica algún método infalible para lograrlo?
Pasa una cosa con los directores, y es que, independientemente de nuestros gustos musicales, tenemos que poder dirigir un repertorio muy amplio. No podemos centrarnos en dos compositores, por mucho que nos apasionen esos dos compositores, porque el público nos pide constantemente que le demos muchas obras diferentes de treinta o más autores. Por eso, los treinta primeros años de mi vida yo me los pasé estudiando repertorio, la mayor cantidad de obras posible. Conseguí hacer crecer mi repertorio muy rápido, y ahora, que ya lo conozco y lo domino, voy eligiendo de ese repertorio lo que más me apetece hacer a cada momento. Es importante, además, ir aumentando también en calidad, no solamente en cantidad. El cerebro de un director tiene que trabajar muy intensamente, tiene que estar muy entrenado para ir aprendiendo siempre obras nuevas y, al mismo tiempo, ser capaz de profundizar cada vez más en las que ya se conoce.
Para el concierto del domingo ha elegido obras de Rodion Shchedrin, muy popular en Rusia, pero quizá algo menos para el resto del público europeo. ¿Por qué lo ha elegido?
Porque Shchedrin es uno de los grandes compositores vivos. He dirigido una cantidad considerable de su música en los últimos años, entre ellos su última ópera, «Enchanted wanderer», y es de una calidad indiscutible. Moderna, sí, y exigente también, pero sobre todo muy buena. Estoy seguro que al público de Donostia le va a gustar mucho la música de Shchedrin. Además, el pianista que va a tocar su «Concierto para piano nº5», Denis Matsuev, es un músico brillante.
En el concierto del lunes va a colaborar, por fin, con el Orfeón Donostiarra.
Llevo escuchando muchas cosas buenas del Orfeón Donostiarra desde hace mucho tiempo, y realmente tengo muchas ganas de trabajar con él. Suelo trabajar frecuentemente con los mejores coros del mundo, como el de la Radio Suiza, de la Radio de Berlín o el propio del Teatro Mariinsky. Tengo curiosidad por conocer al Orfeón Donostiarra.
Hace unos días ha recibido un premio de la UNESCO por su trabajo con la Orquesta de la Paz Mundial. ¿Le gustaría trascender de la música a la política, como en el caso de Barenboim, o este premio es algo colateral a su carrera?
Definitivamente no quiero convertirme en una figura política. Pero llevo doce años trabajando con la Orquesta para la Paz Mundial, que reúne a músicos de setenta países diferentes. Tenemos instrumentistas palestinos e israelíes, también chinos, japoneses y coreanos, y bastantes que provienen de países poco frecuentes en el mundo de la música clásica. La orquesta pretende englobar y hacer trabajar juntos a estos músicos, y me parece una iniciativa positiva y loable. Yo, por mi parte, intento hacer bien mi parte, que es ayudar a la gente joven. Porque, de todas las vertientes de mi trabajo y de toda mi actividad, lo más importante para mí, sin duda alguna, es la actividad educativa, como la que hacemos en San Petersburgo con conciertos y funciones de ópera para estudiantes, tanto escolares como universitarios. Es algo vital para el futuro, y es también lo que más me gusta hacer.
La jornada inaugural de la 71. Quincena Musical estuvo menos poblada de conciertos que en ocasiones anteriores: nueve espectáculos entre recitales y proyecciones, frente a los quince o más que solían apoderarse de todos los rincones de la ciudad en pasadas ediciones. Cosas de la crisis. La de este año, no obstante, ha tenido un sabor particular, mezcla de música contemporánea y sonidos rusos. La nueva música fue, de hecho, la protagonista absoluta de las sesiones matinales: a las 12.00, en la Sala Club del Victoria Eugenia, el prestigoso pianista Juan Carlos Garvayo, especializado en repertorio contemporáneo, presentó en Donostia «Una Iberia para Albéniz», doce piezas escritas por compositores en activo rindiendo homenaje a esa obra maestra del piano que es «Iberia». Fueron muy variadas en su estética y en su calidad. Algunas evocativas de paisajes, como «Costa da Morte», de Marisa Manchado, frente a las que rendían tributo a la escritura pianística de Albéniz, como «La Cimbarra: Roca rota». de David del Puerto. Algunas de un hermoso dramatismo, lleno de poesía, como «Mundaka», de Erkoreka, frente a otras sencillamente vulgares, como «Garajonay», de Zulema de la Cruz. Dejamos el Victoria Eugenia y, tras una carrera hasta el Ayuntamiento, llegamos a tiempo para escuchar la última parte del recital del Cuarteto Isasi, que ofreció una meritoria versión del precioso «Cuarteto de cuerda nº2» de Borodin, además de encargarse del estreno de la obra ganadora del X Concurso de Composición Pablo Sorozabal, «Senderos», de Pablo Borrás, una pieza correctísimamente escrita pero sin personalidad, diseñada para ganar concursos.
La tarde comenzó a las 17.00 con una proyección de la película «Impromptu» de James Lapine, que repasa la vida de Chopin. Ya a las seis, hubo que elegir entre tres conciertos simultáneos. Uno a cargo de Landarbaso Abesbatza en el Salón de Plenos del Ayuntamiento, con un programa variado que incluía piezas de Miskinis, Whitacre, Sarasola o Cosseto. El segundo, nuevamente contemporáneo, tuvo lugar en la Sala club del Victoria Eugenia, y estuvo a cargo de B3, un conjunto de violín, clarinete y piano que ofreció piezas de autores en voga como Voro García, otros ya asentados, como Benet Casablancas o José Manuel López-López, y un estreno vasco, el de «Lilura», de Maite Aurrekoetxea. El tercero de los recitales, fue también el más familiar, con los coros Araoz Gazte, Araoz Txiki y Easo Txiki, que cantaron, junto con un pequeño grupo instrumental, bonitas piezas de Guridi, David Azurza, Xabier Sarasola e Iñigo Peña.
A las 20.00 horas comenzaba la gran cita del día con la Orquesta del Teatro Mariinsky y los tres ballets más populares de Stravinsky. Pero aquellos que no pudieron o no quisieron asistir tuvieron también sus buenas alternativas de casa. Por un lado, el espectáculo «Rusia, de los principados al imperio», protagonizado por el Coro Easo, y que fue una estupenda guía introductoria a ese repertorio tan importante para los rusos como es el coral. Fue en la Iglesia de Zorroaga. Mientras tanto, en la de San Vicente, el Loinatz Abesbatza y la organista Koro Saenz presentaron músicas de Tomás Garbizu, entre ellas el estreno de la «Misa Papa Juan XXIII».
M.C.