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El actor austrÍaco galardonado con un Óscar resulta ser alemán

Austria está perpleja: en marzo celebró por todo lo alto que el Óscar al mejor actor secundario lo obtuviera Christoph Waltz por su interpretación del papel de oficial de las SS en la película "Inglourious Basterds", de Quentin Tarantino, pero desde el miércoles pasado el mundo germanohablante sabe que el galardonado no es austríaco, sino alemán.
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Ingo NIEBEL

Para entender el impacto de esa noticia hay que ser consciente de que, a veces, los alemanes se llevan con los austríacos como los vizcainos con los guipuzcoanos, y viceversa. Christoph Waltz «dejó» de ser austríaco después de que su madre, Elisabeth, explicara al diario sensacionalista alemán «Bild» que «su padre Johann era alemán y por eso Christoph nació en Viena, siendo ciudadano alemán». Esta frase convierte al actor en un piefke, palabra nada agradable con la que los austríacos tildan a sus vecinos germanos cuando éstos no saben contener su arrogancia e ignorancia.

Mientras el shock es grande en la República alpina, los medios alemanes aprovechan la noticia para llenar el tradicional vacío informativo de verano con artículos sobre este curioso desliz de los ösis (denominación de origen poco amable para los austríacos). De hecho, parece que Waltz incorporó tanto lo de ser austríaco que incluso hablaba con un fuerte dialecto de la capital austríaca, por lo que en su primera película, realizada en 1980, le tuvieron que doblar al alemán batua para que se le entendiera en otras zonas de habla alemana.

Para salvar la imagen del país en el ámbito cinematográfico, el Gobierno de Viena estudia la posibilidad de concederle la ciudadanía austríaca al actor que dejó de serlo. El hecho podría causarle problemas a Waltz, ya que el Estado alemán no suele tolerar la doble ciudadanía salvo en contadas excepciones. Aparte de eso, posee ya la Green Card de EEUU, el permiso de trabajo, que en adelante podría convertirse en otro pasaporte.

El caso de Waltz quizás es el más curioso de los protagonizados por ciudadanos de ambos estados durante las últimas décadas. El más sonado es el del austríaco Adolf Hitler. El «führer» nazi recibió su pasaporte germano en 1932 para poder competir en las elecciones presidenciales. Si el Estado alemán hubiera tenido el interés de parar las ambiciones del líder nazi, lo podría haber hecho negándole la ciudadanía del Reich. El pasado demuestra que las intenciones eran otras y es por eso que surgieron una serie de acontecimientos ya históricos que inspiraron al director estadounidense Quentin Tarantino para abordarlas en su película "Malditos Bastardos", título que, a su vez, ha lanzado la carrera de Waltz.

Se trata de un «típico» filme de Tarantino, en el que el director utiliza la capacidad creativa del cine para convertir en caricatura las películas de guerra de Hollywood. En "Malditos Bastardos", un grupo de «guerrilleros» anglosajones y alemanes, liderados por el teniente Aldo Raine, interpretado por Brad Pitt, tiene que volar un cine de París con Hitler dentro. El oficial yanqui encuentra su antagonista en el coronel de las SS Horst Landa, encarnado por Waltz. Este caracterizado por ser políglota, con una voz suave que sintoniza con sus modales de caballero de salón y que no tiene nada que ver con la imagen hollywoodiense del oficial nazi que grita, soltando palabras, pero apenas frases, al bien conocido son de un muy germánico «Jawoll, mein Führer». Detrás de esta fachada de educación burguesa, Tarantino dota a Landa de un buena porción de la sí muy típica brutalidad de las SS.

A fin de cuentas, "Inglourious Basterds" es, con sus caracteres caricaturizados, la antítesis de la película alemana "El Hundimiento", de Oliver Hirschgiebel, que relata los últimos días de Hitler. Este filme se caracteriza también porque la fuerza de imaginación del cine es utilizada para llevar los testimonios de los testigos presenciales y las investigaciones de los académicos a la gran pantalla.

A cambio, a Tarantino no le interesa crear esa supuesta autenticidad sino la paralela del argumento general esconde sus muy peculiares mensajes para contrastar la dictadura que Hollywood ejerce mediante sus estereotipos sobre este género de películas.

Uno de esos mensajes es una frase que el teniente Aldo Raine repite varias veces: «El nazi que deja su uniforme con la cruz gamada deja de ser reconocible como nazi y eso no lo puedo permitir». Acto seguido saca su inmenso cuchillo de caza para dejar grabada una gran svástica en la frente de los pocos nazis que va a dejar escapar. El coronel de las SS Landa corre la misma suerte, aunque a cambio de su traición al «führer» ha negociado una vida acomodada en EEUU con la secreta Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), germen de la CIA.

Con la figura de Landa, Tarantino ha creado una variable que alude a varios auténticos oficiales de las SS que sí negociaron su supervivencia con la CIA. Uno es el jefe de la Gestapo Heinrich Müller, en paradero desconocido, aunque se han hallado rastros suyos en archivos de la inteligencia estadounidense. Otro, el «carnicero de Lyon». El capitán de las SS, Klaus Barbie, operó con el beneplácito de la CIA en América Latina. En 1987, Bolivia le entregó a la República francesa, donde murió en la cárcel en 1993. El «organizador de la solución final», Adolfo Eichmann, vivió en Argentina hasta que el Mossad se lo llevó en 1960 a Israel, donde fue ejecutado en 1962. Mucho mejor parado salió Otto Skorzeny quien, protegido por el dictador Franco, se hizo millonario en Madrid, donde falleció en 1975.

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