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Iñaki Egaña Historiador

Armas de destrucción masiva

Lander Fernández ha sido condenado a tres años de cárcel por transportar, que no vender, boletos para un sorteo a favor de los presos vascos. Si los hubiera vendido, la pena sería de seis años. Sin relación con Lander, en febrero de 2010, el extremeño José Iguri fue condenando a seis años de prisión por la Audiencia Provincial de Cáceres por intento de homicidio. Había asestado un puñalada en un bar a un parroquiano.

En octubre de 2010, el guardia civil Alberto M. M. fue condenado también a seis años de prisión, en Valladolid, por intento de asesinato. Tiroteó a un joven con el que había tenido una discusión. Se equivocó de objetivo. En 2002, la Audiencia de Madrid condenó a José María Rodríguez Colorado, entonces director de la Seguridad del Estado, a seis años de prisión por apropiarse de 89 millones de pesetas de los fondos reservados del ídem, para su disfrute personal.

Madrid, Valladolid, Cáceres... Santutxu. ¿Importa el origen? ¿Importa la filiación de los detenidos? Parece que sí. De lo contrario no se explica que la misma condena se aplique a delitos diferentes. Vender boletos pro amnistía tiene el mismo castigo que la corrupción de los altos cargos del Estado, incluso que los intentos de homicidio o asesinato.

Parece que acabamos de nacer ayer, pensará más de uno. Quizás sea cierto. Y quizás sea cierto porque, a pesar de lo que me digan los habituales de foros y demás, nacer vasco ya lleva consigo un plus de delincuencia. Nacemos marcados, como los nobles de sangre azul, como aquellos que transmiten sus lunares por los genes, como esos otros que arrastran el mote familiar por generaciones.

Si a eso unimos el que los instructores de las academias policiales presentan lo vasco como susceptible hace años de subversivo y ahora de terrorista, tenemos el resultado apetecido. Vasco no es aquel que vende su fuerza de trabajo en Euskadi, que diría un marxista de los años 60, aquel que tiene sus apellidos euskaldunes, según Sabino Arana, o el que habla euskara, que diría Jean Haritxelar. Vasco es el español infame, por tanto, un ente (¿individuo?) sin derechos.

¡Ya está el exagerado de Egaña!, gritará alguno de los que subrayan artículos de la prensa separatista. ¿Exageración? Pasen y vean lo que, en los últimos años ha sido decomisado por las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Decomisado a ciudadanos vascos. No me invento nada. Mis fuentes son los sumarios que se encuentran de libre acceso en esa red tan extensa que llamamos Internet.

En primer lugar ordenadores. Todo el mundo tiene un ordenador en casa. El primero de octubre de 2010, el diario «El País» decía que el 68,7% de los hogares españoles tenía un ordenador. Entre los vascos, el ordenador adquiere la dimensión justa. Es un arma que aparece en las incautaciones, como si fuera cocaína o un mausser. Los pendrive son peor que las balas asesinas que se llevaron a Salvador Allende. Javier Salutregi, director de «Egin», fue acusado de terrorista por tener una clave para acceder a su ordenador, tal y como la tienen la mayoría de mortales.

Los soportes para escuchar música son otra de las debilidades de los terroristas vascos, a decir de los incautadores. Centenares de los mismos, incluidos modernos ipods, mp3s y vestugos radio-cassetes, han acabado en los depósitos policiales. Entre los CDs, lo que se han llevado de las casas nos lleva a pensar que más de un agente o juez sólo escucha música de Manolo Escobar o La Pantoja. De una vivienda de Sestao se llevaron una recopilación de Reincidentes, «Tratando de sobrevivir». ¿Delito? Eso precisamente. Morir en vida.

Camisetas. En la razia contra jóvenes independentistas que se produjo hace ahora un año, los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, decomisaron algunas camisetas con la efigie del Che Guevara. Quizás tuvieran razón. El guerrillero argentino-cubano fue un peligroso revolucionario. En Getafe, cerca de Madrid, una calle lleva el nombre de Comandante Ernesto Che Guevara. ¿Conocen a Pedro Castro? Yo tampoco. Pero sé que no está en prisión. Es el alcalde de Getafe, el de la calle al peligroso revolucionario.

Camisetas Dos. Estrellas de cinco puntas. Decomisadas por doquier, en decenas de viviendas vascas. El primero de los significados de la estrella de cinco puntas es bíblico. El segundo esotérico, el tercero satánico... cientos de significados, decenas de países en el mundo con estrellas de cinco puntas, desde EEUU a China, desde la de la Comunidad de Madrid (Esperanza Aguirre, extrema derecha por si no lo sabían) a la de Europa, sobre fondo azul. La lista interminable. ¿O será la historia como escribió Michael Ende? Una estrella de cinco puntas en la camiseta de un vasco es símbolo inequívoco de terrorismo. Como una cinta de la Orquesta Mondragón en el coche de un islamista, como una bolsa de Eroski en la maleta de un viajante.

Libros. Nueva lista interminable. Los autores están diversificados, desde Lenin hasta el que escribe estas líneas han sido decomisados, como si fueran animales en vías de extinción en la valija de un importante diplomático. Se lleva la palma, sin duda, el italiano Luigi Bruni y su historia de ETA, un libro escrito hace 30 años, con refritos de otros textos, del que han sido incautados decenas de ejemplares. El otro día lo descubrí en la Biblioteca del Congreso de Washington (EEUU), la mayor del mundo.

Por esa sencilla regla de tres que se aplica en la Audiencia Nacional (por ejemplo, el que calla, a pesar del aval constitucional, otorga, ergo tiene algo que esconder), espero sentado en la taberna de mi barrio a que un diligente juez pida la extradición a James H. Billington, director de la biblioteca.

En esta lista de libros incautados, cuidado con la tinta que es un peligroso corrosivo que deshace las meninges de los más débiles, aparece una biografía de Argala editada ya hace 11 años. El libro en cuestión ha sido confiscado como prueba de cargo en numerosos domicilios. Un rápido vistazo por las bibliotecas del país nos llevaría a la conclusión de que son muchas las estanterías que lo guardan. ¿No habían caído en ello? La biblioteca municipal de Gasteiz es una de las que han delinquido. Y, por supuesto, la Biblioteca Nacional española, que tiene tres ejemplares.

Pegatinas. La lista es tremendamente significativa. Mujeres que piden elegir su destino, incineradoras cancerígenas, trenes de alta velocidad que arrasan el entorno, comida saludable, reivindicación del euskara, no a la pena de muerte... pegatinas que ya delinquen por el hecho de tener adhesivo. ¿Saben en los cuarteles que es la democracia?, ¿qué es la discrepancia?

Camisetas, banderolas, ikurriñas, crespones negros, pines, mecheros, recordatorios, ¿qué pensar cuando en los informes confunden «independencia» con «indecencia». ¿Qué pensar cuando en una relación de incautaciones delictivas el policía apunta «una postal escrita al parecer en alemán». ¿Es el alemán una lengua muerta sobre la que no hay peritos capaces de identificar? ¿Se habla en las selvas más impenetrables de Borneo? O, por el contrario, fue la lengua de Zhu Wen cuando estableció la dinastía Liang en China, allá por el año 907 de nuestra era?

El arrano beltza, emblema del rey navarro Sancho Azkarra (1194), es otra de los iconos que, sistemáticamente, es objeto de incautación. La mayoría de los reinos medievales utilizaron el águila en sus banderas, los franquistas la pasearon por sus campos de muerte y terror. Y los vascos, 800 años antes de nacer ETA, ya plantaron las raíces de su uso fraudulento. Adelantados, como nadie, a su tiempo.

El colmo le sucedió a mi vecino Josemari. Compró en la ferretería una olla. Estaba hasta las narices de entregar cinco de sus horas a cocinar las alubias. El tiempo es oro, le dijeron. En la olla, después de una noche a remojo, la legumbre no necesita más que 10 minutos. Lo comentó Argiñano en televisión. El otro día, Josemari recibió un susto de muerte. Un equipo de intervención policial entró en su casa. Y se llevó la olla después de un aparatoso registro. Al día siguiente la prensa explicaba que las armas de destrucción masiva que no habían aparecido en Irak se encontraban en Andoain, precisamente en la despensa del pobre Josemari, que ya no volvería a comer alubias en su vida.

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