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Baluches de Afganistán, Entre la insurrección y la hambruna (IV)

Condenados a sobrevivir en una tierra devastada por la guerra y la sequía, los baluches de Afganistán son otro de los pueblos que conforman el multicolor mosaico étnico del país. Y, al igual que pastunes, tayikos y uzbecos, su tierra también ha sido dividida por las arbitrarias fronteras en el mapa de Asia Central.

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Karlos ZURUTUZA

 

Si se pregunta al paquistaní o al iraní de la calle qué piensa sobre los baluches, de sus respectivos países, la respuesta automática suele ser «son terroristas», a la que se le añade «y traficantes de droga» si nos encontramos en el lado persa de la frontera. Sin duda, el mensaje interesadamente distorsionado de Teherán e Islamabad sobre esta minoría cala hondo entre la población.

Pero cuando se pregunta a un afgano de la calle su opinión sobre los baluches en su país, a menudo esboza una leve sonrisa antes de contestar. Y es que las imágenes que un afgano tiene de un baluche son las de familias de nómadas desplazándose por el desierto con sus camellos; mujeres de piel oscura vestidas de vivos colores (raramente bajo un burka) o niños limpiando sus características alfombras azul oscuro; sin duda, las más «sufridas» para una vida que transcurre al aire libre. Se trata también de impresiones dibujadas sobre clichés pero, a diferencia de cómo ocurre en los países vecinos, el sentimiento general podría resumir a menudo en una sola frase:

«Los baluches son gente humilde que no da problemas».

Daulat Popal, profesor de historia de la universidad de Kabul, coincide a la vez que aporta otras claves.

«Por su posición estratégica y, sobre todo, por sus mil kilómetros de costa a las puertas del Golfo Pérsico, los baluches gozaron del favor del Kremlin durante la ocupación del país», explica este catedrático pastún. «Entre otras cosas, Moscú financiaba los campos de entrenamiento de los Marri (clan baluche insurgente de Pakistán) en Afganistán pero fue la agenda nacionalista de este pueblo el principal obstáculo a la hora de extender el comunismo entre los miembros de esta etnia», añade Popal, para quien los baluches son también «un pueblo pequeño [apenas el 3% de la población afgana] pero muy combativo».

Aún hoy, los insurrectos baluches de Pakistán siguen encontrando refugio en Afganistán. No en vano, es un número de teléfono afgano el que hay que marcar para conseguir una entrevista telefónica con Brahamdagh Bugti, líder de la guerrilla baluche secular y marxista. Se dice que tienen sus campos de entrenamiento en las regiones de Kandahar y Zabol, pero un reciente cable filtrado por Wikileaks apunta a que el joven Bugti podría encontrarse fuera del país.

Por otra parte, los insurgentes baluches de Irán también cruzan la frontera en busca de refugio en Nimroz, la única provincia de Afganistán donde esta minoría es mayoría.

baluches del norte y «Alianza del Sur»

Aunque hoy repartidos por todo el país, los baluches de Afganistán se siguen concentrando en las provincias sureñas de Helmand y Nimroz. Esta última es un lugar eminentemente estratégico: fronterizo con Irán y Pakistán e «incrustado» entre las insurgentes Farah y Helmand. Sorprendentemente, en Nimroz no hay presencia de las tropas de la coalición ni del Ejército afgano, lo que no quiere decir que se trate de una región al margen de la guerra: «Los talibanes controlan las zonas de Delaram, Khashrod y la zona fronteriza con Pakistán, pero Zaranj (capital de Nimroz) está bajo control de Kabul», asegura Abdul Jabar Purdely, un baluche que es hoy jefe de la policía local.

Superior directo de Purdely es Karim Brahui, actual gobernador de la provincia de Nimroz, quien fuera una pieza clave en el rompecabezas de la miríada de movimientos insurgentes en la historia reciente de Afganistán. Si bien se han escrito volúmenes enteros sobre Ahmad Sha Massud (aquel comandante tayiko al que, prácticamente, se le atribuye haber derrotado él solo a los rusos en Afganistán), poco o nada se sabe de lo que sucedía en el extremo opuesto del país. Según parece, también hubo algo parecido a una «Alianza del Sur»; nos referimos al «Frente de Nimroz», un movimiento que fundó Brahui en 1979 y que lideraría contra rusos primero y talibanes después, lo mismo que el deificado Massud.

«Se trataba de un grupo esencialmente baluche pero también había pastunes. Golpeábamos al enemigo y nos refugiábamos después en Irán», recuerda Brahui desde su despacho en Zaranj.

«No teníamos contacto con los movimientos del norte pero el nuestro perseguía los mismos objetivos: luchar contra todo aquel que quisiera invadir el país», apunta el que es, muy probablemente, el baluche más conocido de todo Afganistán. Y es que en el espacio de tiempo entre su vida de comandante y su puesto de gobernador, este antiguo mecánico de armas fue también ministro de fronteras y refugiados durante seis años. Hoy asegura que, lejos de desaparecer, el Frente de Nimroz sigue vivo desde su puesto de gobernador provincial.

Frontera con Irán, Pakistán y «África»

«Somos uno de los pueblos más pequeños de Afganistán y vivimos en las regiones más alejadas de la capital. Es mucho más habitual que viajemos a Irán que a Kabul», explica Kamal. Este hombre que rondará los cincuenta regenta una tienda de teléfonos móviles en el bazar de Zaranj. Como la mayoría aquí, el género lo importa desde Irán e incluso las transacciones se realizan en tomanes iraníes, y no en afganis. Nada extraño si tenemos en cuenta que, desde este mismo lugar, se puede llegar andando a la frontera en escasos 30 minutos; ésa que trazaron los ingleses en el XIX para repartirse las cartas en el «Gran Juego» de Asia Central contra los rusos.

«Estudié en Quetta (Baluchistán Oriental) pero cuando llegaron los talibanes me marché a Zahedan (Baluchistán occidental)», recuerda Kamal, mientras desembala una caja de móviles fabricados en India que trajo su hermano ayer a través de la frontera.

Kamal pertenece al clan de los Narui, uno de los más grandes de la zona, que bien podría ser el paradigma de familia dividida por las tres fronteras que aquí confluyen. Muchos como él han pasado los últimos años dando saltos a través de la frontera según la coyuntura. Pero también son legión los que no tuvieron dónde ir durante la represión de los mulahs.

Puede que las abigarradas callejuelas del bazar de Zaranj nos recuerden a las de cualquier otro de Oriente Medio pero, en apenas diez minutos en coche, uno cree haber llegado al mismísimo corazón de África: casas de adobe, sin luz ni agua, distribuidas a ambos márgenes de un camino de tierra reseca; ovejas y cabras «pastan» entre montones de basura y niños de cabeza rapada cargan bidones de agua del río Helmand sobre sus burros en horario escolar. Se trata de la aldea de Nasrabad, pero la estampa es la misma en la vecina Haji Abdurrahman, así como la mayoría de las localidades baluches diseminadas por la provincia más remota de Afganistán.

«Nuestra necesidad principal aquí es el agua. Sabemos que aprender a leer es importante pero todavía lo es más regar las huertas y dar de beber a nuestros animales», explica Nobat, un baluche local, junto a una acequia maloliente de la que bebe agua su burro.

del censo

es el porcentaje que representa la población baluche sobre el total de habitantes de Afganistán. Pese a no ser muchos, son «un pueblo muy combativo».

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