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Raimundo Fitero

Tocino

 

Es indudable que el gobierno de ZP es uno de esos conglomerados de personajes de segunda fila dedicados a convertir ocurrencias en dogmas, capaces de cambiar de criterio tres veces en una frase sin subordinadas y empeñados en batir el récord galáctico de confundir el tocino con la velocidad. Es como una tertulia de televisión pero con el BOE para perpetrar sus melonadas. Su objetivo es flotar en su propia polución mental, en su falta de ideas, mantenerse lanzando las tonterías más absurdas de un equipo al borde de la multiplicación por cero.

La Dirección General de Tráfico tiene bastante más importancia que la ministra de Economía. El mejor cuentachistes es un tal Sebastián, que empezó su revolución de ahorro energético discutiendo sobre la corbata con ese señor tan sospechoso de connivencias con dictadores actuales en Guinea, que preside nada menos que el Parlamento español. Es el mismo que da alas tarifarias a las eléctricas, se supone esperando un puesto cuando acabe de arruinar al consumidor, que no sabe qué hacer con la energía nuclear, o sí sabe pero no se atreve a contarlo y que en compañía de todos los otros guionistas de este Club de la Impostura que parece el consejo de ministros han dado un paso al frente para que se les señale por la calle como tontos inútiles: intentar engañar al ciudadano rebajando la velocidad en autopistas a ciento diez kilómetros por hora.

Si me lo contase un ministro de Gadafi, me sonreiría, pero contado, alabado, por un químico, como Alfredo Pérez Rubalcaba, solamente puedo retener mis reacciones primarias. Si me dicen que la limitación de velocidad ayuda a combatir el efecto destructor del cambio climático, se lo compro, pero para siempre. Pero que me diga que ahorraremos los usuarios no sé cuantos millones en combustible y que eso ayuda a que el Estado ahorre dinero, es una simple idiotez. El Estado vive de los impuestos de los combustibles, tabaco y alcohol. Ya lo sabemos todos, lo hacen para entretener, para recaudar más en multas, para hacerse notar, pero digan también, a qué primo de quién se le ha encargado cambiar las señales, o ponerles pegatinas. Estos se creen que el tocino es de oveja.

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