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Aitxus Iñarra Profesora de la UPV-EHU

El impostor

La figura del impostor, simulador, suplantador de identidades , es tratada en este artículo en el que se hace una lectura crítica de un modelo de sociedad donde se privilegia la mentira y la impostura y se hace un uso habitual de la opacidad y el ocultamiento. La autora se pregunta, a este respecto, si nosotros mismos vivimos a través de creencias o situaciones que nos «normalizan» ante los demás o si nuestra existencia responde a nuestra verdadera naturaleza.

Qué es la plaza del mercado? De acuerdo con Anacarsis, un lugar donde se engañan los unos a los otros, una trampa. En 1621 R. Burton continúa preguntándose en su obra Anatomía de la melancolía: ¿Qué es el propio mundo? Un vasto caos, una confusión de tipos diversos, tan inasibles como el aire; el teatro de la hipocresía; una escena donde se murmura; la escuela del desvarío; un campo de batalla donde, lo quieras o no, debes luchar y vencer, pues si no serás derrotado.

La mentira y el ejercicio de la impostura, conductas humanas que remontan desde antiguo, se manifiestan de múltiples modos, burdos y sutiles. Se trata de una transmisión cultural antigua basada en el deseo de controlar al otro y el mundo. De ella derivan discursos fabuladores, que se han extendido ininterrumpidamente hasta la era atómica.

Así, hoy en día, en la sociedad de la ganancia, han llegado a ser tan usuales la doblez y el arte de amañar, que uno sin darse cuenta se ha convertido en cómplice de tal falsificación, compartiendo con el otro el simulacro. La utilización de la opacidad y el ocultamiento tienen aquí un por qué y un para qué. En un mundo de máscaras, la simulación es un hecho social e individual recurrente. Vivir desde la apariencia se ha convertido en un requerimiento y en una necesidad. La percepción distorsionadora que este hecho implica tiene como centro una identidad dependiente del logro. De donde lógicamente derivan comportamientos que se han convertido en habituales como la prevaricación, el fraude, la corrupción, la ambivalencia calculada, sacar tajada política o económica, la especulación financiera, el silencio artero...

Sin embargo, del uso y la imposición como pensamiento de la verdad y la autenticidad no hemos salido mejor parados. Tal manipulación impuesta durante siglos a lo largo y ancho del planeta no ha hecho sino generar confusión y error, junto a sometimiento e insatisfacción. Esta persistente intervención ha creado en el mejor de los casos certidumbres prestadas, condicionando y estructurando la vida y la conducta de los seres humanos. Aunque simultáneamente ha generado el descreimiento y escepticismo, el rechazo, en definitiva, a la verdad suministrada. Es por ello que, paradójicamente, vivimos cada vez más en la incredulidad, ya que la interesada falsificación ha traído la división del ser humano en raza, religión, nación, ideología, clase social...

Falsear, fingir, embaucar al otro se hace por múltiples razones, pero en todas ellas subyace la obtención de algún tipo de beneficio. Por ello la simulación se convierte en algo muy común. Muchas veces el engaño es estimulado por la idea del que dirán, es decir, por la idea de lo que los otros puedan pensar de lo que uno dice o hace. La impostura es, además, un modo habitual de presentarse ante el otro. La cortesía y los cumplidos pueden resultar también en más de una ocasión formas falaces de relación, sean a modo de protección hacia uno mismo o para hacer la vida más agradable.

Asimismo, para no quedar expuesto a peligros más graves, el fingimiento puede resultar ser necesario para la supervivencia. Existe, además, la simulación compulsiva cuando uno se inventa ante el otro permanentemente, como el dios Proteo, por el placer que de esa transformación permanente extrae. De todas estas formas de falsificación de la propia identidad o imagen nos interesa aquí la del impostor. Éste es un ausente de si mismo, un desconocido. Alguien que fingiendo ser otro encierra en sí mismo la inconsistente gloria de un poder falso. A fuerza de tanto simular uno queda atrapado en la representación de su propio personaje. El farsante enmascara lo real. En una sociedad en la que se privilegia la mentira no es extraña la figura del simulador. Ya no se sabe qué es lo simulado y qué lo real, donde comienza lo uno y acaba lo otro. Con programas como los reality shows, la mediatización de la política, de la vida social y la cultura, asistimos a la supresión de lo natural.

La apropiación de una identidad, de rasgos y pautas diferentes a los propios constituye una suplantación y está estimulada por el deseo de ser alguien distinto de sí mismo, llegando en ocasiones a identificarse totalmente con ese otro personaje. Es el caso de Bertone, en el film el general Della Rovere de Rossellini, un hombre embaucador y vividor que termina siendo detenido por los nazis en la Génova de 1943. Éstos le ofrecen la posibilidad de librarse de la prisión, a cambio de hacerse pasar por el general Della Rovere en la galería de los presos políticos a fin de poder identificar al jefe de la Resistencia. Él acepta de mala gana. Sin embargo, el asunto evoluciona de tal manera que interioriza su papel y termina voluntariamente delante del pelotón de fusilamiento.

La imagen, personalidad y rol social de Della Rovere va calando en la mente de Bertone. Asumiendo su manera de ver y sentir, Bertone se transforma en un personaje que no es. La simulación se transforma en verdad para el sujeto que la practica. Asimila al individuo a la condición de lo fingido, lo irreal. La simulación es en realidad una escisión que vive el ser humano actual a través de la máscara de sus múltiples yoes, huéspedes que se han adueñado del lugar del anfitrión. Es mediante esta suplantación como se oculta de manera rotunda lo natural y se delinean nuevas fronteras con el otro. Sin embargo, para alguien un poco atento, el simulacro se va fracturando por las ininterrumpidas crisis que estamos viviendo, mostrando su impostura y haciendo irrumpir lo negado.

La simulación deforma lo humano, devora lo natural. A diferencia de la naturaleza que no simula, ya que es. Podemos preguntarnos ahora cómo vivimos nosotros: si a través de las creencias y opiniones normalizadoras o a través de nuestra genuina identidad. Si fabricamos el mundo mediante aquellas, debemos, ciertamente, para saber lo que somos, vaciarnos de él. Simular suplanta con calculada eficacia la relación directa con la vida. Tal vez, el ser humano simula porque no ha llegado a conocer la belleza de lo real, porque algo se ha incorporado fraudulentamente en él. Una percepción restringida gobernada por la fascinación y adicción por el dinero, el poder o el prestigio, que llevan a la renuncia del conocimiento de uno mismo. Por ello hacemos como si la muerte no fuera parte de la vida, no aceptando que somos viajeros efímeros de la existencia.

Descubrir lo natural pasa por desvincularse uno de sus propias falsificaciones, de la creación del mundo ficticio. Lo que hará posible un conocimiento más inmediato de uno y del entorno. Porque como dice el poeta F. Pessoa:

Bien, hoy que estoy solo y puedo ver / con el poder de ver del corazón / cuanto no soy, cuanto no puedo ser, / cuanto, si lo fuere, seré en vano.

Hoy, voy a confesarlo, quiero sentirme / definitivamente ser nadie, / y definitivamente ser nadie, / y de mí mismo, altivo, dimitirme.

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