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Jesus Valencia Educador social

Bildu

 

El empeño por agruparnos ha sido un viejo sueño tan acariciado como combatido. En las «guerras de naciones» de los siglos XVI y XVII nos sentíamos paisanos; hasta hace cuatro días nos reconocíamos como «vasco navarros», calificativo que destila hermandad. El empeño de tener una universidad común, de dotarnos de un Estatuto para toda Euskal Herria, de constituir una Asamblea de Alcaldes, de negociar en Txiberta una postura unitaria frente a la tramposa «transición» franquista, el Acuerdo de Lizarra... Siempre el reiterado anhelo monzoniano de caminar juntos, aunque solo fuera hasta Malzaga.

Los intentos han sido frecuentes y los resultados, desiguales. A las prisas de unos habría que sumar la inmovilidad de otros. Y, sobre todo, la calculada estrategia divisionista de los estados; saben que la unión de los vascos es peligrosamente nociva para sus intereses imperiales. Introducir cuñas para fracturar cualquier intento de unidad vasca le resulta a Madrid tan eficaz como los ejércitos liberales o la violencia que ejerce la Guardia Civil. Con esa perversa finalidad enfrentó a emigrantes y euskaldunes que trabajaban en la misma fundición; incorporó la Navarra carlista al golpismo militar para liquidar el Frente del Norte; con los actuales Estatutos construyó en Altsasu una muralla imaginaria; en cada uno de los territorios fragmentados se dotó de aliados locales que ejercen de punta de lanza contra cualquier intento de agrupación nacional.

Una nueva experiencia integradora está en marcha. Su emergencia provocó las previsibles reacciones: rostros entusiasmados de aquella multitud que se agolpaba en Irun y en Hendaia en el Aberri Eguna del año pasado, manos enrojecidas de tanto aplaudir y gargantas que gritaban al unísono «Independentzia». Los unionistas intuían en aquella euforia colectiva una amenaza creciente y sus aliados locales no supieron ni quisieron situarse en el nuevo escenario. Esperaban su hora.

El entusiasmo de aquel día no era humo de paja. A lo largo de un año el soberanismo de izquierda ha sellado alianzas que eran impensables un tiempo atrás; ha convocado masivas manifestaciones para enfrentar a un Estado violento; últimamente, ha presentado también una oferta electoral. Éste es el desfiladero donde está apostado el Estado con todas sus armas listas; no puede consentir que los vascos avancemos unidos, que los votos cuantifiquen el respaldo social y que cunda el entusiasmo entre nosotros. Madrid pretende que Bildu no llegue a las urnas y que, como consecuencia de la marginación electoral, se desintegre desmoralizada. Para lograr su primer objetivo dispone de medios sobrados; y nuestros paisanos que cuentan con el placet estatal no van a mover dos dedos para defender los derechos negados.

El que no alcancen su otro objetivo está en nuestras manos. Si Bildu no consigue cruzar el desfiladero buscará otras rutas y continuará sumando poder popular; la acumulación de fuerzas, aun vetada en las urnas, es nuestra herramienta más eficaz. En cuanto a la ilusión y el entusiasmo, no se los debemos a Madrid. ¡Gora Bildu!

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