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EH Jaietan | Iruñeko Sanferminak, Momenticos sanfermineros: 1982

La leona del circo armó el cristo en Arrosadia

Lo de los toros fue problema menor en 1982. Sólo se contó un herido serio, y por un traumatismo craneal. Les tomó la delantera otra cuadrúpeda que se erigió en figura de esa edición: la leona del circo que se escapó unas horas. Hasta que llegó él, Ángel Cristo.

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Ramón SOLA

El evento se anunciaba en grandes letras, junto a los conciertos de Mocedades, José Luis Perales y Bibi Andersen: el Circo Ruso llegaba a los Sanfermines de 1982. Porque con él venía la pareja de moda en la farándula de la época. Una pareja imposible: él, domador; ella, actriz de destape. En realidad, trío, porque el protagonista sería luego otro miembro del circo. El día 11, a media tarde, Iruñea se pegaba un susto morrocutado al conocer que la leona del Circo Ruso se había escapado.

La voz de alarma corrió como la pólvora. La felina fue avistada en Arrosadia, que por aquel entonces era la Milagrosa para casi todos los pamplonicas. Y milagroso fue también que no pasara nada más. Por suerte, la leona encontró abierta la puerta de un garaje y se coló ahí, lo que sirvió para encerrarla. Entonces llegó él, Ángel Cristo, de cuyas hazañas se hablaba y no se paraba. No sólo se atrevía con las fieras, sino que sus dotes amatorias habían encandilado a la mismísima Bárbara Rey, uno de los mitos eróticos de aquellos años repletos de salidos.

Cristo se encargó de que el bicho volviera al Circo Ruso, de donde nunca debió salir, ni siquiera para olfatear el olor a tigre que impregnaba la Vieja Iruña tras varios días a más de 35 grados. Los comentaristas de la época clamaban contra la falta de seguridad del circo, y preguntaban qué hubiera ocurrido por ejemplo si la fiera no hubiese ido a parar a un triste garaje sino a un ambientado bar. A todo esto, Cristo se hacía el interesante y Rey intentaba dar normalidad al asunto explicando que la leona tendría un par de días de descanso antes de volver a saltar a la pista porque ese garbeo extemporáneo le había puesto nerviosa. Sobra decir que el Circo Ruso colgó el «no hay billetes» cuando reaparició la felina, que se ganó además un sitio de relumbrón en las pancartas de las peñas del año siguiente.

Atraco a la voz de «alegría, que son Sanfermines»

Como ahora, en las vísperas de aquella edición sólo se hablaba de una cosa: «crisis». Los bolsillos estaban para poca cosa, así que a nadie le extrañó mucho que unos minutos antes del cohete tres jóvenes decidieran hacer acopio. Entraron en una sucursal de Banesto y se llevaron cinco millones de pesetas según las primeras informaciones, que días después ya pasaban a diez, y algo más tarde a doce, porque los mozos se ha-bían llevado incluso dos «kilos» en divisas de moneda extranjera preparada para los guiris que aterrizaban en Iruñea.

O el robo tuvo su gracia o bien el redactor de ``Egin'' perpetró la información después de haber iniciado las fiestas con buen pie. Primero informaba de que los tres ladrones habían animado a los clientes del banco atrapados a la voz de «Venga, alegría, que son Sanfermines». Y después, cual aprendiz de teniente Colombo, se cascaba un párrafo antológico. Al parecer, los asaltantes habían gritado también «Gora Euskadi askatuta!» al darse a la fuga, y se dudaba de si podían tener alguna relación con ETA. La Policía no lo veía claro, pero el redactor, sí: tras entrevistar a los empleados de Banesto, aseveraba que tal opción quedaba descartada por la longitud de las pelambreras que sobresa- lían bajo las capuchas. Uno de los quinquis fue detenido días después. Con su habitual inquina para estos casos, ``Diario de Navarra'' ponía el acento en que era de Donostia.

Cerveza, la bebida de moda a siete duros el vaso

El resto de los mortales se apretó el cinturón -y hasta la faja- para capear el temporal del paro. La mejor alternativa eran las barracas políticas, instaladas en lo que se daba en llamar «el triángulo de las Bermudas» formado por Pío XII, Anttoniutti y Avenida de Baiona. Sus responsables contaban, más bien se quejaban, de que el consumo de champán había decaído en beneficio del de la cerveza, «que es más barata y refresca igual». La caña salía a siete duros, o sea, 35 pesetas, algo más de 0,20 euros. Y el champán, a quince duros, algo más del doble. Claro que para barato-barato ya estaba el vino: diez pesetas en las txoznas. Poca cosa si se tiene en cuenta que un pañuelico sanferminero costaba ya 150 pelas.

Los abuelicos eran quienes más apuros pasaban, así que el Ayuntamiento decidió agasajarles en su día. Y no quedaron ni las migas. Los medios informaban de que en el almuerzo del día 9 los puretas se habían metido entre pecho y espalda 472 tortillas de patata, 1.000 kilos de fiambre y 4.300 empanadillas, más su ración correspondiente de mol. Viva el colesterol.

Peor le fue a la Misericordia. Entre el poco circulante que había y la novedad del encierro televisado en directo -aquél fue el primer año-, resultó que la asistencia a la Plaza para los encierros pegó un tremendo ba- jonazo. Tanto que TVE se ofrecía a pasarles parte de sus ingresos por publicidad.

 

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