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Análisis | Pánico en la Unión Europea

Si hasta Van Rompuy mete la pata...

Estas últimas semanas están siendo de auténtico pánico en la Unión Europea. Hasta el discreto Herman Van Rompuy metió la pata al convocar una cumbre que no tenía atada. Tendrá lugar a la segunda, aunque Merkel ha mantenido el suspense, y el susto, hasta el final. La indefinición, la inacción y las enormes dudas sobre el futuro de algunos socios y del propio modelo de integración están llevando a la Unión Europea a un estancamiento sin precedentes.

Josu JUARISTI

Por carácter y actitud, Herman van Rompuy podría pasar por ser el político belga que menos se parece al intrépido Tintín de Hergé. Sin embargo, es precisamente su fama de discreto y gris, pero tenaz negociador, su principal valor; en Bélgica pasaba con naturalidad de su flamenco natal al francés para cerrar grietas, y los valones, sobre todo, aplaudieron al momentáneo «salvador» de Bélgica. A punto para su jubilación, este economista, banquero, parlamentario y primer ministro conservador, marcado por la disciplina educativa y, segun él, la identidad europea de los jesuitas, asumió el 1 de enero de 2010 el recién estrenado cargo de presidente del Consejo Europeo. La Unión había superado un difícil Consejo Europeo en noviembre de 2009 y una agónica aprobación del Tratado de Lisboa. Su designación fue bien recibida por quienes valoran sus discretas aptitudes y le ven capaz, casi, de obrar milagros, pero mal acogida por los que querían un político fuerte y con carisma que diera rostro a la UE.

Básicamente, sus funciones consisten en impulsar, preparar y dar continuidad a los consejos europeos, así como promover el consenso entre sus miembros. Él mismo se define como un facilitador, la figura que busca el consenso en un club de miembros con muchas particularidades y más intereses particulares, ajenos, demasiadas veces, al europeo. Un facilitador que gana más que Obama y que, si logra repetir mandato tras los dos años y medio iniciales, podrá estrenar el flamante y carísimo edificio del Consejo Europeo en Bruselas. Su coste estimado superará con holgura los 250 millones de euros previstos inicialmente cuando se inaugure, se supone, en 2014.

Meteduras de pata. Precisamente, la primera de las dos grandes meteduras de pata de Herman Van Rompuy, cometidas ambas en estas últimas semanas de pánico, llegó cuando sacó el tema del nuevo edificio en la cena de jefes de Estado y de Gobierno del Consejo Europeo de junio. Dicen quienes estuvieron presentes que Cameron y Merkel miraron a Van Rompuy con cara de incredulidad. No era momento de recordarles que había que acelerar los trabajos de este despilfarro cuando millones de europeos se quedan sin futuro y la UE se asoma al precipicio.

Esto, sin embargo, es una anécdota. Más impropio de él fue lo que ocurrió la pasada semana. Cuando los dardos financieros apuntaban directamente a Italia y cargaban de nuevo contra España, cuando la incapacidad de la UE de encontrar un acuerdo para el segundo rescate griego era más que obvia, el presidente del Consejo Europeo anunciaba, aparentemente por su cuenta y riesgo, una cumbre extraordinaria para el viernes. Un día antes, el lunes, había celebrado una comida de trabajo, convocada también por él, con Barroso y Rehn (Comisión Europea), Trichet (BCE) y Juncker (Eurogrupo). No era un «gabinete de crisis», pero lo parecía. Y no le gustó mucho a Alemania.

El anuncio de convocatoria de una cumbre extraordinaria del eurogrupo fue la gota que colmó el vaso de Merkel, que paró en seco la posibilidad de que pudiera celebrarse. El presidente del Consejo Europeo se daba de bruces con su dimensión real. Herman Van Rompuy cometió un error de principiante, algo inusual en él: anunciar algo que no tiene cerrado, y hacerlo sin tener las espaldas cubiertas por Merkel y Sarkozy.

Lo volvió a demostrar a la segunda, cuando el viernes por la tarde convocaba de nuevo la fallida cumbre de la eurozona para mañana. A la segunda parecía la vencida, pero a costa de que Merkel volviera a sacarle los colores al declarar que acudiría sólo si los negociadores lograban un acuerdo previo. La canciller no tensó más la cuerda y el lunes anunció que acudiría a la cumbre, pero descartó que se fuera a alcanzar un resultado «espectacular» que acabe definitivamente con los problemas de la deuda griega.

Dupont y Dupond. Van Rompuy no se parece a Tintín; aparentemente, tampoco Sarkozy y Merkel a los detectives Dupont y Dupond. Sin embargo, esta última comparación es, cada día que pasa, más acertada, porque ambos están contribuyendo a la esquizofrenia que parece imperar en la actual Unión Europea, al estilo de este diálogo extraído de «Aterrizaje en la luna»:

- Dupont: Este individuo nos ha insultado y le exigimos una explicación.

- Dupond: Eso es... este individuo nos ha explicado y le exigimos un insulto.

- Dupont: No es eso, ¡desgraciado! ¡Es al contrario!

- Dupond: En efecto... Hemos insultado a este individuo y le debemos una explicación.

No sabemos, a estas alturas, quién merece disculpas y quién explicaciones. Angela Merkel y Nicolas Sarkozy colocaron en su puesto a Herman Van Rompuy, pero la crisis tanto financiera y económica de la Unión Europea como, sobre todo, la crisis del actual modelo de integración están dejando a la Unión sin referencias y a algunos de sus gobiernos sin saber a qué atenerse ni a qué árbol cobijarse. Nadie sabe si Merkel es motor o freno y la mayoría piensa que a Sarkozy le preocupan otras cosas (familia, situación económica interna...). Las bilaterales francoalemanas, hasta hace poco periódicas, se han diluido.

Sea como fuere, la indefinición, la inacción y las enormes dudas sobre el futuro de Grecia y el del resto de estados miembros en apuros y los instrumentos que la UE debería dedicar a salvarlos están condenando al entramado comunitario a un estancamiento sin precedentes. Esta vez, dicen muchos analistas desde Bruselas, la crisis va en serio, y los últimos datos así lo atestiguan. Y todo esto ocurre en vísperas del arranque definitivo de la negociación más importante, la que debe fijar el nuevo marco presupuestario plurianual de la UE y marcar el rumbo. Todo apunta a que los actuales Veintisiete seguirán poniendo parches sin atreverse a un cambio de dirección decidido y definido. Como siempre ante situaciones similares, la ausencia de un auténtico proyecto de unión política sigue dejando en evidencia la falta de un gobierno no sólo económico, sino también social, que empuje al conjunto de los estados y, sobre todo, al de su ciudadanía, hacia un modelo propio que, cuando menos, defienda los valores que la propia Unión dice preservar. Pero no es el caso.

El inspirado Giulio Tremonti. El ministro de Economía italiano regaló uno de los titulares de estos últimos días cuando comparó la actual crisis europea con el Titanic. O nos salvamos todos, vino a decir Tremonti, o acabaremos como el Titanic, donde no se salvaron ni los pasajeros de primera clase. El Titanic es, desde luego, la Unión Europea, donde a un día tranquilo sigue el rumor de la debacle.

Así está hoy la Unión. No es un problema de Merkel, Sarkozy o Van Rompuy. Es una cuestión de modelo y el actual demuestra que necesita reinventarse, aun a riesgo de resquebrajarse.

«Está destruyendo mi Europa», dijo Helmut Kohl a un amigo en una reciente visita. Se refería a Merkel, pero fiarlo todo a lo que haga o deje de hacer la canciller es, seguramente, una exageración. En parte, porque sus detractores, la mayoría de ellos al menos, no esperan ni desean de ella una declaración política en la que reconozca en público su amor por Europa y anuncie que Berlín apuesta por una verdadera unión política y un gobierno económico que refunde la UE, etc, etc. Lo único que de ella quiere la mayoría que hoy critica su supuesto antieuropeísmo es que pague sin demasiadas contrapartidas el monto principal de los rescates que vengan, incluido el griego.

Los europeístas convencidos están cada vez más preocupados, los europeístas por interés rozan el pánico.

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