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Crónica | Adiós a Judas Priest

Arena quemada y hierro fundido en la gira de despedida de Judas Priest

Larga tarde el domingo pasado con las actuaciones de saxon, que no vimos, motörhead y la despedida de Judas Priest.

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Izkander FERNANDEZ

Paradoja o no, varios paradigmas del metal pesado clásico azotaron el BEC! de Barakaldo el domingo por la tarde-noche. Judas Priest, Motörhead y Saxon dibujaron una de las tripletas míticas imaginables y localizadas dentro de la Nueva Ola del Heavy Metal Británico que sacudió el planeta en la década de los 80.

La tierra de los altos hornos, el olor a fundición, el ruido del metal chocando contra el metal y el sudor en la frente de los trabajadores se reencontraron con la banda sonora clásica de la manipulación industrial del preciado mineral. Hierro.

Los británicos Judas Priest son los principales comerciales en todo el mundo de esa idea, la del metal hecho rock n' roll. La que puede ser su gira de despedida (según su nota oficial) se apoya en toda la imaginería histórica que envuelve el heavy metal: fuego, láser, cadenas, cuero, tachuelas, motos... Como siempre.

Su actuación en el BEC! supuso una buena entrega de metal pesado clásico. Aunque arrastrando la edad, Rob Halford, la voz del metal, estuvo sensiblemente más dinámico sobre las tablas de Barakaldo que en su anterior visita a Donostia. Eso sí, su voz fue justa en la primera mitad y renqueante en la segunda. Como si algo se hubiese roto por el camino o como si la batería hubiese llegado a su fin antes de tiempo.

Los Judas comenzaron con las hostilidades con «Rapid Fire». Halford centrado y con pocos alardes físicos. Ian Hill y Glenn Tipton, bajo y guitarra rítmica, a su izquierda y Richie Faulkner, el guitarrista novato, a su derecha. Detrás, en lo alto, Scott Travis a la batería. Esa será la formación que diga adiós a la singladura de Judas Priest una vez que KK Downing abandonase la nave hace escasos meses. «Metal Gods» o «Starbreaker» sonaron más que competentes. Pero entre «Victims of Changes» y la personal versión del «Diamonds & Rust», de Joan Baez, algo se rompió o se acabó dentro de Halford, y el espectáculo se volvió más anodino.

Entre la segunda mitad y el último terció cayeron los clásicos más coreables: «Turbo Lover», «Breaking the Law» cantada completamente por el público del BEC, «Painkiller», «You've Got Another Thing Comin'» y la final «Living After Midnight» fueron los momentos previsiblemente álgidos. «Blood Red Skies», sin embargo, supuso un auténtico suplicio para Halford.

En general, un buen bolo, respetuoso con los fans y con el histórico legado de la banda. Perdonados los comprensibles e incomprensibles achaques, al final ninguno de los tres miembros clásicos del grupo pasan de los 62 años, el descanso definitivo, si se da, está bien merecido.

El asunto de los músicos que quieren y no pueden será un debate activo e intenso en los próximos lustros pese a Lemmy Killminister, líder de los pendencieros Motörhead. Su entrecortada y difícil figura de antihéroe de callejón sigue intacta. Su voz, cazallera y áspera como siempre. Pero la edad tampoco perdona aunque en su caso, no tiene los problemas de Halford ya que su pose tiene que ver más con la porte que con el dinamismo.

Motörhead estuvieron más que correctos durante toda su actuación y especialmente brillantes en un final que combinó los hits más destacados de su longeva carrera desde «Going to Brazil» hasta «Overkill» pasando por «Killed by Death» y «Ace of Spades».

El heavy metal de estadio y su encrucijada: sin relevo generacional, nunca se sabe si habrá siguiente vez. Toca cruzar los dedos.

 

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