La del martes fue una noche de descubrimientos. Aunque por Donostia han pasado infinidad de orquestas de instrumentos de época interpretando música barroca o clásica, apenas hemos tenido ocasión de escuchar obras del gran repertorio sinfónico romántico tocadas con este tipo de instrumentos. Jurowski, al frente de su Orchestra of the Age of Enlightenment, decidió incursionar hasta una época tan avanzada como la de la composición de la «Sinfonía Fausto» de Liszt, estrenada en 1857. El resultado fue asombroso, pues la sonoridad de estos instrumentos, tan imperfectos comparados con los que se usan en las orquestas de hoy en día, sacaba a la luz un sinfín de matices dramáticos de esta misteriosa partitura goethiana. Como ejemplo, no es lo mismo escuchar el tema del «Doctor Fausto» primorosamente ejecutado por un fagot moderno que sobre un fagot de hace 150 años que gruñe y se queja ante lo que le obliga a tocar Liszt. Además Jurowski supo construir la estructura de esta enorme sinfonía con peculiar efectividad y sabiduría, algo muy importante, pues la escucha de la «Fausto» puede oscilar entre la experiencia más intensa al tedio más insoportable según el trabajo del director.

El otro gran re-descubrimiento de la noche fue el conocidísimo «Concierto para violín» de Mendelssohn, que con el uso de instrumentos originales (la solista también usó un violín antiguo) cobra unos tintes camerísticos mucho más difíciles de encontrar en las interpretaciones modernas. En el trabajo certero y expresivo de Alina Ibragimova, con un violín mucho menos sonoro de lo habitual, se pudo apreciar mejor que nunca cómo circulan entre solista y las diferentes familias instrumentales los temas melódicos y los recursos tímbricos. Aún así, no es nada seguro que la gente vaya a preferir este tipo de interpretaciones a las que ya estamos habituados. Pero haber podido conocerlas en interpretaciones tan buenas ha sido una suerte de privilegio.