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El Estado vuelve a mostrar su naturaleza

El juez de la Audiencia Nacional Eloy Velasco envió en la tarde de ayer a prisión a los andoaindarras Iñaki Igerategi e Inaxio Otaño, detenidos por la Guardia Civil en la madrugada del martes. Ambos comparecieron asistidos por un abogado de confianza, lo que es un hecho noticiable en el tribunal especial, y lo hicieron además sin que se cumpliera el plazo máximo de incomunicación, lo que tampoco es habitual. Sin embargo, sus testimonios desgraciadamente sí que lo son, y devuelven a este país a los episodios más oscuros de su historia reciente, en los que los malos tratos y la tortura han acompañado sistemáticamente a las operaciones policiales. Una vez más, relatos terribles siguen a la incomunicación, herramienta diseñada para garantizar la impunidad de una práctica que ha sido aplicada a miles de ciudadanos y ciudadanas de Euskal Herria.

El Estado español, incapaz al parecer de asumir que la sociedad vasca ha hecho una apuesta nítida por un nuevo tiempo, por superar la confrontación y abrir escenarios de diálogo resolutivo, insiste en mantener los instrumentos que tantas veces le han dejado en evidencia ante la comunidad internacional. El Estado y sus fuerzas de choque, entre las que se incluye ese instituto militar que tanto sufrimiento ha causado, sigue en un esquema de confrontación, y la vulneración de los derechos humanos de las personas detenidas entra de lleno en ese esquema. Si en este nuevo escenario operaciones como la desarrollada esta semana no tienen ningún sentido, mantener la incomunicación de los detenidos y aplicarles malos tratos como los ayer denunciados constituye un hecho muy grave, que merece una respuesta social y política contundente.

Es en la oscuridad de los cuartelillos donde el Estado muestra su verdadera naturaleza, y esta no es la que corresponde a un sistema democrático, sino la de un régimen cruel y vengativo. Otros dos ciudadanos vascos han sufrido en sus carnes las consecuencias del engranaje represivo español, le corresponde a la ciudadanía vasca trabajar y movilizarse para desactivarlo definitivamente. Para que nunca más vuelva a pasar.

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