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Gernika, doble ejemplo de que la violencia política ni empezó con ETA ni acabó el 20 de octubre

Releer la crónica urgente enviada por George Steer desde las ruinas de Gernika todavía hace conmoverse. La semana del 75 aniversario ha sido pródiga en emociones, pero también en reflexiones. Quienes vivieron aquellos años han rememorado que aquella masacre marcó a Euskal Herria para siempre y ha condicionado su devenir político desde entonces hasta ahora. Los más jóvenes posiblemente hayan descubierto estos días lo ocurrido aquel 26 de abril de 1937 y con ello hayan adquirido una perspectiva sin la que no se puede entender todo lo ocurrido después. Contra quienes han impuesto como discurso oficial que la violencia política comenzó en Euskal Herria con el surgimiento de ETA en 1958 y acabó con la declaración del 20 de octubre de 2011, la realidad objetiva es que antes de entonces este país padeció una violencia absolutamente brutal de otro signo, y que del mismo modo también después del 20 de octubre se sigue resistiendo a renunciar al uso de la fuerza para el logro de objetivos políticos.

Es un hecho, por ejemplo, que el paisaje cercano a Gernika se ha llenado de armas estos días, con maniobras del Ejército español y controles de la Guardia Civil. No hay justificación objetiva para ninguna de esas prácticas desde un punto de vista de «seguridad» u «orden público». Instituciones y partidos vascos no han podido tildar más que de «provocación» que el Ejército español decidiera hacerse notar en las Intxortas o Elgeta justo el día en que, hace 75 años, fueron asaltadas por las tropas franquistas a sangre y fuego. El Gobierno del PP asegura tajantemente que no ha habido tal intención. Demos por buena la afirmación de su delegado en Gasteiz, Carlos Urquijo, de que se trató de un despliegue normal, de los que ha habido una veintena en los últimos meses, y que «solo políticos obsesionados con nuestra historia pueden pensar que el Ejército prepara el calendario de formación de sus soldados en función de las vicisitudes históricas de España. Es sencillamente ridículo. Lo que en verdad resultaría noticiable es que nuestro Ejército no pudiera realizar maniobras en una parte del territorio nacional». Con ella, lo que ha hecho Urquijo ha sido apuntar precisamente donde está el fondo del problema, que va más allá de la supuesta anécdota.

Del bombardeo al Acuerdo

Y es que, tres cuartos de siglo después, Gernika no es solo conocido por la referencia trágica del bombardeo. Lo es también por el Acuerdo suscrito en setiembre de 2010 y que, con la habitual miopía, desde Madrid y desde algunas posiciones partidistas de Euskal Herria fue interpretado como una operación de acumulación de fuerzas soberanistas y de izquierdas. Por contra, ese texto introdujo algo mucho más potente y con desarrollo histórico: un consenso para la implantación en Euskal Herria de un escenario democrático y no violento que abra paso a su vez a una resolución definitiva del problema político. Lo hizo, además, con un listado detallado de prácticas a excluir, desde la lucha armada de ETA hasta «todo tipo de amenazas, presiones, persecuciones y detenciones». Incluidas maniobras y controles.

Aun resultando incomprensible, lo grave mirando al futuro no es que el Estado español siga sin asumir responsabilidad alguna sobre el Gernika de 1937, sino que continúe intentado esquivar ese escenario democrático y no violento que se le reclama, también desde Gernika, en este 2012, con el cuadro de Pablo Picasso como mismo telón de fondo.

Un estado que se califique asimismo de democrático y respetuoso con los derechos humanos no puede tener problema alguno para cumplir el contenido de ese acuerdo. Al contrario, le ofrece una opción de desmontar su violencia política y ganar legimitidad tanto ante Euskal Herria como ante la comunidad internacional, una legitimidad que sin duda necesitará para afrontar en mejores condiciones la batalla política que tiene pendiente con este país. Y corregir el trato dado a los presos políticos vascos y sus familiares, que constituye la mayor violencia política aplicada en Europa a día de hoy en términos cuantitativos y cualitativos, tendría que ser necesariamente el primer punto de esa agenda.

En este contexto, el plan presentado por el Gobierno español para la «reinserción» de estos presos suena a quiero y no puedo. El propio entorno mediático español ha coincidido en señalarle a Mariano Rajoy que, dado que la política carcelaria es de su competencia exclusiva, resulta extraño que supedite el acercamiento a Euskal Herria al cumplimiento de determinadas condiciones, por ambiguas que estas puedan ser.

En cualquier caso, como resumía perfectamente la metáfora empleada por Iñaki Iriondo en estas páginas, el elefante se ha levantado. Lo han levantado la firmeza y la claridad de ideas de un colectivo de presos y de una amplia mayoría social vasca a las que, además, el PP hallará dispuestas a facilitarle el tránsito hacia ese escenario democrático y no violento si realmente apuesta por pasar la página del conflicto. Pasando por el Gernika del Acuerdo, para no volver nunca más a la Gernika del enfrentamiento.

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