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Mikel Etxeberria Militante de la izquierda abertzale

Los ácaros de España y de la moqueta

No estamos para tarjetas libres de gastos a cuenta del erario público, ni para estrenar trajes de buen paño y codearnos con los «políticos profesionales», sino para sacar adelante la patria de los ciudadanos vascos

Desde que fuimos capaces de generar el salto que modificó los parámetros en los que se desarrolla el conflicto entre Euskal Herria y los estados español y francés, estamos asistiendo en la presente fase a unos cambios de ritmo que podrían distorsionar la visión de la perspectiva general del camino. Veníamos de un estancamiento al que siguió una sucesión de acontecimientos tan vertiginosos que fueron calificados de históricos y, ahora, nos encontramos con un inmovilismo español que se manifiesta de forma obscena.

La gestión de los ritmos es algo fundamental, de ahí que cuando una parte siente que pierde el control intente de cualquier forma posible recuperar iniciativa o, si fuera incapaz, bloquear la situación para frustrar el avance del resto. El carácter unilateral de los movimientos del conjunto de la izquierda abertzale ha llevado a que sea el independentismo quien controle los tiempos en el marco del plan estratégico trazado; dentro, evidentemente, de los condicionamientos generales del escenario en el que se desarrolla el contencioso. Para lograrlo se han afrontado reorientaciones de puntos de vista que en algunos casos quizás hayan tenido lugar de manera demasiado rápida por cuestiones coyunturales, lo que entraña un cierto peligro de que algunos movimientos no hayan quedado suficientemente sedimentados en todo nuestro espectro sociopolítico.

La experiencia nos dice que cuando se cambian estrategias de semejante calado, no nos impregnan hasta lo más íntimo de nuestro ser político cuando no se asimilan con el reposo y la profundidad debidos, la alegría de hoy puede enturbiar el mañana hasta pervertir el fin o truncarlo.

Nada de lo sucedido hasta ahora ha sido una gracia de la providencia, sino producto de un largo y duro trabajo a la sombra, por encima de la persecución política y la clandestinidad. La tierra bien arada y sembrada ha dado estos frutos, frutos políticos que pocos años atrás eran una quimera y que hoy son hechos reales, raíces profundas y firmes en la madre tierra de esta Euskal Herria que estamos conduciendo a la recuperación de su estabilidad.

Hemos tenido meses frenéticos en los que parecía que todo estuviera pautado, y ahora el inmovilismo español nos puede estar dejando en la boca un regusto amargo o frustración. No nos confundamos, la realidad es que España no tiene alternativa y en su impotencia se clava al suelo pretendiendo generar en las bases abertzales ansiedad, confusión y dudas. Esa es su jugada, no nos engañemos. Ácaros para quitarnos aire.

Por eso es fundamental que nos detengamos un momento a reflexionar sobre el elemento clave del cambio de ciclo histórico que hemos alcanzado; esto es, la sustitución de los parámetros de la confrontación.

En el último medio siglo largo, el discurrir de la lucha de liberación nacional y social se ha producido en el marco de una confrontación de carácter político-militar. Pues bien, de ese ciclo caracterizado por el enfrentamiento armado hemos pasado a otro definido por la confrontación en términos exclusivamente políticos y democráticos. ETA ha certificado este cambio de ciclo al anunciar el fin de su actividad militar, y el resto de la izquierda abertzale se ha adaptado a este nuevo tiempo, con todo lo que ello entraña.

Han cambiado los parámetros del enfrentamiento, pero los objetivos permanecen invariables, no hay cambio alguno en este sentido. Se harán los pertinentes diseños tácticos, como corresponde a la actividad política democrática, pero el horizonte sigue siendo de forma irrenunciable e inclaudicable la independencia y el socialismo.

Vamos a la reconstrucción del Estado de Euskal Herria y al socialismo vasco, y para ello ejerceremos como independentistas, como abertzales en todos los órdenes de nuestra vida; esto es, como personas individuales y como sociedad.

Llegado a este punto y estando en el momento en que estamos del proceso democrático de normalización política y consolidación de la paz, que nadie piense que el camino se va a hacer como resultado de algún tipo de negociación del que emanarán los logros como caídos del cielo. Ni mucho menos. No confundamos las cosas, porque si bien habrá mesa de partidos, acuerdos y demás, al estilo de lo establecido en el acuerdo de Aiete, la herramienta para afrontar lo sustancial del conflicto y para avanzar hacia la soberanía nacional vendrá por la vía de la confrontación democrática.

La confrontación democrática no va a ser precisamente un camino cómodo y fácil, sino todo lo contrario. Pensemos que nuestra lucha es para la independencia, lo que supone una flagrante agresión a eso que llaman la unidad e integridad territorial de España. Construir Euskal Herria para los vascos significa, para los españoles, romper España, y ni se van a dejar ni lo van a poner fácil, sobre todo teniendo en cuenta que ellos tienen un Estado con todos los recursos que ello implica, incluido el «patrimonio» de la violencia.

Así pues, a quien piense que acabado el ciclo de enfrentamiento armado la denominada normalización política significa automáticamente placidez y confort político habrá que advertirle que no ha entendido de manera suficiente el carácter del nuevo ciclo en el que estamos.

Este nuevo tiempo no es de relax y de gestión más o menos desahogada de las cotas de poder que hemos alcanzado, no es para disfrutar de los despachos y de los nuevos cargos mientras se mira por el ventanal el horizonte pensando en esa incierta independencia que, tal vez, algún día alguna generación de vascos verá.

Por poner un ejemplo ilustrativo: si nunca nos han servido los dirigentes sindicales que no saben qué es enfundarse un buzo y curtirse en el tajo haciendo brotar cada palabra de la dignidad del sudor y el trabajo, muchísimo menos ahora que tenemos un país por construir desde los mismos cimientos.

No estamos para tarjetas libres de gastos a cuenta del erario público ni para estrenar trajes de buen paño y codearnos con los «políticos profesionales», sino para sacar adelante la nueva patria de los ciudadanos vascos. No estamos para que nos pongan la alfombra roja y nos feliciten por haber descubierto al fin las excelencias de su «democracia». Nada de eso; así que nadie se lleve a engaño.

La confrontación democrática es poner proa a la independencia todas aquellas instancias, estamentos a los que accedamos, rompiendo progresivamente todos y cada uno de los vínculos que nos mantienen engrilletados a España. Gestionemos para los vascos y por Euskal Herria, demostrando cómo será ese nuevo país que ya estamos construyendo.

Esto traerá problemas con el Estado español, problemas que acarrearán consecuencias personales para los responsables políticos que lo lleven a cabo. A cada amarra que se corte con España, esta reaccionará, y debemos prever la respuesta a esa consecuencia para estar cada vez más cerca de nuestro estado y de su reconocimiento internacional, para que a cada zarpazo de España esté mas próximo su adiós definitivo.

La movilización social será clave, de ahí lo fundamental de trabajar desde la base y de entusiasmar con el proyecto, para que toda tentativa de España por retenernos se vuelva en su contra y amplíe y fortalezca el soberanismo.

Tenemos unas cotas de poder y gestión como nunca. Miles de cargos públicos en todas las administraciones. Mucho despacho, mucha moqueta, mucho dinero público que pertenece a los ciudadanos de Euskal Herria y con lo que hay que demostrar lo que somos y lo que seremos.

Cambio de parámetros, pero seguimos en pie y contra España, y así hasta que declaremos la independencia, hasta que nuestro estado sea reconocido por la comunidad internacional.

Herramientas y recursos como nunca. Pero también mucha moqueta, alfombras que criarán ácaros sobre los que habrá que estar alerta. Que ni los ácaros de España, ni los de la moqueta nos dificulten la respiración para hollar lo antes posible la cima de la independencia.

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