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udate | iruñeko sanferminak

Peores cornadas da el hambre, ¿o no?

Aritz INTXUSTA

Fallo más que una escopeta de la feria. No hay parte de mi cuerpo que no quiera matarme por haberme arrojado a los brazos del santo patrón y haberle entregado píamente mi hígado, mi cerebro y todas las vísceras. El bazo me odia con un rencor inmerecido y me reclama que abandone el ring y tire el pañuelo. Pero no hay tu tía. Apenas hemos quitado cuatro hojas del calendario y queda fiesta para aburrir o para fenecer.

San Fermín es un dios pagano y poco compasivo. Un cabrón cruel, vamos. Cuando empiezas a sufrir de verdad, te envía al mítico colega al que no has visto hace un eón y que te exige que vuelva a ser aquel que fuiste el eón pasado para que te embriagues con cálices de kalimotxo infernal. No sé quién es el malnacido que inventó el kalimotxo de tirador, pero le odio con la misma inquina que mi hígado me odia a mí.

Al final, es la misma historia de otros años. Empiezas la fiesta torico bravo y, a partir del cuarto día, te conviertes en cabestro de cola. Pero hasta los cabestros tienen su lugar. La clave está en contenerse y esperar a que San Fermín te eche el capotico. Si uno se deja vencer por la resaca es francamente peor. Por ejemplo, si te encuentras con una batucada y te entran ganas de cogerle al del bombo por el cuello y espetarle cuatro verdades al oído, tipo «¡rastas y timbales os vuelven subnormales!», no lo hagas. Si caes en eso, la lías. Acabas con un ojo morado y encima quedas con un capullo con el colega que ha venido a verte. Es cuestión de esperar el momento, que vendrá. Las ganas de fiesta regresan como por arte de magia. Siempre pasa algo que te devuelve la ilusión, aunque pase en Estrasburgo.

Un buen cabestro de cola sabe que su labor es entrar en la plaza a su ritmo, que lo importante es llegar hasta el final, aunque sea a rastras. Siempre queda algún mozo rezagado al que meterle una mochada y ganarle de mano. Y si finalmente los toricos que vienen frescos acaban mordiendo el polvo, igual les pasas por encima. La resaca es mala, pero peores cornadas de el hambre, ¿o no? Ánimo, y vuelta a la calle.

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