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CRíTICA: «Bonsái»

Amores universitarios en el clima austral de Valdivia

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Mikel INSAUSTI

El joven cine chileno tiene algo, y «Bonsái» tiene un punto, un toque molón difícil de definir. El segundo largometraje de Cristian Jiménez, tras «Ilusiones ópticas», recuerda a la nouvelle vague y a Godard, con su ambiente de parejas de estudiantes que viven en pensiones, rodeados de libros que leen encamados y en voz alta.

«Bonsái» es como un microrelato alargado, pero nunca engaña haciendo esperar al espectador otra cosa, desde ese prólogo en el que la voz en off resume el contenido, destripando el final ya de entrada. Sus deliberadas reiteraciones, volviendo una y otra vez sobre los mismos temas, nunca llegan a molestar. Es un ritmo literario, acompasado por recitados y escrituras inseguras, con el sonido de fondo de las canciones de la década de los noventa y la que le ha seguido.

Cristian Jiménez hace suya la novela de Alejandro Zambra, mediante aportes autobiográficos que parten de su ciudad natal, que es la austral Valdivia con su clima frío y lluvioso. Allí sitúa la etapa universitaria del protagonista, en un montaje paralelo unido a su tiempo presente, ya radicado en Santiago de Chile. Desde la soledad, únicamente aliviada por la compañía ocasional de su vecina, evoca su amor de juventud, al que compara metafóricamente con una planta que va muriéndose porque los enamorados no la cuidan lo suficiente.

Los saltos en el tiempo se distribuyen a lo largo de seis capítulos, que constituyen una especie de novela corta de páginas mecanografiadas y manuscritos emborronados. El protagonista vive su pasión por la literatura como una fabulación o creación hecha a base de mentiras, y de ahí que se invente un trabajo consistente en pasar a máquina la última obra de un autor famoso, que en realidad él mismo redacta de su puño y letra. Esa mentira conecta con las de juventud, que son las típicas como decir que has leído los siete volúmenes de «En busca del tiempo perdido», aunque luego nunca se termina con Marcel Proust y un estilo que se eterniza.

Pero también se cita a los grandes narradores chilenos, con especial atención para Juan Emar, combinado con el punk-rock noventero del grupo Pánico.

 

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