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César Manzanos Bilbao Doctor en Sociología

¿Quién induce al suicidio?

Y que la solución que te darán será sangrarte con sesiones psicoanalíticas y atiborrarte de psicofármacos para que no te suicides y sigas viviendo dócil, paciente y sedado, aquella vida adaptada que te proponen

Recientemente, agencias oficiales se hacían eco de la reflexión de algunos psiquiatras sobre el peligro de publicitar los suicidios provocados por los desahucios. Por cierto, también esos psiquiatras son los oficiales, los que confunden los fármacos con los medicamentos y te recomiendan que los problemas de ansiedad, depresión y estrés que te provoca el quedarte sin trabajo, o en la calle, o como consecuencia de la desesperación de estar en la cárcel, los trates en sus divanes y no los consideres parte de una patología de la normalidad de raíz social a la que sus discursos y prácticas contribuyen y de cuyo tratamiento después se enriquecen.

Ninguno de esos psiquiatras y empresas mediáticas achacan este tipo de suicidios a las políticas que están llevando a la desesperación a cientos de miles de personas. Solo se les ocurre la idea de plantear que el hacerlas públicas tienen el peligro de «mimetismo». Tranquilos, somos centenares de miles los desesperados pero no estamos hundidos, ya comenzamos a reaccionar y no precisamente suicidándonos, sino movilizándonos. Plantean, además, que el 80% de los suicidios están vinculados a trastornos psiquiátricos, lo que no dicen es qué situaciones emocio- nales, familiares, laborales y económicas contribuyen a ello. Es como decir si alguien ha muerto a causa de un disparo que, en realidad, ha muerto porque ha dejado de respirar.

Ahora, parece ser, que la denuncia pública de las muertes por la desesperación que nuestro modelo socioeconómico desigual introduce en las clases depauperadas, es un factor de inducción. Debe ser mejor hacer como durante siglos nos ha propuesto la iglesia oficial, rezar de rodillas, o hacer como hacen ellos con las víctimas del terrorismo de estado, negar a las víctimas, negar las víctimas de la siniestralidad laboral, negar las víctimas de la violencia contra las mujeres, negar las víctimas de los desahucios, negar la existencia de personas que mueren por motivos no naturales en sus cárceles, negar la tortura. En definitiva, meter los muertos debajo de la alfombra para que no se vean con una disculpa tan simplista, como perversa y poco científica, cual es, negar la evidencia para ocultar las terribles y graves consecuencias de la forma de vida que nos están imponiendo.

Menos mal que existen otros psiquiatras que nos plantean la necesidad de practicar la solidaridad, la protesta colectiva para darnos cuenta de que nuestros problemas lo son también de nuestros vecinos, del resto de la ciudadanía privada de derechos y del acceso a bienes y servicios básicos para vivir. Psiquiatras que no nos plantean como alguno de estos «especialistas» en «salud mental» refugiarnos en la virtud cristiana de la esperanza, diciendo que para la depresión y la presión social hay «esperanza y tratamiento» y acto seguido darnos su receta «acudir a un profesional de la salud mental». Y que la solución que te darán será sangrarte con sesiones psicoanalíticas y atiborrarte de psicofármacos para que no te suicides y sigas viviendo dócil, paciente y sedado, aquella vida adaptada que te proponen.

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