La imputación del extesorero del PP Ángel Sanchís por un presunto delito de colaboración con otro extesorero como Luis Bárcenas para el blanqueo de capitales confirma varias cuestiones: todos los extesoreros del PP (Sanchís, Bárcenas, Álvaro Lapuerta y Rosendo Naseiro) han sido imputados por corrupción. Y aunque Naseiro se libró porque el Supremo invalidó unas escuchas telefónicas que delataron la trama, no solo administraban las cuentas del PP sino que también tenían que conseguir recaudar dinero ilícitamente. Salvo Bárcenas -por cuestiones de edad- los tres anteriores llegaron al cargo con un patrimonio labrado en el franquismo y dejaron sus cargos consolidando sus fortunas y abriendo sociedades de inversión para no pagar impuestos.

Todos estos antecedentes retratan un partido que cobija corruptos y que ha hecho de la corrupción algo estructural, indisoluble de su funcionamiento. Un partido que, a la vista de los hechos y de los nuevos datos que se van conociendo, ha acogido durante años a una variopinta asociación de malhechores diseñada para repartirse los suculentos beneficios de la corrupción, el soborno y el cohecho.