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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-06-30
El muerto se llamaba Amhed
LA VIDA SIGUE IGUAL (VIII)

Las primeras palabras de Josefo hicieron que todos callaran de repente. Xuxú, pendiente de la conversación y, al tiempo, de asar las chuletas, miraba y abría los ojos de forma desmesurada y boqueaba, en busca tal vez de alguna pregunta que no terminaba de pronunciar. Huesitos rompió el hielo:

­¿Cómo es eso de que conocías al muerto? ¿Por qué no lo dijiste desde el primer momento?

­Lo conocía porque vivía en mi casa.

­¿En tu casa? Pero si tú vives sólo...

Xuxú puso las bandejas con la carne sobre la mesa y advirtió:

­Las chuletas se van a enfriar, así que será mejor que empecemos. Josefo ya nos irá contando todo.

Y así, entre bocado y trago de vino, Josefo relató que hacía unos meses un sobrino suyo, el de Bilbao, le pidió como favor que alojara a dos amigos suyos, argelinos, que venían a trabajar en unas obras. Su estancia sería breve, apenas unos días y, además, le pagarían por la estancia.

A Josefo la idea de compartir su vivienda con unos desconocidos no le agradó pero el sobrino insistió y, además, el dinero que les cobrara le vendría bien.

­Total, que realquilaste una habitación a dos inmigrantes.

­Pero tenían papeles, ¿eh? Yo insistí en eso y mi sobrino me aseguró que eran legales. Además, ¿qué hay de malo en alquilar una habitación a dos trabajadores? Antes todo el mundo tenía algún realquilado en casa.

­Total, que en vez de unos días han estado meses. ¿Y nadie lo sabía? ¿Nadie les vio?

­No creo. Estuvieron sólo una semana. Hasta terminar la obra del canal de Sagarrerreka. Salían de madrugada y regresaban entrada la noche. Venían reventados y se iban a dormir enseguida. Cuando terminaron, me pagaron doscientos euros y se marcharon, tal y como me había prometido mi sobrino.

­Y, entonces, ¿qué hacía la ropa y todo lo demás en tu casa?

­Hace un par de días Amhed volvió a aparecer. Me dijo que les habían contratado para una obra que duraría más tiempo, seis o más meses, y que venía a buscar un piso para alquilarlo y vivir allí él y otros cinco compañeros. Me pidió que lo alojara unos pocos días, mientras hacía las gestiones del alquiler y yo le dije que sí. Durmió una noche y al día siguiente salió temprano. Por la noche, cuando regresé a casa, no estaba allí y la siguiente vez que le ví fue en las rocas... muerto.

Xuxú no conseguía articular palabra. Al final habló en tono áspero...

­Y ¿por qué no me dijiste que le conocías? Seguramente todo hubiese sido más sencillo y el juez no te hubiera mandado detener.

­Tienes razón, Xuxú. Ya lo sé, pero en aquel momento se me cayó el mundo encima y, no sé, pensé en que era mejor callarme.

La tensión subía por momentos y Simón decidió que era el momento de cortar con todo aquello. Josefo se mostraba abatido y era mejor ayudarle a pasar el mal trago que azuzar su mala conciencia:

­No os extrañéis. En los estados de shock, todos somos capaces de cometer los errores más infantiles. Es muy frecuente. Por otra parte, lo de admitir inmigrantes como huespedes, dignifica a quien los acoge. En eso tiene razón Josefo. ¿No recordáis a muchos de vuestros familiares viviendo de realquilados en casas de otras familias cuando se iban a trabajar por ahí? No se puede condenar, ni criticar siquiera, a quien abre las puertas de su casa a quien viene a trabajar.

Huesitos entendió que el cura había terminado el sermón y cambió de tema.

­Pues ya hablado el cura, así que amén. Ahora todos a por las chuletas, que se están enfriando y hemos venido a disfrutar de una buena cena y celebrar que Josefo está en la calle. Ahora sí, Xuxú. Ahora puedes sacar el champán.

­¿Champán con las chuletas, Huesitos? No me lo puedo creer. ¿Te estás haciendo viejo o qué?

Mila tenía razón. A ella le encantaba acompañar la carne con cava, pero cada vez que lo proponía, Huesitos se revolvía como un gato panza arriba.

­Pues hoy sí, chica. Hoy estamos de celebración.

Xuxú, un tanto arrepentido por haber hablado con dureza a Josefo, también quiso aportar un punto de buen humor.

­No se hable más. Aquí está el champán y aquí las copas. Venga, ¡un brindis por Josefo!

Josefo Barrenetxe no pudo ni siquiera levantar la copa. La tensión, las emociones, el miedo... le habían terminado por derrotar y, en el momento del brindis no pudo contener la emoción y rompió a llorar.

Simón no conseguía tragar un trozo de chuleta de dimensiones más dignas de Pantagruel o Gargantúa que de un ser humano, pero hizo un esfuerzo final y, tras engullir la pieza, se levantó, abrazó a Josefo y le acompañó a casa.

­Vamos, ahora estamos demasiado nervioso. Mañana verás las cosas de otra forma. Tranquilo.

En la sociedad el tema de conversación no podía ser otro.

­Pobre Josefo. Estaba hecho polvo...

­Coño, Gotzon. ¿Cómo quieres que esté? Imagínate si te cogen a tí, te esposan, te amenazan con mandarte a la cárcel y te acusan de haberle cortado el pescuezo a un chico...

­Sí, sí. Claro que lo entiendo. Lo que no termino de entender es cómo carajo se le ocurrió acojer a esos moros, porque Simón puede decir misa, pero al final ya se ve que es sólo para problemas y complicaciones.

Huesitos aprovechó la ocasión para repetir sus tesis sobre la inmigración.

­Los chinos a China y los moros a Morolandia... y aquí paz y después gloria.

­Desde luego, sois más racistas que Hitler...

­Sí, sí. Lo que tu quieras, pero ya me contarás de qué tenía el morito albañil con setencientos mil euros.

­Pues sí. Eso huele mal...

Huesitos se echó a reir.

­No me jodas, Xuxú. Aparece un chico con el cuello abierto como un melón junto a una bolsa con medio millón de euros y en su habitación encuentran otros doscientos mil y sólo se te ocurre que ‘eso huele mal’. En adelante te vamos a llamar Xuxú Holmes.

(CONTINUARA)


 
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