Cuando vengan finalmente los israelíes, llevaremos enfermos mucho tiempo», se permite ironizar Abu Anza, de 16 años de edad, mientras espera a la cola del agua. «Tenemos sed, necesitamos lavarnos y lavar la ropa», insiste cuando se va, ya cargada con varios bidones.Un misil israelí destruyó en la noche del martes una central eléctrica que suministraba la mitad de las necesidades cotidianas de energía en Rafah, en el sur de la Franja de Gaza.
Amnistía Internacional ha advertido de que este ataque ha dejado a la mitad de la población de todo Gaza sin electricidad y ha cortado, por tanto, su suministro de agua.
«Hemos conseguido garantizar el suministro de corriente eléctrica durante seis horas alternativamente», informa Daud al-Hamarna, responsable de mantenimiento de la compañía de electricidad. Pero, pese a sus intentos, la realidad es más dura y los cortes de luz son más largos. Rafah ha pasado toda la noche a oscuras. Los vecinos aseguran que sólo tienen seis horas de luz al día.
Si Israel, único suministrador de electricidad de la Franja cumple su amenaza de cortarla, Gaza quedará totalmente a oscuras.
«Sin electricidad, Rafah morirá», advierte Sami Saghir, director de la compañía de agua de la ciudad. Compañía que bombea el precioso líquido gracias a la corriente eléctrica. Así, la distribución de agua ha bajado a la mitad desde la ofensiva israelí del alba del miércoles.
Todos los puntos de paso de la Franja de Gaza están cerrados. Las estaciones de servicio, que no han recibido nuevos suministros, anunciaron su cierre para ayer a la noche. En consecuencia, las compañías que podían seguir trabajando gracias a generadores eléctricos deberán también cerrar.
Abu Jaled, con los ojos rojos tras pasar la noche en vela temiendo las «medidas extremas» anunciadas por Israel, reposta su coche. «Hoy (por ayer) nos quedaremos sin gasolina», anuncia el gerente de la estación. «Recibimos las últimas reservas el domingo. Desde entonces, ni una gota».
Hana Saghir lava a mano la ropa a la entrada de su modesto hogar. Sin luz, la lavadora es inútil. En todos los rincones, restos de cera de las velas utilizadas la noche anterior.
Pocos secuestrados
«La carne, la fruta y todo lo que hay que guardar en el frigorífico se nos ha podrido», se lamenta, con los ojos a punto de estallar de cólera.
Hana y su familia vivían en otra casa, cerca de la frontera, arrasada en 2004 por los bulldozers israelíes «para acabar con el contrabando de armas».
«Deberían haber secuestrado a otros cinco soldados», asegura tajante esta mujer.
Mujer y madre, que insiste en que «a mí no me importa sufrir ahora. Sufrimos para que la generación siguiente tenga una vida mejor», añade, abrazando a su pequeña de tres años.
Como la abrumadora mayoría de los palestinos, ella no alcanza a entender esta crisis por un solo soldado, cuando miles de palestinos siguen prisioneros en las cárceles israelíes o han muerto durante las dos Intifadas. «Tenemos 10.000 prisioneros en las mazmorras israelíes. Ellos (los soldados israelíes) matan a familias enteras en nuestras playas», recuerda, en referencia a la reciente masacre de Beit Lahia. -
Charler LEVINSON
RAFAH