Cuatro minutos después de las seis de la tarde, la explosión sacudió con furia la ciudad. En el barrio cristiano de Tiro, ubicado detrás del puerto y con estrechos callejones y antiguas casas, el alarido desesperado de una mujer que corría por la calle con sus dos hijos, dio inicio a la escena de la catástrofe. La columna de humo gris se levantaba incólume. Al llegar al lugar, la desesperación y los gritos de la gente lo inundaban todo. Unos intentaban ayudar a las víctimas, algunos estaban paralizados y otros ansiaban escapar de un nuevo ataque aéreo.

Se calcula que dos toneladas de explosivos fueron lanzadas sobre un edificio de la nueva ciudad, produciendo inmediatamente su destrucción. Las mujeres lloraban angustiadas en las puertas de las casas, la polvareda convirtió en tinieblas la calle y las primeras víctimas resultaron ser una mujer y sus dos niños.

Desde la mañana, una fuente de Hizbula y otra militar israelí, off the record, informaban de que «Tiro es el objetivo». Desde la madrugada, los ataques han sido incesantes y el ruido del avión teledirigido que registra las imágenes de todo y de todos, producía su aturdidor ruido. A la hora de escribir este artículo ­a eso de las ocho y cuarto de la tarde del miércoles­, las explosiones sacuden la infraestructura de los edificios, lo que presagia algo no deseado.

En la mañana del miércoles, los autos siguieron saliendo enloquecidos con sus blancas insignias. Un barco con ciudadanos australianos y estadounidenses se acercó a la costa para evacuar a libaneses con pasaporte norteamericano. «Es desesperante ­decía Sahra aferrándose a sus tres hijos­. No quiero dejar mi país, pero temo por mis niños. Israel está matando a inocentes».

Desde la escuela pública Harji Maram ­que se ha convertido en centro para albergar a los desplazados­, Hassan Mohamed, de 39 años, afirma que «daremos nuestra sangre por Hizbula y, si es necesario, moriremos aquí». El hombre, de Beirut, está desde hace doce días en el establecimiento escolar cuyo nombre es una dedicatoria a su directora ­murió durante un ataque aéreo­, y es parte del comité de organización para paliar las difíciles circunstancias que atraviesan.

Los problemas básicos van desde la incomunicación, que no permite saber dónde han quedado los miembros de las familias, hasta el hacinamiento y la falta de comida, medicamentos y agua, a pesar de la que solidariamente aportan los palestinos desde su campo de refugiados de Al Buss y que se terminará en unos días si no reciben asistencia.

«La Cruz Roja Libanesa y Defensa Civil nos han ayudado mucho, pero los organismos internacionales y Naciones Unidas no han aparecido. Y lo único que aportó la Casa Blanca son los vuelos para matarnos», señala el hasta hace dos semanas repartidor de bombas de oxígeno para hospitales. «Nosotros no le importamos a nadie, sólo Hizbula defiende a todo Líbano. Quizás ahora Naciones Unidas mire este conflicto desproporcionado», responde cuando se le pregunta qué opina sobre la muerte de cuatro observadores de Naciones Unidas en el puesto fronterizo de Jiam. Pero Hassan Ale recuerda que no es la primera vez que muere personal de las fuerzas de paz en este insensato conflicto. «Cosa parecida sucedió en Qana, pero eso fue peor», añade antes de explicar detalladamente los acontecimientos.

Qana, la supuesta Caná donde bíblicamente se produjo el milagro de Jesús de convertir el agua en vino, es una ciudad ubicada a 14 kilómetros de Tiro. En 1996 fueron masacrados civiles y soldados de la ONU, cuando durante dieciséis días Simon Peres habilitó el ataque por tierra, mar y aire llamado Operación Uvas de la Ira, con el objetivo de destruir bases de Hizbula en el sur de Líbano. Se estima que 35.000 bombas fueron lanzadas. El 18 de abril, 800 personas se refugiaron en la base de las Fuerzas de Paz. A pesar de todo, fue bombardeado el lugar y murieron 102 personas y 120 resultaron heridas. «Por eso estamos de acuerdo con la retención de los dos soldados, porque nosotros tenemos prisioneros durante 30 años y nadie hace nada por ellos y aquí nos matan a la gente y atacan un país por dos personas», culminó Harji. -