Influido quizás por la tensión propia derivada de una compleja situación política que le hace sentirse en ocasiones «bajo la espada de Demóstenes», nuestro preclaro presidente afirmó: «Hay que estar en estado etílico para afirmar que el destino de Navarra lo elegirán los navarros». Y remató la faena con un espectacular pase de pecho: «Cada día me vienen nuevas ideas en el afán de defender nuestra identidad». ¡Que dios nos coja confesados!

Dice el refrán: «dime de qué presumes y te diré de qué careces». Pues eso. A pesar de que UPN y Sanz afirman que para ellos Navarra ­como Dios para los católicos­ es principio y fin de todas las cosas, y que UPN ­como el Papa­ es su profeta, todo esto no es más que un camelo. En Navarra manda Madrid políticamente y las multinacionales económicamente, y es la derecha caciquil local, o sea, UPN, la gestora de los negocios de los dos anteriores. Eso sí, muy bien pagada y recompensada. Los amos son generosos.

Hasta que se aprobó la Constitución (diciembre-1978), aquí no se movió ficha, pues ya se sabe que «donde manda capitán, obedece marinero». Luego, tras fijar Madrid las reglas del juego (unidad indisoluble, reparto competencial, economía de mercado...), comenzó en Navarra el paripé del Amejoramiento.

Nació éste precedido de un Real Decreto (enero-1979), aprobado por Madrid y negociado por los demócratas Amadeo Marco (presidente de la entonces Diputación fasci-franquista) y Martín Villa (ministro de Franco y después de UCD), denominado «de la democratización de las instituciones forales». En él se fijaron ya los pilares básicos sobre los que, posteriormente, se elaboraría el actual Amejoramiento.

El consenso fue descartado de entrada. Tanto los borradores previos como la negociación con Madrid fue monopolizada por la derecha y el PSN, excluyendo siempre a las fuerzas de izquierda y abertzales presentes en el Parlamento y en la Diputación. Sin embargo, la guinda antidemocrática vino luego: Navarra fue la única Comunidad del Estado que no sometió a referéndum su Estatuto. Y es que, haría falta estar «en estado etílico», que diría Sanz, para realizar tamaño despropósito. Por otro lado, el PSN bailó siempre al ritmo de la derecha y ninguno de sus gobiernos (Urralburu, Tripartito) dio paso alguno para enderezar aquel entuerto antidemocrático.

Pero hablemos del presente. La postura actual de UPN y la de su pareja de hecho en esta andadura, el PSN, es clara: más de lo mismo. Otras fuerzas políticas (IUN, Batzarre) proponen reformar el Amejoramiento y, una vez que éste sea aprobado en el Parlamento Foral, someterlo a referéndum. No se plantea, siquiera, como se hizo con el Plan Ibarretxe o el propio Estatuto Catalán, la elaboración de otro nuevo en el que se aborden problemas políticos más de fondo. Parece que esto no es necesario.

Menos clara es la postura adoptada por Nafarroa Bai. Por supuesto, se lanzan cien brindis al sol hablando de la capacidad de decisión de los navarros y de que el status de Navarra no puede darse al margen de aquella, pero luego, en la práctica, la concreción de todo eso queda entre tinieblas. Porque tinieblas son, cuando menos, las dibujadas en su día por Uxue Barkos, tras reunirse con Zapatero, al afirmar que «nadie plantea en estos momentos violentar la voluntad política de los navarros con respecto a su estatus político». O las más recientes de Patxi Zabaleta, cuando señaló que, de cara a proponer al PSN un acuerdo de gobierno, «probablemente no plantearemos mínimos, porque vamos a aspirar a que la fórmula de gobierno pluripartidista sea progresiva y permanente». Es decir, ¿cualquier acuerdo con el PSN será, sin más, válido, aunque incluya TAV, Itoiz-Canal de Navarra, Térmicas, Ley del Vascuence, Bardenas, presupuestos neoliberales, etc...?

En mi opinión, el Amejoramiento está viciado de problemas de nulidad democrática de pleno derecho, lo cual le invalida hoy como punto de partida. Su sometimiento a la Constitución hace que, por ejemplo, algunas fórmulas de articulación institucional común con la CAV ­la federación­ estén expresamente prohibidas. Tan solo se permite la vía de la «integración», es decir, la que resulta ser más útil para los intereses de la derecha navarra, que puede así presentar la posible unidad política de los territorios vascos de Hegoalde como un sometimiento y venta de Navarra a «los vascos».

Para la derecha, la soberanía navarra y el respeto a la voluntad de los navarros y navarras es una frase vacía y un arma arrojadiza que se utiliza tan solo para oponerse a la construcción de una Euskal Herria libre, plural y soberana. Y así, hipócritamente, mientras braman contra este proyecto, ocultan las cadenas del hoy, ésas que atan Navarra a Madrid, las de esa cárcel constitucional que impide que esa soberanía pueda ser materializada y que la voluntad de nuestro pueblo sea respetada. ¿O es que nadie se acuerda aquí del referéndum de la OTAN?

El Amejoramiento es una trampa sobre la cual no puede construirse un futuro de libertad y democracia. Hace falta dar cartas no marcadas para la partida que hay que jugar. Hace falta poner todos los relojes a la misma hora, para que algunos no empiecen a correr con un par de horas de ventaja.

Durante estos 25 años, en lo esencial, sólo ha existido un gobierno en Navarra: la pareja de hecho UPN-PSN. La defensa de la «identidad de Navarra» ha sido su excusa para mejor ocultar un mero reparto de poderes y prebendas. Y hoy, el PSN sigue sin cortar los nudos gordianos que le amarran a UPN. Junto a ello, Nafarroa Bai plantea con su «sin mínimos» dar un cheque en blanco al PSN. O sea, el PSN gira alrededor de UPN y Na-Bai en torno a aquel. En resumen, tal como están las cosas, UPN es el sol que más calienta, PSN su planeta y Na-Bai el satélite de éste. Evidentemente, hace falta ubicarse en una órbita distinta, definida por dos coordenadas diferentes: su carácter neto de izquierda y el cuestionamiento del marco impuesto. -