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Gara > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak 2006-12-17
Javier Madrazo - Consejero de Vivienda y Asuntos Sociales
Caminos de la memoria vasca

Hay quien quiere dejar sentado que la guerra civil la perdimos todos. Pero no es del todo cierto. Por un lado no podemos olvidar que en la posguerra hubo el edicto de la persecución y la muerte al perdedor. La intención de la dictadura fue aniquilar para siempre a la izquierda. Por otro, una de las grandes perdedoras de aquella guerra y de la larga posguerra que le siguió fue la memoria histórica. Durante muchas décadas en España y en Euskadi ganó la historia oficial, la versión del franquismo, el pensamiento único de los dictadores. Una particular manera de mirar que suplantó los sueños, las ideas, los dolores, el drama y lo que de verdad le sucedió a toda una generación que luchó por la libertad y la justicia social. Ciudadanos y ciudadanas de mentes libres que en su mayoría ya han desaparecido.

Primero fue la dictadura quien selló sus labios. Muchos esperamos que superado el franquismo se acabaría aquel largo tiempo de silencio. Que venceríamos entre todos al olvido. Pero no fue así, una vez más se consideró a la historia un inconveniente. Ni tan siquiera con la transición política conseguimos restituir la memoria, y ganar un río indispensable para sembrar el futuro de otra manera, porque lo que no consiguieron hacernos olvidar es que ningún pueblo puede mirar serenamente al futuro sin cono- cer su pasado. Sin escribirlo en los libros de texto, sin saber la verdad de los padres, de los abuelos y los bisabuelos que nos legaron este país, que nos hicieron desear la verdadera democracia... sin ese legado común no podremos ganar el futuro.

En las guerras se suele hacer el censo de muertos y heridos. Pero después hay otro tipo de víctimas, que abarca a casi todo el mundo. Qué decir de las vidas robadas, acalladas para siempre, de las vidas truncadas, usurpadas. De alguna manera lo que llamamos guerra aquí se extiende mucho más. En ese sentido, sí podríamos decir que la guerra civil la perdimos todos y todas. Los presos, los exiliados, los sospechosos, los que recibieron una educación mermada, quienes tuvieron que grabarse a la fuerza ciertas consignas, sin derechos, con la sensibilidad disminuida, en una España gris.

A finales de noviembre, como si quisieran reivindicar al dictador, la Conferencia Episcopal española manifestó que se abren «viejas heridas de la guerra civil» por utilizar una «memoria histórica selectiva». Que se lo pregunten a los 3.756 nombres sacados del olvido en un cementerio malagueño que albergaba una de las mayores fosas comunes de la Guerra Civil descubiertas hasta ahora. «Sabemos desde siempre que nuestro padre está aquí. Lo único que queremos es darle un entierro digno», ha dicho una de sus hijas. Que se lo pregunten a los familiares de los 203 republicanos muertos en Pamplona, durante su cautiverio en la prisión del fuerte San Cristóbal en la primera mitad de los años 40. Nos podemos preguntar qué se rescata con la exhumación de los cadáveres de las víctimas. La dignidad por supuesto. Y quizá, si lo pidiera nuestra sociedad de una manera democrática, la necesidad de llevar al franquismo ante un tribunal. Cuanto menos al tribunal de la Memoria Histórica.

Hay que ser claros y decir las cosas con libertad, la Conferencia Episcopal española es uno de los últimos coletazos del poder dictatorial. Cuando hoy se cuestiona la necesidad de restituir el nombre, todos los nombres, la memoria, la dignidad a las personas que están desaparecidas o que fueron asesinadas desde hace 70 años, lo que se hace es ni más ni menos que proseguir alimentando las fábricas del miedo.

«Sabemos desde siempre que nuestro padre está aquí». Extremadura fue una de las autonomías donde primero se abrieron las fosas donde el franquismo enterró a sus víctimas, a finales de los años setenta. Aquellas tareas se pararon en 1981, a finales de febrero, cuando el teniente coronel Tejero protagonizó en el Congreso el intento de golpe de Estado del 23-F. Una vez más el miedo. Pero aquel vacío, aquel silencio, tenía que llenarse de nombres, de historia viva y palpitante. «Lo único que queremos es darle un entierro digno». Menuda lección. Con el transcurrir de los años, los presuntos vencidos han sabido conservar la nobleza de espíritu, poner en crisis las verdades establecidas y plantearnos lo esencial: Que gracias a ellos y a ellas podemos hablar hoy de perdón, aunque no de olvido.

Dice el escritor gallego Manuel Rivas que la memoria es como el movimiento del buen remero, que se coloca de espaldas para impulsarse hacia su destino, porque así ve mucho mejor la panorámica de lo que deja atrás y tiene las marcas que le orientan hacia donde quiere ir. En este sentido, la memoria, al contrario de lo que piensan muchos, no trabaja hacia atrás, sino que tiene la estrategia de la luz. Lo que se mueve hacia atrás es el olvido. Eso es lo que nos retiene parados. Es una idea sencilla. Para que el futuro sea auténtico hay que saber lo que ha pasado. Por eso debemos reivindicar el derecho individual a la verdad, el derecho colectivo a la memoria. Porque hay que decirlo con la verdad del barquero: estamos hablando de crímenes contra la humanidad, ni más ni menos.

La memoria nos enseña todo lo que tenemos que aprender de nuestras raíces, de la gente que abrió camino a la libertad vasca. No debemos de ninguna manera renunciar a ella. Es un testigo que tenemos que legar a las generaciones más jóvenes. Decirles con claridad que casi todo lo que hoy tenemos fue a costa de los sacrificios del pasado. Conocer cómo vivieron la adversidad y cómo apostaron por el futuro. Se trata de conocer las huellas de una época, de conocernos mejor.

Es verdad que el franquismo enterró a decenas de miles de muertos en cunetas, en fosas comunes. Enterraron sus cadáveres y querían con ello enterrar su memoria, nuestra memoria. Este año que termina hemos vivido en Euskadi contra el olvido, esa profunda lección del tiempo. Lo hemos hecho con emoción. Homenajeamos en Bilbao a las víctimas del franquismo, a hombres, mujeres y niños, a todas nuestras víctimas. Allí quedó, en el aire, una hermosa melodía de Kepa Junkera y los versos de Blas de Otero recitados en euskera y castellano por Atxaga y por Sabina de la Cruz. Frente a una escultura de Néstor Basterretxea, que sufrió el exilio, una ikurriña y una bandera republicana arroparon y afianzaron la memoria en una lluviosa mañana.

Este domingo hacemos un homenaje en Donostia al primer consejero comunista Juan Astigarrabia, del primer Gobierno Vasco constituido en 1936. Construir sobre la memoria de las víctimas y el respeto a los derechos humanos es uno de los objetivos del Plan de Paz y Convivencia de nuestro Gobierno. Honrando la memoria de Juan Astigarrabia, que ha sido junto a otros muchos uno de nuestros grandes olvidados, sintiéndome continuador en el Gobierno Vasco del legado de izquierdas que nos dejó, situando su nombre en nuestro corazón, ­como iremos haciendo con gran afecto con otros muchos­, destacando la viveza de sus convicciones profundas, subrayando que fue un vasco imprescindible en el sentido que dijo Bertolt Brecht; con todo ello queremos subsanar la mella del olvido y la emoción de la justa memoria.

Ese camino de la memoria vasca nos lleva a la conciencia, a una mayor libertad. Y a conocer no sólo la historia, sino lo que defendieron aquellos que nos precedieron hace ya setenta años, los valores que estaban en marcha y se intentaron pulverizar, volver a escuchar la vida, la historia, situar los contextos.

Como consejero comprometido con este gran tema, soy consciente de todas las vidas que se truncaron en el pasado y tengo la responsabilidad de que ninguna vida más se tuerza por odios ni venganzas. Nos guía la justicia y la altura de miras. Hubo un tiempo que el sollozo no podía salir de la garganta. Para celebrar la libertad recuperada, tráiganme todas las voces. Contra el olvido, un sencillo mensaje de simpatía, de cariño, de respeto. A todos y todas las víctimas de la dictadura unas sencillas palabras: Vuestra memoria nos honra. Bihotz-bihotzez, eskerrik asko. -


 
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