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Eatherly, un culpable sin culpa

A partir de la postura acerca de la violencia de Günther Anders, pensador alemán que durante largos años formara parte notoria del movimiento pacifista, el autor reflexiona y pone en duda la respuesta pacífica a la violencia ejercida por el poder, en su opinión cada vez más sustentado en ella.

Mikel Arizaleta

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En 1987 escribió Günther Anders un libro a los 85 años titulado «Gewalt: Ja oder Nein. Eine notwendige Diskussion». Su postura podría resumirse diciendo: la no violencia es cobardía. En los años sesenta, como nos recuerda Osvaldo Bayer, «Anders, junto con Heinrich Böll, el obispo Scharf, el teólogo Gollwitzer, el filósofo Ernst Bloch y otros, encabezó el gran movimiento pacifista alemán contra el estacionamiento de los cohetes atómicos norteamericanos en territorio germano. Ellos estuvieron también en las grandes acciones pacíficas contra las centrales atómicas». Este filósofo alemán recibió en 1983 en la iglesia de San Pablo de Francfort, símbolo de la revolución de 1848, el premio Theodor Adorno, el más alto galardón de la filosofía alemana. Hoy que, como él diría, es «subterráneo» y no «supraterráneo» -murió en 1990-, refresco al lector su memoria.

¿Por qué este hombre, tras una larga vida de predicar la no violencia y misionar por el pacifismo, tras larga vida comprometida, llama a sus 85 años a la violencia? Porque se dio una vuelta por el mundo con los ojos abiertos, porque vio que entregar rosas y claveles a los policías, recoger listas de firmas para parlamentos o ayuntamientos o hacer huelgas de hambre en contra de la guerra, de la tortura o en pro de los derechos de un individuo o un pueblo resulta bastante estúpido en nuestros días. La política de nuestros ayuntamientos y gobiernos, las sentencias de los jueces, la actuación de las policías ante las reivindicaciones justas de las gentes y colectivos... es invitación clara a la violencia. Instituciones que sin su cerrazón no serían nada. Recoger el guante es posiblemente la alternativa más seria y coherente, nos dice este viejo pensador y, sin duda, la más costosa. Pero también la más humana y racional. No era desesperación, era honestidad. La no violencia es cobardía porque frente a los que no tienen escrúpulos no hay nada más indigno que la humildad. La primera tarea del racionalismo consiste en no hacerse ilusiones sobre el poder de la razón y su fuerza de convicción, contra la violencia la no violencia no sirve. La contraviolencia que se nos impone es legítima únicamente porque tiene por meta el estado de no violencia, es decir, asegurar la paz que está amenazada, y no por nosotros. O, en frase brillante de Günther Anders, hay que aniquilar el peligro poniendo en peligro a los aniquiladores.

Cómo debería haberse actuado contra Hitler? La justicia justificó y mandó fusilar a quien osó levantarse contra él. Pinochet aterrorizó a Chile con el silencio cómplice de las leyes, sus ministros y sus jueces. Y quien osó levantarse fue torturado y asesinado. El murió en la cama. ¿Qué pasó con Franco? Fueron los jueces quienes en el proceso de Burgos y en tantos otros juicios condenaron y condenan a muerte y a años de cárcel a gente que osó y osa alzarse contra la dictadura y la injusticia. ¿Qué hicieron los partidos? En gran parte justificar su herencia o seguir sus huellas, defenderle como el PP con el asesino Fraga a la cabeza o la Iglesia y sus numerosos correligionarios en los aparatos del Estado. Vean como botón de prueba la Ley de la Memoria Histórica presentada por el PSOE. Sólo ETA fue capaz de mandar al cielo de Madrid a uno de sus sanguinarios colaboradores, a Carrero Blanco, con la condena de los pusilánimes. Sus colaboradores y testaferros, jueces, policías y sus correligionarios hoy siguen, si no han muerto, cobrando sus pensiones de colaboración y silencio. La España fascista se ha hecho hoy ley y represión en nuestras calles, mientras una izquierda cómoda y sumisa se manifiesta en la vida como monjas en procesión. El ministro de Justicia del Estado español manda construir a sus lacayos «nuevas pruebas judiciales» -como ya lo hiciera Hitler en su tiempo- para condenar a unos vascos disidentes. Yo pregunto con Anders, ¿cuál es la postura honesta frente a unos jueces que siguen amparando la tortura tras 70 años de práctica en el Estado español? ¿Acaso hacer huelgas de hambre, apelar, recoger firmas o ir de happening y cháchara por la calle en un día de manifa? Se ha convertido la rebelión en procesión, celebrándose demasiadas misas por la paz.

En nuestros días, una vez más, el poder se sustenta en el ejercicio de la violencia, que va siendo cada vez más la suya. Son ellos los violentos y criminales, son ellos quienes espían, y meten la inseguridad en las casas, rompen la amistad y el apoyo, roban el dinero o salen a diario a las calles con pasamontañas, chulería y pistolas. Somos muchos los que gritamos paz cuando ellos desde lejos hacen la guerra, y siempre mueren los otros. El papa Gregorio IX, importante asesino y gran promotor de la Inquisición, loa ya en el siglo XII el que los hombres delaten a sus mujeres y las mujeres a sus hombres, los padres a sus hijos y los hijos a sus padres, fue él quien ordenó que nadie vacile en denunciar a su propia familia, «...uxor propriis liberis, aut marito, vel consortibus ejusdem criminis, in hac parte sibi aliquatenus non parcebant». Un sistema demoníaco que basa su seguridad en hacer inseguro a todo el mundo, que amenaza, que arruina, que entrampa y compromete incluso y sobre todo a la familia, la vida privada más íntima, incluso a los descendientes, en una venganza justiciera bárbara. Son ellos los que rompen los huesos, cortan los cuerpos con pelotas y garrotes y declaran la guerra, son ellos quienes manipulan, mienten y matan. Para esta gente pedir la autodeterminación de un pueblo es osadía, reclamar el fin de la tortura es provocación y denunciar su mentira y maldad es insulto, peligro y cárcel. Sólo cabe reivindicar con su autoridad y su permiso. Reclamar de rodillas. La democracia ha pasado a significar el que los ciudadanos actúen sin que su acción tenga efecto alguno. Son ellos violentos en la calle y en los tribunales de injusticia. «Considero ineludible que a todos aquéllos que tienen el poder y nos amenazan les asustemos. No nos queda otro camino que contestar a sus amenazas con amenazas y hacer inefectivos a aquellos políticos que con toda irresponsabilidad y por intereses egoístas llevan al mundo a la muerte». Günther Anders no cree en la democracia de partidos, no confía más en los medios pacíficos, y eso tras 60 largos años de estar en la brecha y en primera línea del pacifismo. «No debemos abusar de nuestro amor a la paz ofreciendo a los sin escrúpulo la posibilidad de aniquilarnos a nosotros y a nuestros descendientes».

En nuestra sociedad y televisiones curiosamente los agresores se denominan defensores. Basta seguir una manifa reivindicativa en nuestras calles, ver la actuación de unos y otros y luego escuchar el telediario de turno, siempre con la misma cantinela: la Policía se vio obligada a defenderse cuando era la única que llevaba pistolas, gases, pelotas, pasamontañas y venganza. Günther Anders mantuvo una larga correspondencia con Claude Eatherly, el piloto que el 6 de agosto de 1945 arrojó la bomba atómica del Gobierno americano contra Hiroshima, que mató a tantos miles de personas; también él era un mandado, «un culpable sin culpa», como tantos en nuestra sociedad que se proclaman demócratas cuando en verdad tan solo son colaboradores sumisos y cobardes por miedo a quedarse sin empleo. Viles instrumentos de tortura y desprecio. Termino recogiendo para la reflexión, a la vista entre otras cosas de la sentencia de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional y la huelga de Iñaki de Juana, aquella frase de Günther Anders que tanto hizo pensar a mucha gente: «Debemos amenazar a quienes nos están amenazando. Y no sólo amenazarlos, sino amedrentarlos, convirtiendo alguna que otra vez nuestras amenazas en realidad, para que comprendan, para que cambien de actitud. Para que al final nadie esté amenazado, ni nosotros, ni ellos». Sólo me resta recomendar un bello libro de Anders: «Llámese cobardía a esa esperanza».

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