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La negativa de Rabanera está llena de significado

Txotxe Andueza

Periodista

Cuando el pasado mes de setiembre la Diputación de Araba rendía homenaje a la memoria de Teodoro Olarte, que fuera diputado general del territorio durante la II República y fusilado al inicio de la Guerra Civil, Ramón Rabanera se ganaba los parabienes de una parte importante de la clase política y de la sociedad arabarra -en algunos casos con ciertas reservas, eso sí, por aquello del más vale tarde que nunca- , y los muchos y muy duros paramales de sus correligionarios, poco dados a perdonar gestos que supongan un romper filas en asuntos tan serios como el de la confrontación armada que siguió al golpe militar franquista, y sus cuarenta años de consecuencias.

Pero Ramón Rabanera Rivaguda, a pesar de que esté a punto de volver a un segundo plano en esa escena política que tanto desasosiego le genera, no está dispuesto a dejarse insultar dos veces por el mismo motivo. Así que ahora se niega a colocar un monolito en homenaje a las víctimas del franquismo, a pesar de que así lo acordaron las Juntas Generales de Araba también en el mes de setiembre. Dice RRR que esa decisión no implicaba mandato alguno, asi que debe ser que el PP está en el empeño de instaurar su propio concepto de democracia en las instituciones que gobierna, ya que, como Rabanera, el alcalde de Gasteiz, Alfonso Alonso, no considera vinculante ninguna decisión que se adopte en el Ayuntamiento que haya tenido el voto en contra del PP.

Pero volvamos a la memoria. A esa «otra memoria» que preconizan los mismos amigos de Rabanera que le llamaban al orden en setiembre porque presidir el homenaje a Olarte suponía ceder «a la exigencia iz- quierdista de revancha histórica». Esos amigos que, de la misma manera que ahora hace el diputado general, rechazan que los familiares de los fusilados tras el golpe del 36 reclamen información y justicia, porque dicen que ello genera división de la sociedad en dos bandos, mientras reivindican en sus medios a quienes «sufrieron en sus carnes la tiranía que socialistas, comunistas y anarquistas pretendían imponer en España».

Un monolito es sólo un símbolo. Pero la negativa a colocarlo dice mucho de lo que el PP piensa -y calla- sobre el uso de la violencia. En el 36 y en la actualidad.

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