Saber escuchar
«La vida de los otros"
Florian Henckel von Donnersmarck debuta con una obra maestra cuidada al detalle, que plantea una reflexión interna sobre los temas históricos pendientes en Alemania. Se trata de un análisis en profundidad de la situación de paranoia colectiva creada por el control social de la RDA.
Mikel INSAUSTI
Desde los años 70 y lo que se denominó como el Nuevo Cine Alemán no han vuelto a surgir nombres de realizadores tan sobresalientes como los integrados en aquel movimiento pero, en los últimos años, sí que se ha observado una clara progresión de la producción germana a partir de la reflexión interna sobre los temas históricos pendientes, que ahora cristaliza definitivamente en la figura revelación de Florian Henckel von Donnersmarck.
No es nada habitual ver debutar a un cineasta con una obra maestra tan redonda y perfectamente acabada, que no responde a lo que se espera de un primer largometraje. Esa sensación que «La vida de los otros» transmite de película muy madurada nos coloca ante un autor diferente, un joven de sangre fría que ha sabido hacer un trabajo desarrollado durante años sin dejarse llevar por las urgencias expresivas, fruto de una elaboración calculada en base a un guión armado sólidamente y en el que ningún detalle ha sido dejado al azar o a la improvisación. De este modo, se crea una constante tensión en el espectador, que no desaparece ni con el intrincado epílogo de finales hábilmente superpuestos.
En el camino de la lucha por el Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa, el mexicano Guillermo del Toro se ha encontrado con un duro competidor que presenta una película diametralmente opuesta al despliegue imaginativo de «El laberinto del fauno», y que está más cerca de la meticulosidad obsesiva con que el maestro Coppola trató el tema de las escuchas en su clásico «La conversación».
Incluso el propio argumento de «La vida de los otros» está muy influenciado por aquella realización norteamericana del año 1974, pero, al aparecer trasladado a las férreas y cerradas estructuras estatales de la antigua RDA, cobra una dimensión mucho más kafkiana.
La visión que Florian Henckel von Donnersmarck ofrece de la vida en la Alemania del Este bajo el mandato de Honecker se desmarca por completo de la que recientemente daba en clave de comedia «Good Bye, Lenin!», en cuanto que se trata de un análisis en profundidad de la situación de paranoia colectiva creada en un régimen que basa su supervivencia ideológica en el control sobre las ideas y hasta sobre los sentimientos de sus ciudadanos.
Sensibilización progresiva
Al igual que le ocurría al personaje de Gene Hackman en «La conversación», el protagonista de «La vida de los otros» queda tocado por lo que escucha. Tanto que su fidelidad política empieza a tambalearse a partir del día en el que comienza a colocar micrófonos ocultos en la casa de un dramaturgo nada sospechoso y de su mujer, la actriz más querida dentro de la Alemania comunista. El contacto cercano con la pareja -espiada única y exclusivamente por el mero hecho de su condición intelectual, conducirá a este gris funcionario que trabaja para los servicios secretos de la Stasi a una progresiva sensibilización.
Conforme van pasando los días, llega a comprender que la razón por la que su existencia le resulta tan monótona y desesperanzada es porque en ella faltan la libertad y apertura de miras que descubre en sus vigilados, que no son como otros a los que había seguido a modo de simples números estadísticos en un expediente.
A fin de describir ese mundo ahogado en sí mismo, la película convierte en virtud la austeridad de medios para la puesta en escena, permitiéndose como único lujo la música de Gabriel Yared, capaz de ablandar un corazón de piedra e imprescindible para dar credibilidad emocional a la transformación del capitán Wiesler, interpretado de forma cautivadora y con una economía de gestos ejemplar por Ulrich Mühe.