Clint Eastwood baja otra bandera con «Cartas desde Iwo Jima"
Clint Eastwood hace que el juego de las comparaciones resulte inevitable pero, sobre todo, permite al espectador tener una doble perspectiva de un mismo acontecimiento histórico. Los Globos de Oro primero, y ahora la Academia de Hollywood, han preferido apostar por «Cartas desde Iwo Jima", película que ha visto así recompensada su mayor capacidad de riesgo al haber sido rodada en japonés y estrenada en los EE.UU. en versión original con subtítulos.
Mikel INSAUSTI | DONOSTIA
Con su experimento que consiste en realizar dos variaciones sobre un mismo tema, Clint Eastwood ha suscitado una disparidad de reacciones más compleja de la que normalmente suele provocar una sola película. La mayoría de los que han visto ambas propuestas se inclinan por la versión japonesa y, de hecho, «Cartas desde Iwo Jima» es la que finalmente ha contado para los premios importantes, con presencia exótica en los Globos de Oro como nominada a la Mejor Película de Habla No Inglesa, además de las cuatro nominaciones a los Oscar, tres de ellas tan importantes como la de Mejor Película, Mejor Dirección y Mejor Guión Original.
El veterano cineasta no puede tirar piedras contra su propio tejado, pero se intuye que no quedó satisfecho con la visión unilateral dada en «Banderas de nuestros padres», motivo por el que propuso realizar una segunda película desde el lado de los vencidos. Con la primera entrega se sintió hasta cierto punto despersonalizado por todo lo que supone el engranaje de una superproducción de Steven Spielberg, así que necesitaba desquitarse con una obra más intimista que le permitiese profundizar mejor en los recovecos sicológicos de los hombres en guerra. Habiendo costado cuatro veces menos y pese al riesgo que suponía rodar en japonés, todo apunta a que «Cartas desde Iwo Jima» es la que en definitiva le va a granjear más satisfacciones y reconocimiento.
La cima del monte Suribachi
Hay que considerar asimismo que Clint Eastwood, al igual que el resto de sus compatriotas, conoce demasiado de sobra la historia de los seis soldados norteamericanos que clavaron la bandera de las barras y estrellas en la cima del monte Suribachi. En cambio, desde un inicio se sintió más atraído por la historia del general Kuribayashi, por todo lo que supuso el descubrimiento del sentido del honor y de la existencia en Japón, llevado a su expresión más humana y desconocida para el pensamiento occidental. Al acceder a la traducción de las cartas y diarios del militar, encontró por extensión la pauta narrativa para su nueva película, que ya no necesitaba de una estructura con saltos en el tiempo tan constantes como la de «Banderas de nuestros padres», y quedaba así mejor definida mediante una simple contraposición entre la parte relacionada con su actividad militar y la privada.
De esta manera, los momentos claves de la batalla y de la tragedia colectiva no quedan ahora interrumpidos, con lo que el relato puede ganar bastante en intensidad.
La fuerza plástica del conjunto radica en su muy oportuna fotografía en blanco y negro, teniendo en cuenta que la II Guerra Mundial, incluida la Campaña del Pacífico, fue un período todavía asociado con las imágenes de archivo en las que el color está por lo general ausente. Sólo rescata de manera muy simbólica el rojo, que es el color que sobresale en la bandera japonesa y que aplica también intencionadamente a la sangre y a las explosiones. Un planteamiento casi monocromático que casa a la perfección con la sobria interpretación de Ken Watanabe, uno de esos raros actores del estilo de Toshiro Mifune admirados por Hollywood, y cuya poderosa presencia basta para justificar las referencias que algunos críticos han hecho al cine de clásicos como Kurosawa. Actúa a modo de conciencia de su ejército, por ser quien sabe de primera mano que comanda una misión destinada al sacrificio de sus soldados. Al final, murieron más de veinte mil de ellos en las negras arenas de Iwo Jima, porque los que no resultaron abatidos por el fuego enemigo se sometieron a la disciplina del suicidio, todo con tal de evitar la vergüenza de una derrota, anunciada, pero derrota al fin y al cabo.