La trayectoria del realizador Mark Steven Johnson es de lo más sorprendente, porque empezó intentando ser un guionista al estilo inimitable del maestro Billy Wilder con la escritura de un par de comedias para Jack Lemmon y Walter Matthau. Más tarde debutó en la dirección con un curioso melodrama sobre un niño enano en «El inolvidable Simon Birch», adaptación de una de esas extrañas parábolas del escritor John Irving. Y, de repente, decidió pasarse al cómic más espectacular y comercial con «Daredevil», en la que tuvo que lidiar con el discutible protagonismo de Ben Affleck.

Estos precedentes le convierten en la persona más indicada para dirigir ahora a Nicolas Cage, quien ha hecho valer su candidatura estelar en «El motorista fantasma» gracias a su pasión por las motos y por este atípico superhéroe, que ha llegado a ser un verdadero icono para las tribus urbanas que relacionan estéticamente lo infernal con la velocidad y el peligro sobre dos ruedas.

A la Marvel, lejos de sentirse molesta por las versiones cinematográficas de sus historietas gráficas -cada vez más numerosas-, le encantan, porque son las que ayudan a prolongar su vida editorial.

Para más señas, «El motorista fantasma» es de esos personajes que nacen como villanos o secundarios en álbumes de otros superhéroes, y que sólo la gran pantalla es capaz de convertirlos en genuinas estrellas de la franquicia.

La película puede contribuir a acabar con la errática trayectoria de uno de sus tipos oscuros, objeto de culto exclusivamente para una minoría. Contiene un divertido homenaje al clásico del cine motero «Easy Rider», pues presenta a Peter Fonda caracterizado de Mefistófeles en su pacto diabólico con el protagonista, un motorista de acrobacias circenses que queda suspendido entre la vida y la muerte, adquiriendo por las noches una forma infernal.