Fuera caretas
Raimundo Fitero
El carnaval de Tenerife se ha convertido en un caso. O en dos. Primero la prevención provocativa de un juzgado prohibiendo cautelarmente los desfiles carnavalescos porque unos ciudadanos habían colocado sus intereses de propietarios inmobiliarios por encima del bien común. Por fin rectificó en sus considerandos y todo volvió a la lógica. Los carnavales deben estar en la calle, y hacen ruido, porque son precisamente para eso, para hacer ruido, para escandalizar a las jerarquías religiosas, militares, políticas y bienpensantes.
Pero el auténtico problema venía desde hace meses. Alguien había tenido la infeliz idea de contratar a Rafael Amargo para que dirigiera la gala de proclamación de la reina y alguna cosa más. Empezó haciendo unas declaraciones absolutamente machistas, xenófobas y que demostraban que su capacidad para acumular gesto de cretinez es inmensa. Protestaron las organizaciones populares entre otras cosas porque se está llevando una pasta desmesurada, algo parecido a un atraco. Y claro, acabó mal la cosa. Protestas generales y un gesto magnífico. Las murgas no cantaron, se negaron. Le boicotearon el acto. Todo se echó a perder por culpa de ese señorito que va de artista y es una asaltador de caminos, de ideas y que alguien, el político de turno, lo mantuvo por razones que alguna vez tendrá que explicar. La cosa no es anecdótica. Puede ser un primer paso para que algunos vividores dejen de cobrar esas cifras astronómicas y que, quienes las pagan, demuestren que es algo justo y no un acto de corruptela.
Es decir, las murgas se quitaron las caretas y yo les aplaudo. Me dan ganas de irme a Tenerife. Y si para el año que viene ese dinero que se lleva el Amargo, se lo reparten entre los dulces, mucho mejor. Y que hagan mucho ruido. Que para eso están, para poner en solfa a los políticos, a los artistas y a todo aquel o aquello que se haga merecedor de una copla sarcástica. Todo menos hacer unos carnavales de la casa de las fiestas. Un poco de imaginación, salero y mucho morro. Y si no sabes cantar, silbas. Pero mucho ruido. No concursitos de disfraces y tonterías. Ruido contra todo lo establecido. Carnavales salvajes, no domesticados.