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Xosé Estévez Historiador

La frágil memoria

He escrito con frecuencia sobre este tema, porque me apasiona y al mismo tiempo me inquieta la facilidad con que se quiebra o empaña el frágil cristal de la memoria. Durante más de sesenta años quedó sepultada bajo el manto inconsútil del silencio, de la represión, del exilio, del ostracismo o de la muerte... la memoria de unos. Estos, los perdedores de la Guerra Civil, fueron satanizados y masacrados en un primer momento, para inmediatamente después encerrarlos en el baúl más recóndito del reino del olvido, en las sima más profunda de la memoria de la que no es posible regresar.

Los vencedores encumbraron a sus «héroes» en el mástil más enhiesto de la memoria y no están dispuestos a bajarlos. Con su actitud demuestran una impertérrita pertinacia en mantenerlos como símbolos indestructibles del glorioso alzamiento, de la imperecedera cruzada y de la subsiguiente y larga dictadura. Alzan sus agrias y destempladas voces contra la descafeinada ley de la memoria histórica, una ley incompleta que restituye con magro vigor parte de la memoria secuestrada.

Aduce la derechona recalcitrante que en aras de la reconciliación no se deben abrir viejas heridas, cuando la realidad es muy distinta y es más bien un problema de justicia, pues tales heridas todavía no han cicatrizado. El afán de tantos familiares, una gran parte descendientes en tercera generación, por redimir de las fosas comunes a sus antepasados vilmente asesinados es una prueba palmaria. La reconciliación tantas veces esgrimida necesita la dolorosa operación quirúrgica del rescate de la memoria.

Las naciones periféricas hemos sufrido una doble amputación: la represión política como el resto del Estado, que quedó bajo las botas de los triunfadores, y una represión lingüística y cultural. En Galiza, además, no hubo guerra -puesto que en pocos días los sublevados se hicieron dueños del poder-, sino un feroz exterminio. Por eso, los pueblos galeuzcanos debemos realizar un sobreesfuerzo en la tarea de recobrar la memoria para superar el doble trauma. No contamos con recios aliados, pues muchos historiadores, incluso de izquierdas, son abiertamente partidarios de arrancar de la gloria los mitos de las naciones sin estado, pero callan como muertos cuando se habla de llevar a cabo la misma labor en relación a los mitos del Estado nacional.

Resulta curioso que en esta necesaria campaña resurgente todavía existan personajes oscurecidos. Me refiero, en concreto, al caso de Kandido Saseta, militar de la República y Comandante de Euzko Gudarostea, nacido en Hondarribia. Jugó un importante papel durante la guerra, a la que Borobó, un afamado periodista gallego que la había padecido como perdedor, calificaba como incivil y pluscuancivil. En la labor de la recuperación de este insigne personaje está empeñado el colectivo Hondarribiko Kandido Saseta Aldeko Taldea, cuya alma mater es Joserra Enparan, y que estos días celebran unas jornadas con ese objetivo.

Saseta fue el verdadero organizador del Euzko Gudarostea, en una coyuntura muy proclive al desbarajuste típico de los períodos bélicos. El 7 de octubre de 1936, J. A. Aguirre juró su cargo en Gernika y en la revista de armas acompañó al entonces capitán Saseta. En febrero de 1937, por petición expresa de J. A. Aguirre, acudió a Asturias al frente de la Brigada Expedicionaria Vasca con el fin de ayudar en la rendición de Oviedo. Este viaje al Principado demostraba la verdadera faz de la solidaridad internacionalista, que no concordaba con las acusaciones de egoísmo particularista vertidas por Azaña en sus memorias contra el Gobierno Vasco.

El 23 de febrero de 1937 murió en tierras del Principado junto a un centenar de gudaris. Su cuerpo y los de cerca de 80 gudaris no pudieron ser recuperados; quedaron abandonados y sometidos al más ignominioso de los olvidos.

Sobre la conmoción que supuso la pérdida de Saseta, no hay más que leer los panegíricos que se escribieron esos días en diversos órganos de prensa. Posteriormente, quien más luchó por mantener su recuerdo fue Telesforo de Monzón que en 1947 escribió un libro de poemas sobre los gudaris. También sería Monzón quien en pleno franquismo, escribió la letra de la canción Txikia, en la que compara a ambos.

En honor a Saseta se creó el Batallón del mismo nombre, compuesto por cuatro compañías. Una de ellas fue bautizada con una sugerente denominación: «Beti Aurrera», axioma que deben seguir siempre los pueblos que luchan por su liberación. El logro de ésta requiere ineludiblemente, sin embargo, mirarse en el espejo del pasado y encontrar en él los rostros de aquellos personajes como Saseta que mantuvieron contra viento y marea el estandarte de los mismos ideales. La ikurriña de esa compañía, tras diversos avatares, fue la bandera del Batallón Gernika que al frente del irunés Kepa Ordoki combatió contra los alemanes en Point de Grave en 1944.

El destino, a veces, nos ameniza con alguna sarcástica e irónica mueca. En Soulac sur Mer hay un Memorial donde se recuerda al Batallón Gernika, a los Voluntarios Vascos, a los cuatro que fallecieron. En Hondarribia, sin embargo, sólo existe una placa no oficial, colocada en 2004 en el exterior de las escuelas de Viteri. Según información suministrada por Iñaki Gezala, que sinceramente agradezco, esta placa se colocó hace tres años con motivo del centenario de su nacimiento. Se celebró una misa en su honor, intervino Iñaki Anasagasti y estuvieron presentes familiares de Saseta. Esta claraboya abierta a la luz de la memoria resulta todavía insuficiente para calibrar la grandeza del personaje y de su sacrificio obitual en aras de la honestidad y la fraternidad de los pueblos en aquellas circunstancias tan difíciles.

El pueblo vasco no puede permitirse el lujo de olvidos tan prolongados, so capa de sufrir un alzheimer colectivo, la enfermedad que contribuye decisivamente a su disolución en el inmenso piélago de la historia y paraliza la construcción del futuro sobre el sólido puente del pasado.

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