«con la esperanza entre los dientes"
John Berger: «Vivimos tiempos oscuros, pero las luces continúan"
La Jornada Ediciones y Editorial Itaca acaban de publicar «Con la esperanza entre los dientes", de John Berger, primer libro del autor británico, nacido en 1926, que se difunde primero en castellano que en inglés. Los textos de este volumen alumbran el oscuro periodo histórico que atravesamos. No obstante, no es un libro pesimista. Berger junta claves que nos ayuden a entender los caminos, los saberes, los atisbos surgidos de diferentes rincones.
Ramón VERA HERRERA | MEXICO
La vastedad de la obra de Berger -conocido mundialmente como crítico de arte, narrador, pintor, poeta, guionista, filósofo y analista político- podría hacerlo inasible si no fuera porque ésta mantiene una coherencia interna: la irrenunciable premisa de buscarle sentido a la existencia, en la infinidad de encrucijadas que una vida contiene y que van de lo más íntimo, imaginante y creativo, a lo más social y político.
En estas líneas entresacamos las reflexiones del propio John Berger para el diario «La Jornada». Este es su testimonio, su pensamiento y su propia escritura, densa e intensa:
«Esta es la primera vez que un libro mío se publica en castellano antes que en inglés y aparece justamente en México, en un continente donde hay tantos escritores a quienes admiro, como Eduardo Galeano, Roberto Juarroz, Juan Gelman, Julio Cortázar, Luis Sepúlveda o Carlos Fuentes. Y siento a la vez orgullo y modestia, hermanos gemelos que se alternan sucesivamente. Siento orgullo de que algo de lo que tenga que decir los alcance allá en México; que algo de lo que digo sea relevante, pese a la gran distancia. Y la modestia llega por la apertura que encuentro en México. Por la disposición de su gente a escuchar mis palabras y que éstas valgan. Por el cariño y enorme cuidado puestos en este libro. Ante eso, siento mucha modestia.
Muchos de los artículos y notas de este libro no se han publicado siquiera en Gran Bretaña, mi país de origen. No porque allá exista alguna suerte de censura. Lo que existe es una cierta indiferencia. Y recuerdo de inmediato a Ryszard Kapuscinski, quien falleció recientemente, y a quien admiré como escritor y periodista.
Lo curioso es que en los obituarios aparecidos por su muerte hubo mucho reconocimiento hacia él pero casi nadie habló del modo en que por 20 o 30 años fue capaz de remontar, de subvertir, la censura. Escribiendo de Africa o de cualquier otra parte, describía maravillosamente lo que miraba, pero de un modo tal que sus lectores polacos (en un tiempo en que la prensa polaca estaba muy censurada) pudieran leer de un modo natural, casi ingenuo, algo que se aplicaba también a ellos por la situación imperante en Polonia. Con ingenio colosal, su trabajo tuvo una natural manera de remontar la censura.
Si relaciono a Kapuscinski con este libro que acaba de salir en México es porque su publicación y Kapuscinski me confirman que la imaginación puede conectar.
De Kapuscinski a Waits
Esta, de hecho, conecta eventos con eventos, aun aquéllos que no son iguales o semejantes, algo en lo que Kapuscinski era muy hábil, pero también conecta a la gente con la gente, y con sus preocupaciones, por todo el mundo. Y si lo logra a veces, ni siquiera importa cuánta gente conecta, porque eso no vale la pena ni es posible cuantificarlo. Uno no puede cuantificar a la gente. Así que pienso en Tom Waits, el músico y cantante, que dijo alguna vez: «Cuando uno escribe una canción, la idea es construir un camino por el que alguien más pueda circular alguna vez».«Con la esperanza entre los dientes». Es curioso. Al pensar en el título de este libro, de inmediato pienso en tres historias. La primera es un pasaje de un relato de Emine Sevgi Ozdamar, una maravillosa narradora turca: «Si ves a una persona ciega, no la presiones. Ponte junto ella y cierra un ojo, para que te sienta cerca. Si en la calle te cruzas con un mudo, recoge una piedrita y póntela en la lengua». Aunque esto no tenga que ver con la esperanza entre los dientes de forma directa, en otro sentido tiene tanto que ver.
Tiempo de barbarie
Hay una historia sufi de hace ocho siglos. Un hombre viaja y está muy hambriento. Tiene tanta hambre que se aproxima a un palacio. Toca a la puerta. Y los dueños sueltan a un perro, uno muy feroz y amenazante se aproxima. Busca una piedra, para mostrársela al perro y desalentarlo. Pero además de tener hambre tiene mucho frío, hace mucho frío. Tanto que las piedras están pegadas al suelo. Y entonces el hombre dice: cuando le avientan un perro fiero a un hombre hambriento y las piedras están pegadas al piso, estamos en tiempo de barbarie.
Y debemos recordar que esta historia puede ocurrir hoy, aunque se narre desde hace ocho siglos, y que dentro de ella subyace un «pero... pero... pero...» muy humano: el reconocimiento de una alternativa, porque los tiempos no deberían ser de barbarie.
Es como esa amiga palestina que me envió por celular un mensaje escrito que decía: «¿la diferencia entre optimismo y esperanza? En ausencia de esperanza lo que queda es una entereza inextinguible». Sí. La esperanza tiene un corazón generoso, es una respuesta en la oscuridad y puede nacer justo cuando todo parece perdido.
Respuesta en la oscuridad
Hay una gran diferencia entre esperanza y optimismo. En Europa la gente habla de optimismo y pesimismo. ¿Eres optimista? Pero no es como en el caso del orgullo y la modestia, que son gemelos. El optimismo es un cálculo, hecho a la luz de datos colectados. Es lo que hacen los inversionistas. Como lo suyo es un cálculo, si no es cínico, por lo menos es escéptico. La esperanza es algo muy diferente. Es una respuesta hecha en la oscuridad. ¿A qué?, no estoy seguro que podamos saberlo, pero es una respuesta hecha a oscuras. Vivimos tiempos oscuros pero tal vez se nos olvida que muchas otras épocas han sido oscuras, lo cual no ha extinguido todas las luces. Estas continúan.
Hoy, especialmente en Europa, la esperanza está conectada con una promesa que atañe al futuro. En los dos siglos anteriores la esperanza existe en la promesa de un progreso que uniforma en ciertos sentidos. La promesa siempre proclamada por el capitalismo: enriquecimiento y progreso tecnológico... y esperanza proclamada, no tanto por Marx sino por el socialismo realmente existente, de que después de ese socialismo se lograría el comunismo. Para el pensador mexicano Gustavo Esteva el capitalismo y el socialismo realmente existente se basan en la premisa de que tenemos que tener mucho pero que para compartirlo debe haber plenitud. Como tal, la prioridad no se sitúa en compartir sino en acumular. «Hoy no fío, mañana sí», reza el letrero que muchas tiendas de abarrotes mexicanas fijan en sus instalaciones.
De modo natural, la igualdad viene aparejada a la frugalidad. El verdadero compartir ocurre cuando hay muy poco. Y ese verdadero compartir no implica compartir únicamente los pocos o pequeños pedazos de algo compartible. Lo que en el fondo se comparte es el mismo acto de compartir. Lo cual es de un enorme valor humano. Junto con compartir lo escaso, lo frugal, llega también la posibilidad de compartir decisiones. Compartir las decisiones es un acto político. No es la política de los partidos. Tampoco es la política como se entiende normalmente, con toda la engañifa de las elecciones, algo que prosigue. Hablamos del corazón de la política. Y por supuesto los zapatistas entienden muy bien esto.
Esto nos trae al presente (porque todo lo anterior es el antecedente histórico), donde por todo el mundo, en diferentes proporciones y diferentes regiones del planeta, existe una gran economía no oficial, en parte legal, con frecuencia ilegal, de la que nadie puede sacar cuentas porque es clandestina.
Además de ser clandestina es también algo muy personal, es decir, de persona a persona, es muy íntima. No es ni la economía del capitalismo ni la del Estado. Es una economía de intercambios que ocurren en formas muy personales, de modos comunitarios, y que tiene gran versatilidad, pues la gente cambia de roles sin que haya contratos, tan sólo con la palabra, por la confianza en las personas, en la palabra de los otros.
Esperanza
Desde el siglo XIX se ha entendido la esperanza como una promesa que atañe al futuro. Una visión alternativa de la esperanza es aquélla que implica anhelar con toda nuestra fuerza el infinito, ahora. Esto significa devenir y no sólo ser pasivamente. Este devenir, transformarnos, implica aspirar a algo que aparentemente no es inmediato. Tal vez es algo que trasciende cualquier inmediatez y tiene que ver con lo eterno. Es Spinoza (el filósofo favorito de Marx) quien afirma que si nuestras respuestas a lo que existe, si aquellas respuestas que él llama «adecuadas» (y que no guardan un interés inmediato propio) implican una receptividad a todo cuanto existe, entonces, de hecho, rozamos lo eterno. En otras palabras, lo eterno no es algo que debamos aguardar, es algo que se hace presente en esos fogonazos momentáneos de conexión, de «adecuación», algo que nos sostiene y a lo cual pertenecemos.
La promesa de un movimiento en pos de la justicia es su victoria futura, mientras que las promesas de los momentos de los que hablo (incluyendo las innumerables decisiones personales, los encuentros, las iluminaciones, los sacrificios, los nuevos deseos, los pesares y, finalmente, las memorias que ese movimiento hace emerger y que, en estricto sentido, serían incidentales a dicho movimiento), tienen un efecto instantáneo. En su intensidad vital o su tragedia, tales momentos incluyen las experiencias de una libertad en la acción. (La libertad sin acciones no existe.) Momentos así son trascendentales, como ningún «resultado» histórico puede serlo, pues rozan lo eterno. Y aunque son frecuentes los momentos que contienen lo eterno de algún modo, casi todos ellos son extremadamente duros, y pueden implicar sacrificio, dolor, un dolor compartido, y fatigas, fatigas, fatigas, porque la vida es muy dura.
Resistimos, sobre todo, cuando nos negamos a juzgarnos con los criterios de nuestros opresores. Cuando rechazamos los valores de la manipulación. Cuando rechazamos no sólo los términos de nuestros opresores sino la historia como ellos la cuentan. Debemos recordar que la peor ocupación es tener invadidos el espíritu y el pensamiento.
Resistimos, sobre todo, cuando nos negamos a juzgarnos con los criterios de nuestros opresores. Cuando rechazamos los valores de la manipulación. Cuando rechazamos no sólo los términos de nuestros opresores, sino la historia como ellos la cuentan.
Personalmente, cuando dibujo, flores, árboles, rostros de personas, me impacta la infinita complejidad de lo existente, una especie de empalme perfecto, un orden que ocurre ante mis ojos. Y que está ahí, visiblemente. Es algo físico, no metafísico.
Si la imaginación conecta, es crucial reavivar nuestra relación con los muertos. En inglés el término es remember, que significa el acto de traer a la memoria, recordar. Significa reunir de nuevo a los miembros que fueron separados.
Tenemos que prestar una atención cuidadosa a lo que nos circunda. Dado que la visión dominante del mundo -ésa que no necesariamente aceptamos- nos ensordece, no nos percatamos de que asume una escala temporal muy breve y limitada.
Debemos vivir el presente, y nuestras relaciones, de un modo muy diferente al que se nos impone, crear otro vocabulario. Hay ciertos términos que perdieron su sentido. Términos como «desarrollo» o «democracia» y el modo en que se utilizan.